martes, 4 de octubre de 2016

Un año de equitación

Más o menos por esta época, el año pasado, empecé mis clases de equitación. Una chica estaba terminando su clase cuando yo llegué el primer día. Estaba saltando obstáculos y me quedé mirándola con admiración y miedo a la vez. Pensé que yo ni de coña iba a hacer eso. Me conformaba con aprender a montar a nivel básico y poco más. Aquello me parecía de competición y yo no aspiraba a tanto. De hecho, mi motivación principal para apuntarme a equitación era ampliar mi CV, añadir una habilidad más, y para eso, con hacer que el caballo se mueva y no caerme, me parecía suficiente...
Recuerdo aquel primer día bastante bien. Hacía calor todavía y las yeguas tenían un millón de moscas alrededor, el olor era raro y por supuesto el pelo de las crines me daba alergia. Javi me enseñó a hacer el nudo para tener atada a la yegua mientras se le ponía la cabezada y la montura, me enseñó cómo colocar todo, y me enseñó todas esas palabrejas extrañas (ahogadero, muserola, estribos, testera...). Hoy todavía me cuesta meterle el filete en la boca a la yegua, ajustar la montura y equilibrar los estribos, pero va saliendo. Me enseñó también que antes de montar hay que preparar al animal: un cepillo para quitarle el polvo del cuerpo, otro para peinar las crines y la cola, y otro chisme para limpiar los cascos. Más adelante también aprendí a bañarlos, que no tiene ninguna ciencia porque básicamente es meterle manguerazos, pero es importante tener cuidado con la cabeza porque se ponen nerviosos si les entra agua en los oídos. Y para darles de comer (una zanahoria, por ejemplo) hay que poner la comida en la palma de la mano y acercarla a su boca para que ellos la cojan; si se la das de otro modo te pueden morder sin querer. Después de llevarme un par de pisotones, también aprendí a tener cuidado con dónde colocar los pies cuando estás al lado del animal. Un pisotón de un bicho que pesa mínimo 400kg hace pupa...
En aquella primera clase me pusieron con Morena, una yegua enorme y la más vieja de las que tienen allí, obediente y poco impulsiva; la mejor opción para principiantes acojonadas como yo. Casi pido una escalera para subirme en lo alto, me parecía dificilísimo encaramarme allí arriba. No sabía dónde agarrarme para no caerme, aquello no tiene cinturón de seguridad, ni arnés ni nada... Javi la tenía cogida con una cuerda así que prácticamente la tenía controlada, pero a mí me temblaban las piernas igual. Me explicó cómo coger las riendas y que sonidos y movimientos son los que "arrancan" al animal. Empezamos poco a poco, al paso, despacito, para ir pillando equilibrio, para entender el contoneo de la yegua a cada paso que da y cómo tu cuerpo acompaña de forma natural. En pocos días empezamos a trotar. Eso de ponerme de pie en los estribos también me parecía de locos, pero es algo que se aprende rápido. Cuando pillas la confianza suficiente lo haces de manera mecánica. Un estrujón con la pierna en el lomo del caballo y se pone al trote, y para ir cómoda, te levantas en cada subida de cuerpo. También está el trote sentado que es más incómodo pero necesario en algunos casos. Con los meses fui perfeccionando la técnica y aprendí también a trotar en suspensión, trotar soltando las riendas, mantener el equilibrio cerrando los ojos, controlar la dirección de la yegua, hacer círculos cerrados, pasar del paso al trote, del trote al paso, parar en seco... Aprendí (y sigo aprendiendo) a colocar bien el cuerpo, las piernas, los brazos, la cadera, a no pegar tirones bruscos, a colocar la espalda recta y relajada y las rodillas sin tensión.
Un día Javi me dijo que ya era hora de galopar. Me entraron todos los sudores del mundo. La primera vez es difícil. Me dijo que me sentara en el trote, que él con la voz le daría la orden a la yegua y que si sentía miedo que me agarrara de las crines o de la parte delantera de la montura, por supuesto sin soltar las riendas. Me costó dar ese paso, pero lo hice, y sí... lo pasé mal. Estaba acostumbrada al movimiento del animal al trote pero al galope cambia, e incluso aunque no corra mucho, la sensación de velocidad es grande. Los primeros días que empezamos a galopar temía caerme y no sé en qué momento empezó a gustarme aquello. Cuando controlas un poco, te das cuenta que al galope se va mucho más cómoda que al trote y quieres correr más, y que no se te pare la yegua y seguir dando vueltas y vueltas.
He montado a cuatro de las yeguas que tienen en el club: Morena, Distinta, Luna y Zambra. Solo me he caído una vez, creo que fue con Distinta, aunque no se puede considerar una gran caída porque lo que pasó es que perdí el equilibrio casi parada, y me deslicé por el lado izquierdo y caí. Pero no lo recuerdo como algo traumático. Javi dice que eso me pasó porque me iba a poner a saltar ese día y me asusté, y el susto me llevó a ponerme nerviosa y perder el equilibrio. Tiene sentido. No salté ese día. Si no vas con confianza es mejor dejarlo. Salté en la siguiente clase. Fue mi primer salto, saltito más bien, pero un salto al galope. Yo había visto hacerlo a mucha gente durante las clases, incluso a niños pequeños, y me fijaba en la postura que adoptaban, levantando el cuerpo y poniéndose en suspensión justo en el momento del salto y "mirando lejos", como siempre dice Javi. Cuando tuve que hacerlo yo no me terminaba de salir y tuve que dar varias vueltas hasta que en una de esas la yegua me hizo caso, se puso al galope y saltó. Insisto, era un salto pequeño, pero fue el primero y salió.
Ha pasado un año... Me he acostumbrado a las moscas cuando hace calor, aquel olor raro ahora me resulta atractivo, no he dejado que la alergia me impida acicalar al caballo por mí mima, y hace dos semanas que empecé a saltar. Aquello que vi el primer día y que tanto respeto me daba lo estoy empezando a hacer sin darme cuenta. Ya tengo la habilidad suficiente para poner en mi CV que monto a caballo, pero ahora quiero seguir. No voy a competir ni nada de eso, pero me encanta montar. Ya no lo hago por CV, lo hago porque me flipa este deporte. Montar me ha dado confianza, equilibrio, afán de superación. Me mantiene en forma y me acerca a un animal que adoro. Me ha quitado miedos y complejos, y me ha servido de terapia en esos momentos feos que todos tenemos y que se curan conectando con otra cosa más fuerte que tú. A veces terminaba las clases pensando "Si puedo hacer esto, puedo hacer lo que quiera".
Seguro que me vuelvo a caer, seguro que en una de esas hasta me hago daño, pero no voy a pensar en lo malo. A fin de cuentas, estamos en peligro todo el tiempo; un día casi muero asfixiada con un kiko, y otra vez me pasó lo mismo con una tostada mientras desayunaba tranquilamente en casa. Así que si es por eso nunca haríamos nada. Y yo tampoco soy tan loca. Tendré cuidado y ya está...


UN AÑO DE EQUITACIÓN


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