domingo, 2 de junio de 2019

Cinco sentidos y alguno más


Con la bombillita roja de la precaución encendida y una indescriptible necesidad de aplacar mis instintos, me metí en las entrañas de la ciudad. Una mezcla de ilusión y miedo me acompañaba, pero accedí a satisfacer semejante antojo, pues pensé que después de tanto tiempo, sería capaz de hacerlo sin salir mal parada y, de ser así, la fuerza de la costumbre amortiguaría el golpe.
No hubo un sobresalto, no se me aceleró el pulso, ni se me cortó la respiración. Parecía no haber peligro. Sin embargo, al otro lado de mi ventana, nueve pisos más abajo, quedaría impresa una huella conjunta. La memoria me hizo el favor de recordarme lo justo tras dos noches de recordarlo todo; el olor penetrante que creía haber olvidado, la aspereza del tacto, una fiesta de sabores para mis papilas gustativas, una imagen plana y borrosa convertida en tres dimensiones y a full HD, el timbre sin filtros colándose por mis oídos. Los cinco sentidos al servicio de un nuevo recuerdo aderezado con sentido del humor. Pero un sexto sentido despertó mi sentido común y levantó la barrera que separa un momento de una vida, y todo acabó ahí. Sólo me asusté cuando un extraño sentimiento se apoderó de mí al contemplar desde lejos la imagen solitaria del alma que se esconde en un cuerpo cualquiera. Ternura. Sin necesidad, sin reproche. Ternura sin más. Y vi claro el por qué de todo. Y entendí mejor eso de que cuando una flor te gusta, la arrancas, pero cuando la quieres de verdad la cuidas y la riegas y no esperas nada por su parte.
Necesité un par de días para poner todo eso en orden, y ahora que vuelve la estabilidad sólo puedo esperar que el curso de las cosas fluya tranquilo y no haga daño, aunque a veces escueza un poco…