jueves, 7 de septiembre de 2017

Despedidas

Hay despedidas que se hacen desde dentro, sin que nadie más lo sepa. Te despides de un recuerdo (o de mil), de aquel olor que drogaba, de una esperanza abierta como una flor que ahora se repliega sobre sí misma por falta de agua y de luz. Te despides de lo que fuiste sin dejar de ser lo que eres, y encuentras en otros las palabras que a ti no te salen. Entonces te llamas cobarde, y te despides de esa cobardía que te mantenía a salvo para descubrir el pecho y gritar con furia "Aquí estoy. Ya me has encontrado. Ataca". Y tiemblas de dolor, del dolor que te espera, pero dejarás de llamarte cobarde, y ganarás aunque te maten. La lucha es personal, es con una misma; te ganas o te pierdes.
Cuando somos gorriones moribundos en manos de otros no se puede esperar. Devuélvelo a la vida o estrújalo y que muera, pero no lo sostengas en las manos, mirándolo con lástima, agonizando. No me conformo con las migajas que te sobran; me insultas. Y cuando llegas a ese todo o nada, yo lo elijo todo. Nunca me gustaron las cosas a medias. Pero si el todo está partido, sin vida, sin corazón... elijo la nada. Ahí donde reside la calma y no se desboca la sangre, donde los sueños no pervierten y el teléfono no suena, ni domina, ni decide. La nada plena y silenciosa como un retiro para lamerte las heridas, y escupir el veneno ingerido y salvarte por fin.
Y te sigues despidiendo.
Te despides de aquella primera impresión, de aquel primer contacto, de aquella primera despedida. Y aparece la voz ("te lo advertí"). Soy sensata pero no ejerzo. La sensatez me hubiera robado mil momentos, momentos de los que ahora no podría despedirme si le hubiera hecho caso. Momentos que atesoro por lo que significaron, por lo que encendieron y por lo que consiguieron elevar. Momentos en los que te abandonas al azar de la vida y te dejas absorber por ellos. Te dejas arrastrar a ese terreno desconocido que parece cálido, que se respira bien, que ya está habitado. Ahí, donde quieres quedarte a dormir. Ahí, donde no hace falta hablar para que te entiendan. Ahí, donde puedes vivir plenamente o morir desangrada.
Pero es más difícil aún despedirte de lo que no ha ocurrido. Te despides de escenas ficticias, de imágenes falsas, de ideas y planes y de los "algún día". Apagas la máquina que da cuerda a tu cabeza y a tu corazón. Desconectas. Te esfuerzas en no cerrar los ojos. Te desplomas frente al televisor en el intento de desviar los pensamientos y no alimentar la imaginación. Y preparas lo poco que queda de ti para recibir el último golpe, el que le brinde sentido a todo, el que te dé la razón aunque no la quieras.
Y en esta despedida interna cambio de rumbo y espero, sin desesperar, que las ventanas que me abras sean mejores que la puerta que me cierras.


                             

I could spend my life in this sweet surrender
I could stay lost in this moment forever (...)

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Intensidad

¿Qué se gana y qué se pierde siendo intensos? "Vive la vida intensamente", "Sigue tus sueños más intensos"... Se leen cosas así por todas partes. Te animan a ser una persona "intensa". Pero la intensidad tiene su lado oscuro: puedes ser (o estar) intensamente feliz pero también intensamente triste, o intensamente enfadada o intensamente dolida. No somos intensos para lo bueno sin serlo para lo malo. Otra cosa es intentar controlar la intensidad (en lo malo, claro). La última escena (mal) apasionada que viví me llevó a pelearme con uno de mis mejores amigos. Porque si se juntan dos tempestades todo explota. Yo soy intensa, y él también y ahí acaba todo. Por suerte, las tempestades terminan pasando y llega la calma, y en esa calma se puede volver a hablar, y llega un punto en el que sabes que no vale la pena encabronarse, pero eso llega con el tiempo. A él no le perdonaré jamás el arrebato que tuvo, implicando a tanta gente y poniendo en peligro (y en vergüenza) mi trabajo, sobre todo porque no se ha disculpado ni lo hará, pero lo que me llevo de aquello es que perder la compostura te deja en el más absoluto ridículo y entre gritos se pierde la razón por completo y la gente deja de escucharte. Y aunque le pasara a él, sé que yo soy de la misma condición y me puede pasar a mí (de hecho ya me ha pasado a lo largo de los años).
Está bien ser apasionada, no es algo que yo quiera cambiar de mí, pero las malas pasiones envenenan. Ningún extremo es bueno. No es bueno ser excesivamente intensa como no lo es ser excesivamente moderada, ni excesivamente frívola, ni excesivamente trascendente. Y al final, todo se reduce a ser lo que somos pero teniendo conciencia de lo que no mola tanto para intentar, al menos, controlarlo. Eso es trabajo de cada uno y el de los otros es aceptarte como eres. Pero si no somos capaces de ver nuestros propios defectos, o los vemos pero nos da igual "porque así soy yo", entonces hay poco que hacer.
Nadie es tan bueno ni tan malo, y defectos y virtudes tenemos todos, pero no siempre se complementan con los demás. Física y química. No hay más. Y es una combinación tan delicada, tan azarosa, tan improbable que cuando se da hay que aprovecharla. Es magia, y la magia no la sabe vivir todo el mundo. Por eso, pase lo que pase en mis relaciones humanas, me quedo con la bueno, con la conexión inexplicable, con la magia... y lo que hagan los demás es su decisión. Unos te regalan flores y palabras de amor, otros te dan paz, o se deshacen contigo, o te ayudan en la sombra, o te hacen reír. 
Me quedaré con eso cuando aparezcan los "peros", los "es que..." y los "así son las cosas". Parece que luchar ya no se estila, pero yo soy luchadora, y por mi parte lucharé. 
Cerrada una etapa de rock y playa que me ha salvado del completo aburrimiento este verano, ahora toca recomponerlo todo y cumplir con los últimos compromisos que me atan a Granada. Después me voy al agujero negro de Madrid con la sensación de soledad ya incorporada. Con el presentimiento de no encontrar ese refugio por más que haya un techo sobre mi cabeza. Y con todo el miedo del mundo a que me gane la tristeza. Mi intensidad me lleva a imaginarme lo mejor, y volar y ser feliz, pero también me lleva a imaginar lo peor. Y seguro que nada será ni tan bueno ni tan malo, pero no puedo evitar pensar en todo: ¿Y si no encuentro trabajo? ¿Y si no me puedo mantener? ¿Y si el rechazo me gana? ¿Y si me siento más lejos de lo que estoy ahora? Nunca se está preparada para lo peor, por más que lo imagines y por más pesadillas que tengas. La realidad siempre golpea más fuerte. Y hay palabras (y silencios) que matan.