jueves, 27 de febrero de 2020

Si tú eres tú y yo soy yo...

Decía Sabina en una entrevista que ser feliz mola, pero no ayuda a escribir. La paz y el orden no inspiran; inspiran las crisis.
No podría estar más de acuerdo.
Hace poco, yo estaba preparada para el desorden, para el caos y para la crisis. Incluso aunque todo fuera relativamente bien, contaba con el desorden emocional, con las dudas y con la incertidumbre "del después". Con lo que no contaba es con la felicidad. Una felicidad que tuve que ir  analizando muy poco a poco para poder entenderla como lo que realmente es: miedo. No es que la felicidad me asuste, lo que me asusta es el espejismo que me crea.
¿Cómo iba yo a saber que ser tan yo misma, sin nada que perder, te convertiría en el tú mismo que yo quería ver? ¿Que si yo no maquillo lo que digo tú me cuentas la verdad? ¿Que si yo no me disfrazo tú te quitas la armadura? Y con todo el veneno ingerido y la risa desatada, nos escupimos insultos y piropos, reproches y confesiones y esas palabras tan prohibidas. Y el lazo se estrechó de tal manera que es imposible no acojonarse un poco.
Entre tanto, he tenido ensayos y bolos, un proyecto a futuro en el que será justamente Sabina quien actúe de cómplice, la convocatoria abierta a MicroTeatro Madrid y una llamada desde Barcelona para otra experiencia televisiva, la cual me obliga (o me obligo yo, mejor dicho) a empollar culturilla general. Con todo esto y más me ha sido imposible relajarme (aunque sea lo justo) para "analizar" la situación.
El tren ha zarpado sin previo aviso y tan deprisa que o me subía, o me quedaba en tierra. Y en él me encuentro ahora, con un vértigo bestial y confiando en que no se estrelle. Y si lo hace espero tener los suficientes reflejos para darme cuenta y saltar a tiempo.
La felicidad mola, sí, pero no pierdo de vista la posibilidad de que todo sea una hermosa mentira.


viernes, 7 de febrero de 2020

Lazos

Hay lazos invisibles que nos mantienen unidos a otros. A veces se vislumbran en detalles muy concretos, a través de las palabras o con determinadas acciones inesperadas, y en ocasiones, en el silencio más absoluto, tienen forma de corazón. Lazos a los que nos empeñamos en poner nombre para darle un significado, pero que muchas veces ni siquiera lo necesitan. Los lazos unen, y esa unión ya va cargada de sentido propio. Pero también un lazo se puede romper y, por tanto, dejar de unir. Y eso también tiene su propio significado.
A falta de pocos días para seguir enlazando capítulos o llegar de una vez al desenlace, una no sabe si apretar el nudo o pillar la gripe. De momento va ganando mi inflamación de garganta, pero no creo que tenga la suerte de no poder elegir (por extraño que suene). "Ya veré sobre la marcha", me digo mientras recopilo los greatest hits de los últimos álbumes mirando de reojo el hecho inoportuno.
Puede que sólo sea una escena imaginaria, un "todo es posible en Granada", un paréntesis en el curso natural de las cosas o un mero recreo; si no despego los pies de la tierra y sí los labios del vaso, puede que hasta salga bien. O puede que me reafirme en mi propósito a última hora si el sueño viene torcido y el espejo le da la razón.
Pero en el caso de hacer acto de presencia, buscaré la calle perfecta (con lluvia o sin ella) y el lugar más acogedor para interpretar mi papel sin saltarme una línea, sin que se note un suspiro de más ni un beso de menos, y sin acabar la función con la misma escena final.
Así pronto se verá lo que da de sí este lazo.