domingo, 28 de febrero de 2021

Rosas y espinas

A lo largo de los tres últimos meses, un espacio de tiempo relativamente corto según se mire (a mí se me ha hecho largo como tres vidas), personas y proyectos se han ido cayendo por el camino en un macabro efecto dominó. Yo, que siempre tengo mil preguntas para cada pequeña cosa, he ido contestando medio satisfactoriamente la mayoría de ellas, pero una en concreto sigue torturándome, por injusta y por innecesaria. Simplemente, no tiene una explicación lógica, y muy a mi pesar, tengo que dejar de buscarla. Para las personas que necesitamos encontrar los porqués de cada cosa, es muy frustrante darse por vencida, pero sea como sea, no me queda otra. 

Darle más de cuatro vueltas a algo también es fruto de la inactividad y el tiempo libre, y de eso voy sobrada. Ocupo mis días con lecturas, series de televisión y, últimamente, después de haber acabado un par de cursos online, inmersa en el estudio minucioso de la cultura general para un tema del que ya hablaré si se da el caso. Pero mientras veo como los personajes de mis libros y mis series evolucionan y se enfrentan a aventuras más o menos emocionantes, en mi vida no pasa nada; a menos que llamemos emoción a saber localizar los lagos de cada continente, algunos, por cierto, impronunciables (está el puto mundo lleno de charcos...). Así que, salvo la caída del microteatro, que supuso un cambio de rumbo, y una inesperada llamada desde Madrid cuyo fin sigue en el aire, la sucesión de días con sus repetitivos silencios, me aburren lo indecible. Aunque esos silencios me confirman que la decisión que tomé en su día, dura e injusta por donde se mire fue, sin embargo, acertada (por más coraje que dé). 

Sin embargo, y pese a la espesa capa de humo que envuelve la realidad cuando todo va mal, me he esforzado mucho por mantener los ojos abiertos y vislumbrar nuevos horizontes. Tengo una inexplicable habilidad de adaptación, pero debo decir que hay días y días, y que si me descuido mucho me traga el vacío. La rutina es lo que tiene, por eso es importante buscarse una a medida. Y ya que no es posible moverse mucho ni hacer vida social, trato de salir cuando lo necesito y pasar mi tiempo en casa plantando semillas que después me dejen alguna cosecha que recoger; y que no falte el entretenimiento: "How I met your mother" es maravillosa, "Frasier", un clásico que nunca llegué a ver en su día, y "El Ministerio del Tiempo" me tiene enganchadísima. De hecho, desde que me volví ministérica, no dejo de imaginarme lo genial que sería viajar en el tiempo con sólo abrir una puerta, y cambiar esas pequeñas cosas del pasado que hubieras querido hacer de otra manera. Pero dónde estaría la gracia de equivocarse sabiendo que cada error se puede subsanar... Creo que en verdad no hay mayor error que no cometer errores, porque éstos son los que nos llevan a sitios raros, y muchas veces, hasta maravillosos. Yo que me equivoco nueve de cada diez veces sé de lo que hablo, y siempre he sacado como mínimo un ahogado grito de satisfacción (y que me quiten lo bailao). 

El pasado está ahí para algo, es nuestro libro de instrucciones (con el que yo, por lo visto, me limpio el culo, pero ese es otro tema), la cuestión es saber cuándo recuperarlo y para qué. Yo lo uso a mi manera: lo estudio, lo aprendo, y luego hago lo que me parece. No es el manual del buen ciudadano, pero es el mío. Ha habido muchos momentos en mi vida en los que me he visto casi desesperada buscando la panacea del saber vivir, sólo para descubrir que ya la tenía. Todas las metodologías tienen sus más y sus menos, pero no son otra cosa que "maneras de vivir". Y a mí, después de todo, no me ha ido tan mal. 

Puede que nunca consiga respuesta para algunas preguntas, o que nunca llegue a entender ciertas cosas, pero igual tiene algo que ver con que hoy tenga más conocimientos que hace un año. Y aunque para ello haya tenido que sacrificar valiosísimos tesoros, será sólo cuestión de tiempo recuperar algunos de ellos. Otros, inevitablemente, quedarán en el baúl de los asuntos pendientes, esos que se clavan en el alma y que, aunque algún día dejen de doler, escocerán cada vez que algo o alguien te los recuerde (o cuando las doce campanadas anuncien la llegada del 2031). No hay rosas sin espinas, y las espinas son necesarias para saber que has vivido. Espinas con nombre propio, de color azul, con rimas y aliteraciones y lie-la-lies. Espinas con v de vermut, espinas mojándolo todo, espinas saladas con vistas al mar.



"Nos faltaron unos postres, unos besos 
y el tiempo para sacarnos las telarañas de adentro.
Y nos faltaron los brindis y nos sobraron los miedos...
Nos debemos una charla con el corazón abierto".

J. Sabina