lunes, 31 de octubre de 2016

El negro túnel de mis dudas

Muchas y variadas desavenencias inundan mi calma últimamente. No he elegido un trabajo fácil siendo como soy, o más que un trabajo... un estilo de vida. Una suele encaminarse a lo que le gusta y para andar el recorrido evitamos pensar en lo que conlleva, que en mi caso es la falta de dinero, la inestabilidad, la exposición pública (que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas)... Tener un sueño no es suficiente, hay que saber cómo alcanzarlo y es ahí donde muchos fallan, o flaquean, o desisten, y también donde otros aciertan, crecen, aprenden y ganan. Entre tanto salto al vacío, delirios de grandeza, ilusiones, desengaños, victorias y derrotas está la persona que camina sobre la cuerda floja. Creo que hay que tener la cabeza muy bien amueblada para soportar lo que llaman "la bohemia" del artista. Algunos lo tienen todo tan claro que llegan a donde quieren sin detenerse en lo que hay alrededor, y otros (entre los que me incluyo) vamos poco a poco, abarcando lo que podemos y cuestionándonos a cada paso si lo hemos hecho bien, si no nos estaremos equivocando, si lo que nos dicen de bueno es realmente bueno o si lo que nos dicen de malo es razón para abandonar.
Personalmente, si hay algo que detesto es la mediocridad y lucho por huir de ella. Por eso cuando alguien  hace una buena crítica a mi trabajo no me la termino de creer, y cuando la crítica es mala me planteo toda mi vida. Si fuera una persona más optimista o creyera más en mí, me quedaría siempre con lo bueno, pero reconozco que no es mi caso. Con todo, tengo la suficiente claridad para reconocer mis errores cuando los hay, y mandar al carajo a los que ven errores donde no existen. Siempre he dicho que no hay peor juez que uno mismo y yo sé hasta dónde llego y lo que me falta por alcanzar. Pero a veces viene tanto de golpe que la cuerda floja se hace más floja aún, te echas a temblar y es fácil caerse (o dejarse caer y pasar de sudar sangre).
Recuerdo una vez de pequeña que estaba en el cortijo de mi abuelo y salí con mi tío a jugar por los balates. Mi tío, que solo tiene 4 años más que yo, por lo que también era pequeño entonces, me dijo que no era capaz de meterme por un canal cubierto, pasarlo gateando y llegar al otro extremo. Acepté el reto y comencé a gatear por el canal. Al principio iba bien, pero de pronto me entró miedo. El canal era más largo de lo que esperaba, ya no se veía nada, y empecé a encontrarme ranas, sapos, telarañas y bichos inclasificables que me paralizaron por completo. Quería salir de allí, el túnel se hacía cada vez más estrecho y oscuro, el techo no me dejaba levantar la cabeza y me agarró una claustrofobia brutal. Me puse a llorar y a gritar y quise volver, pero cuando miré atrás no se veía luz, así que pensé que con todo lo que había recorrido ya, la salida debía estar más cerca que la entrada. Avancé todo lo rápido que pude pero me encontré con un montón de fango que me llegaba a los hombros y me impedía el movimiento. Por suerte empecé a ver algo de luz y escuché la voz de mi tío llamándome a lo lejos. Seguí como pude y finalmente salí (a mi tío estuve sin hablarle lo que me duró el cagazo).
A veces pienso que mi vida es un poco igual: un túnel oscuro, inseguro, plagado de obstáculos y bichos y fango; un lugar claustrofóbico que asfixia y te bloquea. Y yo miro atrás y sé que ya no puedo regresar, que es tarde para darse la vuelta, y no me queda otra que seguir avanzando, aunque sea con lágrimas en los ojos, con desesperanza, con la incertidumbre de no saber cuánto me queda por delante, y si llegaré o me quedaré en el camino enterrada en el fango por agotamiento...
Últimamente me he sentido perdida en muchos sentidos. Perdida entre algunos compañeros, perdida en mis determinaciones, perdida entre amistades dudosas y entre proyectos a medias, perdida en la cama y perdida en mí misma. No sé qué clase de prueba es ésta, pero andar a tientas y golpearte a cada paso con un obstáculo distinto acaba por minar hasta la confianza más firme. Y yo, aún perdida, tengo que seguir en pie porque me niego a darle la razón a quien no la tiene y porque me lo debo a mí misma. Pero quizás sea hora de tomar decisiones más acertadas, hora de pararse en medio de la oscuridad y respirar antes de dar el siguiente paso.
En un camino sembrado de dudas no sabe una a qué atenerse... ¿quién tiene razón? ¿quién nos juzga? ¿qué debo hacer? ¿a quién escucho? ¿a quién ignoro? Un psicólogo me diría que la respuesta está dentro de mí (y encima me cobraría por eso...); Bob Dylan dice que está flotando en el aire (que está muy bien para que te den el Premio Nobel de Literatura pero a efectos prácticos no sirve), así que lo mejor será dejar de hacerse preguntas y empezar a plantear respuestas.
Ahora tengo un nuevo inquilino en casa, otro que también andaba perdido... es un gato de apenas dos meses que Mario encontró desorientado por la rotonda que hay debajo de mi casa. Lo siguió hasta el portal, pese a la imponente presencia de Luna, y decidió subirlo a casa. No tenía intención de quedármelo, y sin embargo aquí lo tengo ahora, ronroneando en mi regazo mientras escribo. Es un bicho lindo, aunque será toda una hazaña amigarlo con Luna y evitar que se lastimen mutuamente en el proceso. Le he puesto de nombre Mike, por mi querido Miguel Mateos, aunque es tan enano que prefiero llamarlo Mickey. Así, entre la perra, el agapornis y el gato mi casa está llena de animales perdidos, empezando por su dueña, y vivimos todos bajo el techo de este zoo-ilógico donde la vida parece cobrar más sentido a veces que allá donde reside la lógica exterior, aplastante y enfermiza, infestada de dudas e irremediablemente perdida.

No hay comentarios: