viernes, 30 de septiembre de 2016

Lo que vale

Septiembre se acaba y ha dejado tras de sí grandes momentos y momentos horribles. Septiembre de cambios, septiembre de aprendizaje, siempre con mano dura, que la letra con sangre entra; duro maestro septiembre.
Aquel fin de semana previo a mi visita médica, tan lleno de soledad y autocompadecimiento, viendo guadañas en cada esquina de mi casa y envuelta en el triste sentimiento de la inevitable levedad del ser, me dio por recordar con añoranza cómo las cosas bonitas pasan por nuestra vida, se instalan un tiempo y luego se van. A veces cuando se van es porque dejan de ser bonitas, pero esto lo dejo para otra entrada.
Llegó el lunes con una bocanada de esperanza a casi todo lo que me rondaba por la cabeza (casi todo). El médico me dijo que no me preocupara, que más de la mitad de la gente tiene poliquistosis renal sin saberlo porque es algo que nunca da problemas, que no hay ni el más remoto indicio de que pueda tener un fallo renal en el futuro porque mis riñones están perfectos y que descartara de una maldita vez la posibilidad de un cáncer (al menos en esa zona) porque era 100% inviable. Entonces... ¿por qué el dolor? Sí que podía ser arenilla en el riñón, sí que podía ser muscular, sí que podían ser gases, incluso alguna pequeña infección que lo mismo que viene se va... podía ser muchas cosas pero nada que vaya a matarme. Me costó 100 pavos quedarme tranquila pero se los dí besaicos. Aquella molestia abdominal desapareció de pronto. ¿Hipocondríaca yo? La carga genética trae muchas cosas a parte de enfermedades hereditarias... Recuerdo que una vez mi padre se puso a llorar a moco tendido porque hacía tiempo que arrastraba un dolor en la rodilla y un día confesó que no quería ir al hospital porque seguro que le decían que tenía cáncer de rodilla. Yo no entendía nada... ¿cómo podía adjudicarse un cáncer por un dolor en la rodilla? Bueno... he aquí una astilla de tal palo. Por supuesto lo de mi padre era un no sé qué de menisco sin la menor importancia, y por supuesto se le curó cuando lo supo (la mente tiene ese poder), pero si yo soy fatalista tengo, sin duda, a quién salirle.
La noticia de mi inesperada salud de hierro me llenó de tanto optimismo que traté de olvidar (o mejor dicho, dejé pasar) mi descontento hacia la actitud de ciertas personas que, bien por activa en algunos casos, bien por pasiva en otros, me estaban haciendo replantearme mi relación con ellas. Lo dejé pasar, sí... y salimos a celebrarlo con vino peleón y cubatas a 2'50. Pero la alegría duró poco. Mi sexto sentido adivinatorio ya me anunciaba pronta tormenta, y en mitad de ella estoy. Algo más relajada ahora porque al final te acostumbras a vivir mojada, pero no es ni de lejos un momento feliz. De nuevo una situación complicada me llevó al abismo de tomar decisiones, y de nuevo me ví como una oveja entre lobos intentando destrabar mi lengua, con el corazón temblando en la garganta ante el ataque personal de quien menos te lo esperas, siendo cortada una y otra vez, sintiéndome cada vez más sola en la lucha y aguantando miradas de compasión que terminaron por descubrir la fragilidad que nunca quiero mostrar, llevándome a la oscuridad más negra donde no podía encontrar ya palabras en ningún idioma y desvaneciéndome en lo imposible ante dos estatuas de hielo... Recordé entonces dónde estaba, y me pareció escuchar a la vida susurrándome al oído: "Ya te puse varias veces en una situación parecida y no supiste reaccionar. ¡Aprende a hacerlo de una vez!". Pero hay que tener un carácter más frío para saber encarar ciertas cosas con dignidad. Yo flaqueo rápido, no soy buena (ni lo he sido, ni lo seré nunca) para recibir un ataque directo y seguir dando golpes como si nada. A la primera ostia me quiebro, a la segunda me derrumbo y no hay tercera porque no saco fuerzas para levantarme.
Para calmar un poco mi estado de derrota me puse a escribir, y a escribir, y a escribir. Y plasmé mi verdad (esa desde la que siempre hablo aunque rara vez se entienda) en un largo discurso de ideas y sentimientos que obtuvieron como respuesta unos puntos suspensivos que me tienen agonizando, pero que al menos me ha servido de desahogo y me ha mostrado la verdad. La verdad no siempre gusta, de hecho a veces es asquerosa, pero cuanto antes se conozca, mejor... Y en este punto me encuentro, con esa verdad quemándome por dentro, absolutamente perdida, sin saber para dónde tirar, con el cuidado de no dar un paso sin pensarlo antes y conteniendo las ganas de hacer lo que me dictan las tripas que es mandarlo todo al carajo. Y si aún no lo he hecho es porque en esas actitudes pasivas hay mucha estupidez pero no hay maldad (aunque si hay algo que yo odie después de un "listo" es un tonto, pero bueno...) y dentro de esa "estupidez buena" me queda un rayo de esperanza en forma de promesa y quiero agarrarme a ella como último recurso. Con todo, el elemento tóxico activo es un puto bicho malo y sigue ahí... así que al final la respuesta me la acabará dando el corazón, y el corazón nunca elige sufrir.
Estoy desubicada, sí... Pero para mí no es novedad esto de ir a contracorriente. No significa que me guste porque implica mucha soledad, mucha incomprensión y mucha impotencia; por más que grite que yo no soy la que va mal, nunca me escucha nadie. Es como la peli esa de Destino Final en la que el protagonista tiene la visión de que el avión en el que van a viajar se estrella e intenta que los pasajeros lo escuchen, que lo crean y que no se suban. Yo intento salvar algo, algo que también va conmigo, que es parte de mí. No quiero ver cómo todo eso se va a la mierda por el hecho de que no me escuchen. Pero cada uno elige su destino, y yo no elijo estrellarme. Cuando lo hagan ellos se acordarán de mí, aunque para entonces ya, pollas...
De todas formas, en algún punto entre la frustración y la impaciencia, he encontrado mi oasis. Y en él intento mentalmente darme a mí misma el tiempo y el espacio que necesito para encarar la dificultad de una cosa tan simple. Siempre he pensado que las cosas pasan por algo, y es un desgaste de energía muy gordo querer controlar cómo se desarrolla todo. Yo ya he hecho lo que tenía que hacer, aunque me haya costado otra batalla personal perdida, y sé que lo que venga detrás (me guste o no, que ya sé que no) es lo que necesito para ganar la guerra. Lo que jode y lo que duele en el fondo son los soldados caídos en el camino.
Cuando sientes que no te valoran, no queda otra que valorarte tú y valorar lo que de verdad importa. Mi pájaro canta, Luna envejece sana y feliz; Mario me quiere tal como soy, y mis padres me quieren a pesar de cómo soy; mi abuela me llama para decirme que me echa de menos (solo para eso); mis riñones funcionan, y mi hígado, y me funcionan los brazos y las piernas (y por suerte la cabeza, mejor que a muchos); no tengo millones de amigos pero siempre hay alguien que interpreta ese papel cuando lo necesito. Las pequeñeces que me incordian no merecen mucho más que una entrada en este blog. Y lo escribo para leerlo de vez en cuando y recordar que hay lágrimas que valen la pena, y penas que no valen una lágrima.



No hay comentarios: