lunes, 30 de diciembre de 2019

Así es la vida

Escribir siempre me ha parecido un ejercicio liberador y hasta catártico que llevo practicando toda la vida. Desde los ocho o nueves años (puede que menos) he estado escribiendo diarios. De pequeña leía mucho, y leer y escribir van un poco de la mano. Me leí "La Biblia Ilustrada para Niños" ni recuerdo cuantas veces (era de los pocos "libros" que tenía al principio, recién ingresada en mi colegio de monjas). Luego amplié mi colección a (casi) todos los títulos del Barco de Vapor, cuentos infantiles, libros rancios de aventuras que encontraba en casa de algún familiar y hasta títulos ya importantes como "La Celestina" o "El Quijote", que nos vinieron con una enciclopedia que nunca llegó a completarse. 

Mi afición a la lectura, como digo, me llevó a escribir diarios, de los cuales me deshice cuando empezaron a ocupar demasiado espacio físico y, sobre todo, porque me avergonzaba que alguien pudiera leerlos si a mí me pasaba algo (tengo muy presente que todos podemos morir en cualquier momento). Pero la verdad es que yo seguía escribiendo por ahí, en libretas, en servilletas de bares, en los márgenes de los apuntes de la facultad, aunque luego volviera al ritual de leer-rememorar-romper cuando acumulaba una considerable cantidad de papelitos. 

Con mi primer ordenador personal empecé a escribir en Word y ahora lo tengo todo muy bien ordenado en carpetas. Pensé entonces que era una pena haberme desprendido de mis primeras chorradas escritas porque las podía haber reconvertido, pero ya era tarde. Entonces se me ocurrió que ya que mi nivel de escritura era más digno y menos vergonzoso que cuando empecé, podía abrir un ciberespacio y colgar en él sólo aquello que fuera mostrable, y destruir lo demás. Y así fue como empezó este blog. Al principio más enfocado en dar a conocer mi agenda de bolos y ensayos y, con el tiempo, transformándose en el cuaderno de bitácora de una persona cualquiera, con un millón de inquietudes y dos millones de dudas, que sólo escribiendo consigue, por momentos, apaciguar. Nunca le he dado mucha publicidad. De forma aislada he compartido alguna entrada concreta por alguna razón, pero en general nunca he querido airear mi lado más íntimo, ya fuera por evitar alusiones en terceros como por esquivar las posibles críticas. No me gustan las críticas; si son buenas, no sé cómo responder a ellas y me incomoda estar en esa situación, y si son malas, me invade la frustración y la inseguridad y empiezo a dudar hasta del sentido de mi existencia. Por esa razón, y porque para mí escribir es un hobby, y no hay necesidad de darle bombo a un hobby, mi blog siempre ha estado ahí, al alcance de todo el mundo, pero en silencio, sin hacer ruido, sólo para aquellos curiosos que me conocen (o no) y quieren ver la otra cara de la luna. Me sorprendió, por ello, que un día me escribieran desde la otra punta del país para hacer uso, en una clase de interpretación, de algunas entradas que había escrito (a modo de monólogo, como luego me explicaron). Podían haberlo hecho sin decirme nada, puesto que el blog es público y no entiendo nada de derechos, pero el tipo, en un acto de deferencia, me pidió permiso y yo se lo di. Con el contacto posterior que mantuvimos (y mantenemos) me aconsejó registrarlo todo "porque nunca se sabe", y me animó también a unir pedacitos, crear una historia y darle forma de libro "que yo me encargo del resto". Cuando le respondí, con mis mejores maneras y todo el agradecimiento del mundo, que yo soy actriz y que escribir un libro supone una dedicación y una inversión de tiempo que no tenía, dejó de insistir, aunque meses después me recomendó para escribir artículos en una revista digital norteña que también acabé rechazando por los mismos motivos (y porque no vivo en el norte). Yo siempre he pensado que algún día escribiría un libro, o incluso más, pero me imaginaba haciéndolo cuando fuera vieja y me diera igual el dinero, y me sobrara el tiempo, y no tuviera ganas de salir a ningún sitio, entonces, el encerramiento forzoso de los años sí podría combatirlo con la ilusión de escribir un libro (uno bueno, por qué no), pero de momento, estos pedacitos de vida que dejo por aquí esparcidos me sirven para mi propósito, que no es otro (lo he dicho muchas veces) que el de entenderme y entender el mundo que me rodea. Y si de paso ayuda, inspira, o entretiene a alguien pues mejor que mejor. 


"Compártelo como compartes tus pensamientos en facebook, y verás como crece el número de lectores, y quién sabe si no da para más la cosa..."


Y con estas palabras me terminaron de convencer. Seguiré escribiendo por las mismas razones, sobre mí y sobre mis circunstancias, sobre lo que pienso, sobre lo que temo, sobre lo que odio y sobre lo que me gusta, en mi lenguaje encriptado y con la misma protagonista, pero sin mayor pretensión que el mismo placer de expresarme. Y dicho esto, dejo aquí mi última entrada del año (esto era sólo un prólogo) y puede que a partir de ahora comparta alguna más, o puede que todas, si hago caso al fondo norte.  


A un día de que acabe el 2019 y entremos en los felices años 20, de comenzar no sólo un nuevo año, sino también una nueva década, hacer balance me da una pereza terrible. Son las primeras navidades sin mi abuela (abuela eterna, madre segunda, arrancada de las raíces de mi árbol de vida que se tambalea sin ella) y aunque yo no he querido darle importancia a su ausencia en la mesa porque estaba conmigo, y bien me encargué de que así fuera, los ánimos generales de la familia no estaban muy festivos. Lo que quedaba de la columna vertebral que nos sostenía se fue con ella, y los lazos parecen haberse desatado, desmembrando la unidad de un todo, para dejarnos aislados en micro círculos familiares. Y yo que siempre he pensado que nunca estaría sola ahora sé que estoy muy cerca de estarlo, y cada año más. No es que me importe especialmente; me gusta la soledad y me llevo muy bien con ella (mejor que con las multitudes, de hecho), pero sí que me invade la tristeza cuando pienso que en lugar de ser cada vez más, somos cada vez menos, y que llegará el día en que no seamos ni uno. Pero yo que soy del pensamiento de que todo lo que sea forzado no es para una, hago acopio de mi poder adaptación y me quedo con lo que hay que, al menos de momento, a mí me sirve. 
Y qué decir del más allá cuando el contacto es mínimo... Los últimos meses me han revelado muchas cosas, el silencio ha contestado preguntas, y el último "peregrinaje al templo" me dejó al menos una satisfacción personal, pero ahora necesito sangre nueva, nuevos escenarios que sustituyan el color azul oscuro de las paredes del anterior por un color más prometedor. Que la ciudad renueve sus calles y que albergue en ellas otros bares, otros teatros, otros antros de perdición. Poner el foco de atención en algo que aún no ha llegado pero que está ahí, desaprender las lecciones, romper con lo manido y seguir siendo yo en otro sitio, con otra gente, con otra ilusión. Que por más que unos no me hablen, otros no se acuerden, y todos den las cosas por hecho, están los que me buscan, los que me mantienen cerca incluso estando lejos y los que apuestan por mí. Y si bien hay cosas del pasado que ya no duelen tanto, la memoria hace que escuezan un poco de vez en cuando. Pero ya entendí hace un par de meses de qué iba este juego, y que era mejor retirarse a tiempo antes de acabar desplumada. Y en ese retiro, más físico que emocional, todo hay que decirlo, me mantendré hasta que llegue el día que ya ni recuerde siquiera la cara de los concursantes. 
El concepto de ser una más, nunca entró en mis planes. A veces lo he sido pero siempre me he esforzado por no serlo, y cuando de verdad he querido no serlo, no lo he sido. Eso no me hace merecedora de nada, ni ganadora, ni siquiera especial, pero sé que alguna huella he dejado por ahí y que por más que el paso del tiempo la acabe borrando, quedará el recuerdo de la misma. El miedo, la prudencia, la posibilidad de fracasar nunca me han frenado a la hora de ir a por lo que quiero, y en esas sigo y seguiré porque yo soy así, y la única forma de que deje de perseguir algo (directa o indirectamente) es dejar de desearlo. Y hay cosas que ya debería haber dejado de desear pero siguen ahí ("al otro lado"), proyectando un deseo común pero con innumerables taras que no puedo ignorar, y que son la base de mi propósito de "desdesear". Porque así es la vida, no basta con querer algo (reuniones familiares sin malas caras, besos de verdad, abrazos sinceros, palabras bonitas...) todo eso también te tiene que querer a ti, y si no hay reciprocidad, es mejor "desdesearlo", aceptar y seguir buscando. 






jueves, 26 de diciembre de 2019

Lo invisible

Ante las nuevas experiencias y los viejos errores, una tiene claro de qué o quién no desea despegarse del todo. Y es como si aquello de lo que no te quieres desprender en realidad siga surgiendo, cada tanto, en los momentos más (o menos) oportunos. Esos momentos que se presentan como una señal indefinida. Pero las señales suelen ser contradictorias y no sabes cuál es la cara buena de la moneda, la que te favorece, la que te nombra ganadora. Yo sigo en mi empeño de no alimentar fantasías que en el pasado me dieron resultados más malos que buenos, pero es como si cada vez que quiero hacer algo "sensato", el universo se riera de mí y me mandara mensajes para volver a confundirme. Y así me vi el 24 de diciembre, "fantaseando" en algún lugar lejos de donde estaba, con personas que no conocía, y tratando de enterrar semejante estupidez bajo las tierras de la prudencia.
Acabo de rescatar un libro que leí hace años, del cual no recordaba nada, y parece que me está contando mi puta historia en algo más de 400 páginas. La tal Ruth bien podría llamarse Beba, y el tal Juan... Sí, otra señal contradictoria. Por suerte, me he acomodado un poco en eso de pasar de todo, y no creo que sea capaz de caer en quimeras, pero que me hace pensar... no lo niego. Paralelamente a este libro, he encontrado una serie que también invita a la reflexión (en realidad es la secuela de otra serie). Y entre una cosa y otra, un mensaje a tiempo, un silencio merecido, un rechazo aposta... me veo entrando en el nuevo año con más dudas que certezas. Eso sí, hay propósitos que sí puedo controlar, y esos los llevo a rajatabla. Todo lo demás, no es un propósito; es una esperanza dormida con riesgo de despertar al primer beso.


lunes, 16 de diciembre de 2019

Bonus Day


El jueves volví a Madrid.
Último viaje previsto.
Era el noveno día.

La escuela organizaba para los alumnos una quedada gratuita donde nos acompañaría Miguel Rellán para hablarnos del oficio y luego tomar algo todos. Fue de lo más enriquecedor escuchar a Miguel contar anécdotas y conocer su personal opinión acerca de cómo está el mercado. Montxo se nos unió más tarde, cuando yo ya llevaba más de una copa de vino en el cuerpo. Hablamos más de lo que lo hicimos en los dos meses anteriores (es lo bueno que tiene el alcohol), y me encargó devolverle el saludo a  E.C. (si todavía me lees, date por saludado, E.). Fue una experiencia estupenda de la cual me alegra haber sido partícipe porque, hasta un par de días antes no lo vi muy claro (otro viaje, anunciaban lluvia y frío... no sé, nada claro lo tenía). 
Pero este noveno día no era un día señalado por esta reunión, sino porque era el último, y yo no era la única que lo sabía. Hice malabares para intentar llenar el espacio de tiempo que vendría después, pero al final caí en mi propia trampa. Intenté esquivar la tentación,  pero todo, absolutamente todo, me condujo a ella. Con el pico caliente y pocas ganas de encerramiento, ya que la peña no estaba disponible, me vi caminando a las 12 de la noche hacia el centro, para ser la amiga de un amigo que sí estaba disponible. Y ahora, después de tanto tiempo, tengo que volver a recoger la ficha del primer día, como en A.A. Con todo, las recaídas conscientes son menos recaídas. Y me justifiqué con la idea de que “sólo estoy comprobando algo”. Y sí… comprobado. Ahora ya puedo empezar otra vez, sabiendo lo que sé, con las expectativas bajas pero la autoestima alta. El experimento de los 8 días salió bien. Al noveno estalló el laboratorio. Y justamente eso es lo que tenía que ocurrir para dar por fin con la fórmula mágica. Ahora, a pesar de tener que empezar de nuevo, tengo todos los ingredientes ordenados y mi laboratorio en plena reforma. 
La vuelta fue un infierno de resaca, nauseas y dolor de cabeza. No abrí los ojos ni un segundo en todo el viaje. Dormí las cuatro horas y media de camino, y al llegar a casa y comer un poco (casi nada), me acosté y seguí durmiendo casi tres horas más. La confusión mental de los últimos acontecimientos no cesó hasta el otro día, tras haber dormido como diez horas más durante la noche anterior. 
El sábado estaba especialmente despierta y lúcida para asimilarlo todo, y entonces ocurrió una de esas cosas que te cambian el rumbo. Tuve una visión clarísima de "qué pasaría si...", viviendo como si fuera jodidamente auténtica una realidad alternativa (rollo "Un Cuento de Navidad"). Cuando regresé de aquel fantasmagórico escarmiento, y tras haber hecho las averiguaciones necesarias para comprobar que no era real, respiré profundamente y entendí que mi vida, en verdad, no estaba tan mal, que podría estar infinitamente peor y que sólo hay un camino posible que deba seguir. Y en ese camino el único "fantasma" soy yo misma.