domingo, 31 de enero de 2021

Un tablero resbaladizo

Soy de pensar que las cosas sólo mueren cuando las olvidas, no cuando las "entierras". A veces cortamos de raíz con personas o situaciones que no nos agradan, y ponemos tierra por medio creyendo que con ese gesto ya se ha acabado todo, pero no es así... De nada sirve repetirte "esto para mí ha muerto", si no dejas de pensar en ello y lo resucitas una y otra vez en tu cabeza. Lo que verdaderamente muere es aquello en lo que ya no piensas, y a mí no me dejan dejar de pensar. La culpa es del destino que me lleva como quiere por caminos con los que una ya no contaba, y me obliga a ser estratega en este maldito juego de ajedrez que es la vida, enfrentándome a un partenaire adicto al jaque mate.

Si el virus y sus mutaciones lo permiten (así como las restricciones derivadas), y suponiendo que después del Filomena no nos caiga el Filemón, una plaga de langostas, nuevos temblores de tierra que nos engullan a todos o cualquier otra catástrofe de corte apocalíptico, en tres semanas estaré volviendo a Madrid. 
El año pasado, la comedia "Sexo en Grupo", interpretada por mi compañía, Calderilla Teatro, fue seleccionada para participar en una nueva edición de la Mínima que organiza Microteatro Madrid. Por tema covid la edición se ha ido retrasando y, si todo sigue su curso, se celebrará finalmente la última semana de febrero y la primera de marzo. 
Cuando la obra fue seleccionada todo era, por mi parte, alegría y jolgorio y ganas de ir a donde haga falta, pero esa energía fue cambiando con el tiempo (por motivos personales míos), y creí que la cosa no prosperaría, cuando encima, mi compañero habitual (por motivos personales suyos) me pidió buscarle un sustituto. O sea, a estas alturas, parecía obvio que esta vez no, y hasta le encontré una buena explicación a tantas adversidades. Pero los titiriteros cósmicos me fueron poniendo discretamente las baldosas necesarias para llevarme por el camino en el que ahora me encuentro. Y todo fue tan rápido que de pronto me vi comunicando el cambio a la empresa, que no me puso problema alguno, enviándole el texto a Nando, que recibió la propuesta con la alegría y el jolgorio que a mí me faltaban, y firmando papeles y contratos sin pensar en nada más que en la oportunidad laboral que suponía hacer el micro (luego ya me puse a pensar en otras cosas que también suponía hacer el micro y llegué a la reflexión de arriba). 

Mi parte soñadora piensa que las cosas pasan por algo, y se deja llevar alegremente por ellas como una pluma en el aire, escuchando hablar a las estrellas sin cuestionarse nada, y con la cancioncilla de Top of the World sonando de fondo. Mi parte racional piensa, repiensa, analiza, dibuja esquemas imposibles, hace croquis emocionales y escribe listas de pros y contras mientras suena la banda sonora de Réquiem por un Sueño. 
Sé que todo será mucho más simple: llegaré a Madrid, estaré allí dos semanas, haré el micro y volveré a Granada; incluso puede que ocurra algún contratiempo de última hora y se caiga todo el circo. Pero algo tan aparentemente intranscendente me coloca frente a dos posibles puertas, que a su vez llevan a otras puertas, y yo ya no sé si he perdido las llaves ni  cómo gestionar lo que esconden. Sea como sea, pensar en volver a esa ciudad, a ese sitio, a esa calle me arranca los pies del suelo. Si al menos tuviera claro lo que quiero, sabría manejar las cosas, pero no lo sé... bueno, sí lo sé, pero lo que quiero es de otro mundo y como vivo en éste, me he visto obligada a "querer" otras cosas. Y cuando quieres algo entre comillas es que no quieres, y cuando no quieres, no olvidas. Parece que la única opción es que sea yo quien "muera"
Y quién me dice que eso no ha ocurrido ya...

No sé jugar al ajedrez.


domingo, 3 de enero de 2021

Sobre aquello que elegimos



En estos tiempos en los que moverse tiene mil impedimentos, yo he conseguido hacer un viaje de lo más austero y de lo más necesario. Evadirse de todo es una buena forma de resetear. Pero mi desconexión social no ha implicado parón. He estado (y estoy) estudiando y trabajando en varias cosas que me tienen tan ocupada como ilusionada, y sólo en los descansos me permito echar la vista atrás para entender algunas cosas de mi presente, intentando juntar cuatro palabras seguidas cada día para poder escribirlo. Y no es tarea fácil tener que recordar aquello de lo que quieres olvidarte. Para sentarme a escribir esto he necesitado ordenar y descartar meses de apuntes, reconocer sentimientos encontrados que no podía describir, y hacer un difícil ejercicio personal para gestionar tanto de todo, y todo tan desbordado. He necesitado, además, encontrar el espacio adecuado, la serenidad mental, el sustancial momento de lucidez, y una botella de Chivas (que siempre ayuda) para meterle mano al asunto.

El 2020 llegó a su fin. Un año que quedará en la memoria colectiva como el año de la pandemia de la Covid-19. Pero la memoria individual alberga más cosas que un único hecho general. Para mí el 2020 no sólo será recordado como el año de la pandemia. Lo recordaré por un millón de cosas que ocurrieron durante la misma, y serán recuerdos agridulces, como suele suceder con los recuerdos que son importantes. Lo recordaré como el año que lo gané todo, lo perdí todo y lo aprendí todo. Porque el 2020 nos enseñó lo que es esencial, y lo que es meramente decorativo. Porque nos mostró la fragilidad de la vida y la importancia de un abrazo. Porque se portó lo bastante bien como para no dejarnos saborear la soledad más amarga, y lo bastante mal como para restregarnos los errores. Porque nos brindó la oportunidad de una realidad alternativa con opción a compra. Porque nos hizo más humanos de lo que somos. Porque sucede a nuestros nombres, y porque nos puso en la cara lo que hay, y nos hizo elegir, y elegimos… Y elegimos creyendo ser honestos con nosotros mismos, sin acordarnos de ser honestos con los demás. Elegimos no tenernos por si mañana nos perdemos. Elegimos ser cobardes y no escuchar más. Porque parece que el calor y el frío no se llevan bien (aunque no hay que ser muy listo para entender que juntos conforman el clima perfecto). 

Pero empecemos por el principio. Hacía meses que algo me venía pinchando. Me sentía bien en general, pero era como tener una piedra en el zapato. Cada equis pasos la notas y molesta. Esa era mi sensación. Mi vida tenía una piedra en el zapato. Tú no haces mucho caso y sigues caminando, pero la piedra está ahí, manifestándose de vez en cuando en dolencias físicas y pensamientos poco agradables. Adelantándome a los acontecimientos, me senté frente al ordenador y redacté un plan de salvamento en el que me marqué una serie de objetivos a cumplir a corto y largo plazo. Necesitaba anclarme a algo antes de soltar lastre para no acabar a la deriva. Y en cuanto se me presentó la ocasión (que a esas alturas sabía que estaba al caer), no me conformé con sacarme la piedra; directamente tiré el zapato. Porque mi estúpido intento desesperado de sacar sólo la piedra y conservar el zapato (que era lo ideal) se quedó, literalmente, a medio escuchar, y con ese último golpe me rendí a la cruda realidad que, por alguna razón, siempre se empeña en llevarme la contraria. Diciembre contaba sólo cinco días. 

Renuncié a compartir más “quintas justas”, cambié aquel sonido triste por el de una vulgar guitarra, 47.213 mentiras, adornadas con animalitos de granja, se esfumaron en veinte minutos (eran mentiras pesadas), y le eché el candado a esa letra, que nunca dejó de ser una incógnita, para no tener nunca más la tentación de querer despejarla. Sé que hice lo mejor. Pero ha pasado un mes y sigo pensando lo que pensaba entonces: a veces, hacer-lo-mejor es una puta mierda, al menos de entrada. No obstante, y por más que me queje de mi suerte (porque al menos ese derecho me he ganado), soy de pensar que, aunque las cosas no salgan como una quiere, eso no significa que no puedan salir bien. De hecho, estoy en el camino adecuado para que así sea, pero es que da coraje (la vida parece maja…): ¿por qué no antes?, ¿por qué ahora?, ¿por qué así?, ¿por qué tanto ajetreo? Y por fin lo entendí. No es por qué, es para qué (maja no, majísima). Entender esto y darle sentido a cada respuesta ha sido tan sencillo como doloroso, pero era lo único que necesitaba para dejar de devanarme los sesos por mis ya famosas “inseguridades” heredadas.

Claridad. Era todo lo que me hacía falta. Si no hay claridad, si no sabes de verdad lo que quieres, estás literalmente perdida. Andas sin brújula, esperando que aparezca una estrella que te guie o el gato de Cheshire señalando algún camino aleatorio. Tener claridad es esencial para no ir a ciegas y dando tumbos, y yo la encontré en algún cajón de mi memoria. Ese cajón polvoriento donde guardamos las cosas que no nos gustan, como si dejando de pensarlas desaparecieran por arte de magia. Y ahí encontré la innegable falta de respeto, las mentiras más mezquinas, la sed de venganza con la víctima equivocada, la falsa honestidad, y una cruceta con los hilos enredados medio rota de tanto uso. Ese cajón era todo un imperdonable insulto a mi inteligencia. Por cada cosa que sacaba ganaba una armadura (y por cada armadura, una lágrima). Ya está casi vacío, y yo casi llena, y en todo este proceso siento que por fin he llegado al final del libro, que ya no hay más capítulos, que lo he terminado, aunque haya necesitado releer muchas partes para entender el final.

¿Para qué? Para aprender cosas nuevas, para ser más capaz en todo, para imitar virtudes y desechar defectos. Para evolucionar, y vivir la vida de la única forma que la entiendo: todo lo intensamente posible, porque es tan frágil y tan corta  que quedarnos con las ganas no es una opción válida. Y yo no he querido quedarme con las ganas de probar el único camino que me quedaba, aunque sea el más difícil, y ver a dónde me lleva.
"Ni tanto, ni mejor”, sólo diferente.



"Yo elegí dejar el regateo,
tú elegiste no comprar.
Yo elegí mi dignidad a tu compañía,
tú elegiste no escuchar más.
Tú elegiste jugar a perderme,
y yo te dejé ganar"