sábado, 28 de octubre de 2017

Maldito octubre (retales de otra vida)

Acabando la cuenta atrás, sin maquillaje, sin vergüenza pero con el miedo aún latente de este salto al vacío, hago un último intento en retener las brasas de aquel fuego para que sirva, al menos, de elevación espiritual y que esos trozos de vida cobren sentido y no desaparezcan sin darles el valor que merecen. No le servirá a nadie, y mañana tampoco me servirá a mí. Pero hoy sí. Una gota más de sangre o un trago más de vino no me hará más daño que el desierto que se abre, y por el que caminaré mucho tiempo sola.
"Quitar el drama, ser consciente, respirar", escuché por ahí. Pero incluso en la oscuridad más negra, no me agarro a gurús, ni a pastillas, ni a hechizos mágicos, aún deseando que algo funcionase de verdad. Perdone usted, señor consejero, pero el drama influye: no es lo mismo que te abandone tu pareja, a que te abandone tu pareja en el altar. No es lo mismo perder tu trabajo que perder tu trabajo cuando tienes que alimentar varias bocas. No es lo mismo un desengaño, que un desengaño tras dejarlo todo.
Sólo puedo abrazarme a la tempestad, con los ojos cerrados, hasta que pase. Haciendo el esfuerzo sobrehumano de no dejarme arrastrar por ella. Pero cuando menos lo esperas suena esa canción de fondo. Retumba en tu cabeza una melodía, una letra maldita, mil preguntas con sus mil respuestas que no te gustan. "Maldigo el paraíso que, cuando se presenta, no dura lo que una estrella fugaz". Ves esa película que te cuenta tu vida. “…Y no sé qué pasó, ni cómo. Pero gracias a dios, o a lo que mierda fuera, la angustia se transformó en dolor. Y con mucho esfuerzo más, logré que el dolor se convirtiera en tristeza. Y después de muchos meses, pude despertarme un día sin sentir que me faltabas. Y estaba todo bien”.
Te maltratas si te encierras, y si sales también. Te maltratas si no comes, y si comes te entran ganas de vomitar. Te anestesias para que te dé sueño y te levantas con dolor de cabeza. Rompes lo que físicamente puedes romper, pero sólo desaparece a la vista. Intensamente feliz; intensamente triste "Porque el querer es vivir con creces".
Y recuerdas a los grandes poetas, esos seres que se inspiran con alcohol y acaban emborrachándose de amor; se van a la mierda la "táctica" y la "estrategia".
Relees la escritura automática de la noche anterior y recuerdas la historia:
Lo primero que hice fue bajar las persianas, meterme bajo las sábanas y esconder la cabeza. Un torbellino de malos sentimientos se apoderó de mí. Rabia, frustración, impotencia, vergüenza, asco. La fase de negación llegó rápido “no puede ser”, “no me lo creo”, “no es verdad”, “no está pasando”. Por supervivencia, llegó la aceptación y con ella toda la angustia del mundo, que tras un esfuerzo grande se fue convirtiendo en tristeza. La tristeza iba unida al sentimiento de soledad, y ahí lloras “a gusto”, y te permites hablarte desde fuera, tranquilizarte a ti misma, entender que las cosas pasan por algo y que algún día sabrás la razón. Dejas de llorar, pero no por ello ríes. En cuanto bajas la guardia un momento, aparece un recuerdo cualquiera como un fogonazo, que te hace sentir otra vez ese pinchazo en el pecho, ese vuelco en el estómago, esas ganas de llorar. Y lloras un poco más. De pronto tomas conciencia del tiempo. Tienes la impresión de que llevas sufriendo una vida… y sólo han pasado 24 horas. Te derrumbas ante la idea de seguir cargando tanto peso insoportable los días venideros. Y sólo quieres dormir, para que pronto sea mañana, y mañana seguir durmiendo hasta que llegue el mañana bueno, en el que despiertes sin sentirte vacía, desganada, sin ilusión. El día en que, por fin, llegue la indiferencia y esté todo bien, y hagas las paces con la vida. Entonces, los recuerdos ya no duelen, sonríes por lo aprendido, por lo vivido, por lo sufrido. Y lo malo te resbala, te da igual, ya no te afecta. 
Así es la vida, o así la entiendo yo. Te da y te quita, te lleva, te trae, te maneja a cada paso que das. Te deja caer sin miramiento y te ayuda a levantarte después. Se hace querer y se hace odiar. Te reta todo el tiempo. Te propone juegos, ideas, metas, ilusiones, esperanzas. Te empuja a arriesgar y a la vez te aconseja que no lo hagas. A veces te acaricia el alma y otras te la arranca de cuajo. Disfruta haciéndote reír y haciéndote llorar. Te azota fuerte con la vara del estricto maestro para que aprendas la lección, y te obliga a practicar saltando sin red. Te ofrece el veneno y el antídoto, te chupa la sangre y se hace donante. Te quiere y te odia. Te deja al libre albedrío y te machaca en los errores. Y un día, cuando se le antoje, te matará. 
Y la realidad es un como un sueño, y en sueños se te presenta la realidad disfrazada de demonio.  Despiertas llorando, pero aún es temprano. Te das la vuelta, pero el sueño tampoco te gusta, y te quedas en un duermevela agonizante, buscando soluciones absurdas. Buscas el clavo que te arranque el clavo que te está matando, aunque sea una puta herida (entiéndase la ambigüedad).
Y perdida del todo intentas buscar tu lugar y no lo encuentras. No está aquí, Tampoco allí. Te ves en tierra de nadie. No hay un plan. Todo pincha. El único lugar feliz ya no es un lugar feliz. Has perdido el norte. Y deseas lo imposible, esperas un milagro, y rezas para que llegue antes de que sea tarde, antes de que ya no lo necesites. Y a la vez, como una paradoja de supervivencia, deseas que ese día llegue pronto.
"Y nada más, a penas nada más..."


















miércoles, 25 de octubre de 2017

La pequeña, pequeña Alicia

Alicia llegó al País de las Maravillas sin saber para dónde tirar, desubicada, sin rumbo. Fue hasta allí atraída por un conejo blanco que sólo existía en su imaginación, y que de pronto un día se volvió negro y terrorífico. Lo más maravilloso de aquel país se había esfumado, y con la tristeza latiendo torpemente en el pecho, salió a caminar por calles que no llevaban a ningún sitio, buscando un azaroso encuentro que le arrancara la pena un rato, o que trajera un mínimo rayo de luz a ese mundo que se tornaba sombrío. Una mano en el pecho, la otra en el bolsillo, la cabeza gacha sin mirar a nadie, pero sintiendo vida alrededor. El eco de sus pasos  retumbaba en su cabeza a cada pensamiento, y cada pensamiento era un golpe en el pecho. “Respira hondo, Alicia”-le decía su vocecita interior -"respira y sigue caminando”.
Se despidió de todo, por dentro y por fuera. El recuerdo de una vida pasada podía borrarlo fácilmente; fuera esa carpeta. Pero el archivo de la memoria no se elimina con un click. Requiere tiempo. Un tiempo maldito que hizo que Alicia odiara de pronto el calendario, con sus infinitos días, y que odiara el reloj, con sus infinitas horas. Si al menos recordara el camino de vuelta…
Temerosa de regresar al agujero negro en caída libre, se esforzó en respirar, se esforzó en razonar, se esforzó en dar otro paso. Y así, paso a paso, llegó. Descorchó una botella, ordenó las palabras, comió algo a duras penas porque oyó la voz de su madre diciendo “Hija, come”, y se dejó vencer por el aplastante peso del mundo que se le venía encima. Tratando de mantener la mente ocupada en cualquier cosa, pasó la primera noche. Anestesiada de vino y con el cansancio que deja el llanto, se quedó dormida entre la basura del ayer acumulada.
Había encogido de tamaño, se hizo tan pequeña que casi desaparece. Pero encontrar el lado de la seta que la hiciera crecer le mantenía viva la esperanza. Y cuando volviera a hacerse grande, saldría ahí afuera, y encontraría al conejo blanco, al de verdad. Aunque en el camino de vuelta se encuentre con sombrereros locos, aunque se pierda, aunque se asuste por momentos, aunque la soledad la coja por los hombros.
Tiempo y  paciencia.
Es un mal sueño.
El rey de corazones (rotos) la despidió, y su última palabra fue un descuidado “Cuídate”. 
Sólo queda despertar. 

miércoles, 18 de octubre de 2017

Aquí y allí

He pasado el mes de septiembre a caballo entre Granada y Madrid. Más en Granada porque los fines de semana estuvimos poniendo "EnZima de Mí" en Microteatro Málaga y me interesaba quedarme cerca. Al terminar el mes, me mudé del todo. Diez días seguidos en Madrid, en mi nueva casa, en mi nuevo barrio, fueron más que suficientes para entender el cambio. Y yo, que ya soy reacia a ellos, no pude evitar sentir los desajustes que conlleva empezar de cero. En Madrid no tengo una casa; tengo un dormitorio y un baño, y mi vida se desarrolla entre ambas habitaciones. El resto del piso es compartido. Ahora escribo desde mi habitación chanera porque el fin de semana pasado tuve bolos en Prado del Rey (Cádiz) y como este domingo tengo otro bolo en La Tertulia, he decidido quedarme por aquí hasta el lunes. Pasar de la estrechez madrileña a la amplitud granadina es un placer inexplicable. Aquí respiro bien, a pesar del asma que me produce mi gato. Allí no toso por las mañanas pero el aire no me llena los pulmones. Sé que eso se llama ansiedad y que es un proceso, y que acabará pasando, pero se hace tan difícil acostumbrarse, que aquellos diez días se me hicieron infinitamente largos y aburridos (salvo algunos momentos puntuales en los que fui feliz).
El regreso a Granada, a mi gente, a mis bichos y a mi trabajo me ha sentado como un bálsamo reparador de la autoestima. Me he sentido querida, valorada, útil... y sé que, aunque en Madrid sobre, aquí hago falta. Cambiar eso no es fácil, pero tomar conciencia de ello ya es un paso. Y ahora que el otoño se ha decidido a llegar por fin, y los días serán más negros y las noches más frías, tendré que estar mucho mejor preparada para afrontar lo que me espera. Porque a mí me falta lo que a otros les  sobra, pero quizás en un tiempo, buscando la paciencia y el optimismo (cualidades de las que carezco) y echándole muchos huevos, pueda decir que hasta yo me sobro.
El domingo me despido de Granada, por un tiempo largo, actuando en La Tertulia.

martes, 10 de octubre de 2017

Si al menos supiera...

... que estaría bien en cualquier circunstancia, pase lo que pase, contigo o sin ti.

Acepto con resignación lo que hay, lo que viene, lo que me ofrecen y lo que me quitan. Y me apuro en hacer lo inmediato antes de no poder. Disimulo el mal olor de lo que se pudre, y no atiendo a ruidos externos. Así tiro y así persisto. Buscando la esperanza en cualquier trivialidad. "La pequeña Graná", la maleta, el whasapp, la lista de la compra y cuatro fotos. No me animo a perseguir quimeras a pesar de la cercanía. A merced de lo que disponga la vida, me refugio en lo poco que tengo esforzándome muy mucho en no necesitar nada más que mi propia compañía.

...Estar bien, genial, fantástica y ser amada incluso en cualquier circunstancia, pase lo que pase, contigo o sin ti.

Alanis Morissette "That I would be good"


jueves, 5 de octubre de 2017

Sin conexión

Aplicable a tantas cosas...
Igual si duermo reconecto (al menos conmigo misma).
¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo va todo? Bien. Avanzando. Adaptándome. Manteniéndome lo más firme que puedo.
Sí... ya sé que no es fácil; sí, ya sé que no estoy sola; sí, todo saldrá bien.
Pero hay que ubicarse. Es un proceso. Hacer lo que he venido a hacer. No esperar nada de nadie. No agarrarme a la felicidad pasajera, incierta, dudosa. Aguantar el nudo en el pecho cuando se ve venir lo que acabará llegando (aunque nunca se está preparada).
Quizá algún día me sienta más libre, y tenga ganas de hacer de comer, y de comer, y de ampliar el mapa y sus habitantes. Quizá un día de estos no necesite más que una ventana (o dos), y el mate a mano y un cigarro de vez en cuando. Y que mi cama sea ésta, y que mi bar esté abajo, y que el tiempo libre no sea destructivo.
Y está el miedo. Miedo a la soledad, miedo a que me venza la desidia, miedo a necesitar lo que no puedo tener y, sobre todo, miedo a sentirme tan al filo del barranco de la tristeza.
Miedo a no bastarme. A compartir lunas vacías de respuesta. Al portazo de despedida. A la falta de "tacto". Una memoria sensorial que amenaza con herir. O que la misma calle que una vez me colmó de alegría, ahora me llore desconsolada.
Encontrarme entre tanto bullicio. Ser yo. Hacer lo que me gusta. Que no se noten las distancias. Que ser pequeña dure poco. Una identidad.
No tener que pedir nada, no mendigar afecto, no aceptar limosnas por compañías.
Hacer el pequeño esfuerzo de calzarme y salir a respirar cuando apriete el aburrimiento. Y seguir sacando la mejor sonrisa (a veces forzada) para no dar explicaciones, para no mostrarme vulnerable, para ser esa idea de mí que no siempre soy.
Esperando un rescate entre aguas saladas y generando lo que puedo para que eso ocurra.
Sin mí no soy nada...