sábado, 20 de noviembre de 2021

19

Anoche soñé algo, vamos a decir, raro. De esos sueños que cuando despiertas los recuerdas, se te quedan en la memoria, y no te sueltan en todo el día. Estaba en Madrid, estaba con un desconocido y hablábamos en un bar. Me invitó a su casa y, cuando traspasé la puerta de la entrada y vi las paredes azules, reconocí el lugar. Yo ya había estado allí con alguien antes y más de una vez; la primera, un día 19. Cuando lo miré, su cara (hasta entonces irreconocible) se transformó en un rostro familiar, aunque no dejaba de ser “otra persona”. Sentí miedo, pero no un miedo aterrador. Era un miedo de alerta, de luz roja al verme en ese sitio. Quería entender cómo había llegado allí y pregunté por su antiguo dueño. El hombre de cara familiar no sabía de qué le estaba hablando; aparentemente, esa siempre había sido su casa, no existía un “antiguo dueño”. Salí corriendo de allí buscando más pruebas. Sí, era el mismo barrio, la misma calle, el mismo portal, no estaba loca… Y desperté. 

Me pasé diez minutos con los ojos abiertos repasando cada momento de ese sueño. No me sentía agitada, ni nerviosa, ni nada… sólo me resultaba curioso y quería entender por qué había soñado eso, o al menos, entender su efecto en mí. Al incorporarme en la cama el efecto me vino de golpe como una bocanada: asco. Sentí una sensación física de rechazo, de repulsión, que no soy capaz de explicar. Y mi primer pensamiento ante eso fue “ya está ocurriendo”, y llevo todo el día intentando alejar ese pensamiento de mi cabeza. Porque aceptar que “ya está ocurriendo” es soltar definitivamente un recuerdo que fue importante para verlo como ahora es (o lo será pronto): insignificante. Y aunque dadas las circunstancias, esa debería ser una buena noticia, siempre me resisto a darle lugar en mi vida a la banalidad. 

A lo largo del día se han ido repitiendo esas imágenes en mi cabeza, sobre todo las del piso, y he intentado ponerme en contacto con la persona que una vez lo habitó, y del que hace demasiado tiempo que no sé nada (desde un día 19), pero de momento no he obtenido respuesta. Seguramente ni le ha llegado mi mensaje. Si supiera lo que está pasando, si supiera que ya está empezando a ocurrir lo inevitable… pero no puedo hacérselo saber. Puede que, aunque lo hiciera, tampoco le importara. Pero yo tenía que intentarlo aun en contra de toda lógica. 

Porque me veo irremediablemente arrastrada por un torrente que me llevará lejos de donde estoy, y en ese sitio no hay recuerdos, ni buenos ni malos, no hay nada por lo que mirar atrás. Lo sé porque he estado allí. Y antes de verme en esas, antes del asco y de la repulsión y del rechazo definitivo, antes de la nada… tenía que intentarlo todo, para no llevarme el rencor a ese otro sitio donde voy a estar tan a gusto que ya ni me importará no haberme despedido de otra manera. Intentar lo que sea para darle sentido a algo que realmente lo tuvo y que tiene otras formas menos tristes de pasar de largo. 

Supongo que es una mera casualidad que anoche fuera 19.