martes, 27 de septiembre de 2022

Gastando semanas

Llegó el otoño hace unos días, y con él, ese “ni frío ni calor” tan ideal y tan cortito. Tras un verano de los más tórrido, con una temperatura corporal insufrible y siestas mojando la cama, nos vamos templando poco a poco. Todo aquello tuvo su parte buena al llevarme al lugar más idílico que mi imaginación pudo inventar, pero hubo momentos en los que temí desconectar tanto de la realidad. No parecía nada sano... Y aún así, seguí recreando esas escenas delirantes cada vez con más detalle, con más color, con más fuerza, con más verdad, con más palabras, hasta que ya no pude sacarle más. Quizá algún día, cuando sea vieja y relea esas historias, pueda volver a aquel lugar, acompañada del fantasma que lo habita, y con suerte, desconectar de verdad de la realidad. Pero ahora no. Aún no somos ni viejos ni fantasmas, y si las agencias todavía se acuerdan de llamarme para algún trabajo, ¿por qué no ir más allá? Es igual de difícil, o igual de fácil… Tanto el “sé que puedo” como el “ni de coña llegaré” los tengo asegurados, pero una se vuelve más optimista cuando ve que sigues estando ahí, que tienes cierta visibilidad. Y piensas que, si eso puede ocurrir, cualquier cosa que imagines podría ocurrir también. Improbable sí, imposible no. Cada vez tengo más claro que todo lo que me pase depende exclusivamente de mí. Aunque los factores externos también jueguen sus cartas, las decisiones son sólo mías, y de ellas dependo (con el vértigo que implica). Y puede que todo lo que tengo en mente ahora no me deje un duro nunca, pero no quiero centrarme en nada más: escribir de vez en cuando, hacer (con suerte) un par de bolos mal pagados al mes, y terminar lo que he empezado, sea cual sea el resultado. Aprendiendo un poco más cada día, absorbiendo lo que me pueda servir en la vida, ignorando aquello (y a aquellos) que no me lo ponen fácil, y escribiéndolo todo para que no se me olvide. 

Y hablando de escribir, entre el monólogo y los distintos guiones, sigo escribiendo para “El Batracio Amarillo”. Éste es el segundo artículo que me publican. La responsabilidad de seguir mandándoles cosas me ayuda a centrarme, y de unas ideas salen otras, y así voy armando el esqueleto de lo que quiero montar en unos meses; en cuanto termine lo que tengo entre manos y que ya va tomando forma. Una forma que todavía no se parece a la que había imaginado, pero que tampoco me disgusta. Teniendo en cuenta que es la primera vez que escribo, produzco, dirijo y monto un cortometraje, tampoco nos vamos a fustigar si se queda en un mero trabajo de fin de curso. Creo que me enfrento a un reto mayor con lo que quiero emprender cuando acabe con esto. 

Empaparme de trabajo me ayuda a no pensar en otras cosas que me ponen más triste. Cosas que, además, escapan a mi voluntad. Cosas que dependen de otras personas que no saben lo que quieren, y ni se preocupan en averiguarlo, tal vez por miedo... Cosas que, aunque me toquen de cerca, están muy lejos de mí. Una vida promedio tiene 4000 semanas, y yo ya he gastado más de la mitad. Que cada cual haga sus cálculos. Porque no es lo mismo gastar que malgastar. Pero eso ya… es un tema aparte.