martes, 23 de enero de 2018

Manchada de azul

Cuando decidí venirme a Madrid había algo muy fuerte que tiraba de mí. Ese algo tan fuerte era a su vez incierto, pero mi instinto quería confiar. Cuando algo me ilusiona tanto no soy de pararme a pensar en pros y contras, no razono, ni mido, ni peso. Voy y lo hago. Eso a veces me ha llevado a sitios mejores, y otras veces me ha hecho recular, pero nunca me he arrepentido de dejarme llevar por la inercia. Ahora tampoco…
Me vine a Madrid, empujada por esa fuerza, para generar cosas y al poco de llegar la realidad me golpeó en el estómago hasta dejarme sin aliento, y surgieron las dudas. Lo que tenía claro dejó de estar claro, la ilusión se desvaneció y todo por lo que luchar dejó de tener sentido. Entré en un bucle de preguntas sin respuesta, de desgana, de impotencia y de soledad. He pasado los últimos meses esforzándome en entender lo que pasaba, y mi principal misión se centró en seguir en pie hasta descubrir qué hacer con mi vida. Esperaba un milagro, así tal cual. Esperaba que, de la misma forma que mi vida dio un giro de 180º de un día para otro, pasara algo, de pronto, que le diera otro giro de tuerca a mi realidad y se acomodara todo, y que yo lo entendiera, y que estuviera conforme con lo que se me ofrecía.
Cuando volví a Granada por navidad comprendí muchas cosas. La ilusión me volvía a llamar desde Madrid esclareciendo mis dudas. No me gustaba lo que me contaba, pero al menos me daba respuestas que, a estas alturas, es lo mínimo que quería. Y en este ir y venir de los acontecimientos he alcanzado la claridad para tomar decisiones, dando pasos muy medidos y sin perder de vista en ningún momento que las cosas son como son y no hay milagros que valgan. Ese pensamiento me ha salvado de equivocarme y me ha ayudado a encontrar la salida del oscuro laberinto en el que estaba.
Ahora sé por qué no encontraba trabajo, ni disfrutaba la ciudad, ni llamaba a nadie. No quería crear vínculos falsos para tener a qué agarrarme porque me faltaba lo más importante, la ilusión. Sin ilusión no funciono, y es fácil perderse. Hoy por fin puedo decir que, aunque no me guste, he encontrado el camino. Ahora sé lo que tengo que hacer. Y, dadas las circunstancias, es algo por lo que alegrarse. Me costaba mucho renunciar y rendirme ante esa lucha contra lo improbable, y ahora que sé que no gano nada, es mejor desertar y estar preparada para mejores batallas, que morir por algo que no lo vale.

Con el alma manchada de azul, el estómago revuelto y todos los temblores del mundo iré cerrando cada puerta sin hacer mucho ruido, tratando de olvidar este delirio y reconstruyendo a pedacitos la ilusión perdida. 

sábado, 13 de enero de 2018

Antideseos

El año nuevo amaneció soleado en Granada, pero no tardó en seguir lloviendo (incluso nevó el día de reyes). No me propuse nada especial para este año, nunca lo cumplo. Además, todo lo que me propongo últimamente me sale al revés, en parte porque no me lo creo ni yo, porque más que deseos son antideseos (necesarios, pero antideseos). Y, sobre todo, porque sirve de poco proponerse cosas que casi en su totalidad no dependen de una. A merced de la vida sigo... echando a cara o cruz el olvido y los recuerdos, la pena y la alegría, Granada y Madrid, mi soledad y tu compañía.

Me llegan señales confusas como pistas camufladas que hay que desempolvar y que siguen abriendo interrogantes. Supongo que cuando sea capaz de ignorar todo eso, veré más claro el incierto destino que me espera. Y entre una de cal y otra de arena voy echando los días, deseando que la normalidad llegue en algún momento para dejar de vivir en los picos, buscando un camino llano sin demasiadas piedras. Pero todo lo que me hace un mínimo de ilusión tiene un denominador común, a su vez causa de alegría y tristeza. Y los escudos invisibles no sirven de mucho, especialmente cuando tienen grietas fáciles de penetrar.

A penas una semana más de "felicidad enfrascada" y estaré volviendo a la calidez de mi sofá, y esta vez espero tener la voluntad suficiente para pasar página. Y puede que entonces sea fácil desconectar la mente, aprovechar un ensayo, disfrutar de un Jim Beam en el Café Central con buena compañía, que no me suene la barriga después de comer, recuperar los 50 kilos, y callar por fin esa voz que trata de confundirme. Lástima que todo esto implique sacrificios grandes, pero si sale bien, puede ser muy liberador romper con todo. Hay quien piensa que lo mío es orgullo, y no lo niego. De hecho el orgullo es lo único que me salva de ser absolutamente patética dentro de este grito sordo del don't let me down. No sirvo para ser el bálsamo del ego de nadie.

Hoy recojo en la memoria las paredes moradas, las dimensiones del sofá, el olor a cañerías, el desayuno con Radio3, la ropa ancha y el pasillo estrecho. El último portazo y el siniestro ascensor. La guitarra, los acordes, los vídeos de Youtube. El vino y el helado. Hoy lo guardo todo bajo llave hasta que se llene de polvo. Un antideseo que espero poder recordar en el momento justo y en los días venideros. Y ya que lo deseado no se cumple, espero que este antideseo de mierda, sí.