domingo, 30 de octubre de 2022

Los dos lados

¿Sabéis esa horrible sensación tan desesperante cuando quieres respirar profundamente y no puedes? Hace unas semanas me pasó seguido, y me agobié muchísimo. Y cuanto más pensaba en ello, menos aire me entraba. El primer día no le di mayor importancia; el segundo me empecé a rayar un poco; al tercero ya lo googleé para ver si me iba a quedar sin aire mientras dormía y la iba a palmar. Soy así de hipocondríaca… como algo me duela, me moleste, o aparezca sin más ya busco de qué es el cáncer, y cuánto me queda para empezar a borrar cosas del ordenador (yo hasta para morirme necesito saberlo con tiempo). El caso es que no me estoy muriendo todavía. Todo lo que encontré indicaba que estaba atravesando un “momento de tensión con brote de ansiedad leve". Tenía todo el sentido. Un cúmulo de carencias me venía ahogando últimamente, y pensé “pues habrá que desahogarse”. Y lo hice. Me desahogué de todas las formas que me pedía el cuerpo, terminé de ver una serie que me estaba influyendo muy negativamente, le puse un horario estricto a mis divagaciones e incorporé a mi vida el saludable hábito de andar. Siempre he odiado eso de salir a andar sin razón alguna, o sea, por deporte. Pero he descubierto la manera de hacerlo sin que me resulte aburrido, que es escuchando música. Ahora ando día por medio con mis auriculares, y hasta que no le doy la vuelta a la playlist, no vuelvo a casa. Y me lo paso bien y todo porque voy haciendo coritos en la cabeza, y traduciendo letras de canciones. Además, andando te pones a pensar cosas. 

Yo he estado pensando que hay caminos reales para solucionar muchos de mis problemas. Y para los que no hay forma de afrontar, ayuda bastante tener atajos invisibles. He estado pensando dónde, cómo y cuándo. Pensando en los olores, los sonidos y las texturas. Pensando en el encuadre de cada plano (la entrada al jardín a través de una enorme cancela de hierro, rodeado todo por un muro de piedra muy alto, con la "secret door" camuflada entre las hojas del parque. Y el recibidor blanco, y la señorial escalera tapizada de rojo a la izquierda, y la cocina enfrente, y el living a la derecha...). Pensando en números: 2.000 km, 1,17€, 42/43, una hora menos, 21 años más... Pensando en canciones, y en la ropa, y en el clima, y en las vistas, y en otros acentos, y en otra cultura, y en otras comidas, y en nombres propios, y en grandes ciudades, y en pueblos pequeños. Y he pensado en risas, y llantos, y enfados, y emociones, y miedos, y dudas, y en la muerte, y en la vida... Y así, con todo tan claro y tan estudiado, vuelvo a casa y me pongo a abrir carpetas, y a rellenar huecos en blanco, y a unir unas ideas con otras, y a construir poco a poco varias cosas a la vez. A partir de ahí, ni siquiera me acuerdo de que ya respiro bien. 

Y ahora que la BBC, y Christian, y los amigos y el Netflix de prestao me envuelven por completo, lo tengo todo más fácil y más a mano para cumplir con mi parte; un par de años por delante para moldear las ideas, para ver qué pasa, para ver si llego, para ver si estás. Entre tanto, mientras la mitad de mi cuerpo tiembla y la otra mitad mantiene el pulso firme (siempre me ha gustado el equilibrio), hay que moverse, construir, trabajar, echar a andar... y respirar. 

Porque puedes negar tus sentimientos o puedes aceptarlos y dejarte ir a donde quiera que te lleven. Yo siempre he elegido lo segundo, para bien y para mal. Así es como se ve la vida desde los dos lados. 




Lunas, y junios, y norias,
la sensación de estar bailando de forma vertiginosa,
cuando cada cuento de hadas se hace realidad.
He mirado al amor de esa manera.
Pero ahora es un espectáculo diferente,
se quedan riendo cuando te vas.
Y, si te importa, no dejes que se enteren,
no te delates a ti misma.