jueves, 23 de febrero de 2017

El cielo en sepia

Queda menos de un mes para que vuelva la primavera ¡OTRA VEZ! pero mientras tanto, el cielo se ha cubierto de polvo y anuncia tormenta de barro. El sol parece haberse llevado consigo el recuerdo del primer invierno que se desvanece en la lejanía del horizonte como humo de chimenea. Un nuevo aire capital trae el carnaval a este duelo, devolviéndome el amor propio que perdí en el camino. Sabes que algo se va superando cuando eres capaz de pensar en otra cosa y que además te guste. Y entre esos pensamientos me recreo ahora, desde mi cómodo sillón de despacho, leyendo por fin cosas satisfactorias (quizá demasiado) y dejando de buscar en los recuerdos. Cuando me aburro salgo, cuando me necesitan voy y, si tengo un rato para mí, me distraigo con trivialidades ociosas, o me enfrasco en la lectura, o miro por la ventana la tormenta. Ya no me hace falta la presencia virtual de quien creía el oasis de mis neuras. Me excito con las pequeñas cosas que me rodean, y si me fallan, tengo mi mano derecha. Quizá en esta postal del cielo en sepia quede un resquicio de ese nombre, pero lo escondo tras la nube negra que fue resbalar por urgencia en un charco de incomprensión y de malas contestaciones.





Ni un gramo de razón le doy 
al egoísmo de habernos "saltado las reglas"
Que yo soy yo con mis defectos 
y tú eres tú con tus miserias.

Sí me atribuyo el mérito a desesperar en silencio 
que más que un mérito es una condena
pero si algo bueno tiene es entender quién soy 
y quién sería si tú no fueras. 



sábado, 18 de febrero de 2017

Bandera blanca

Ha estallado la guerra desde que este fin de semana pasado pasara sin más. Dos días en los que tuve un inoportuno reglazo estrenando obra, una contracción muscular en las costillas, los pies destrozados por los tacones, los bolsillos vacíos del viernes, y el corazón roto del sábado. Y a pesar de todo eso, si algo me dolió de verdad, fue la ausencia indiferente del enemigo, que desde el otro lado del muro bombardeaba mi zona de confort. Y en lugar de contar personas y euros, me entretuve contando los segundos que restaban para armarme de valor y contraatacar. Pero como si de un monólogo de Gila se tratara, había que pedir cita con el enemigo, "¿a qué hora te viene bien que ataque?", "hoy no puedo, estoy ocupado, ¿nos disparamos la semana que viene?". Descargo el arma y estudio maniobras de tiro. No me importa perder tu batalla si con ello gano mi guerra.
Pero hoy, más relajada, más resignada, más "me da igual", pienso en la negociación de un posible armisticio, sin alianzas ni compromisos, terrenos independientes, sellando la paz por escrito, como si nada hubiera pasado (ni lo malo ni lo peor) aunque el frío del plomo se quede dentro.
Allí queda ondeando, en la cima de mis fracasos, la bandera blanca del corazón.


"En pie de guerra 
el mártir y el desertor
el tibio y el kamikaze.
Puestos a desangrarnos
tú contra yo
por qué no hacemos las paces"

J. Sabina


domingo, 5 de febrero de 2017

La trampa del 29

Cuando me levanto por la mañana y el sol inunda mi cama y mi salón, y mis tres bichos respiran, y observo la ciudad a mis pies mientras desayuno... Cuando ordeno las ideas, y empiezo a entenderlo todo, y me enorgullezco de mi propia honestidad... Cuando el todo se simplifica a la nada, y me aferro a esa verdad hiriente que, a pesar de lo hiriente, te devuelve el control... es entonces cuando me siento feliz de ser quien soy. Una felicidad que dura lo que dura la tostada, pero que dadas las circunstancias, es de agradecer.

El lunes me levanté con la tranquilidad suficiente para poder empezar la semana, sabiendo que había dado un paso necesario (pasara lo que pasara a lo largo del día). Salí a media mañana para ir a ensayar a San Miguel. Me olvidé del móvil, me centré en el ensayo, me deleité con las vistas, me bañé con ese sol primaveral que tuvimos a modo de tregua, con sus 18 grados, en tirantes, bebiendo una cerveza artesanal de la vega de Motril. Me zampé un plato "anti-dieta" de pollo con ajos, huevos fritos y patatas, y por primera vez en muchos días la comida me sentó bien. En algún momento llegó la respuesta que esperaba, pero no quise estropear el día tan pronto, y me reservé su lectura para cuando llegara a casa. Tenía un casting por la tarde y me fui a él directamente desde el ensayo con mi compañero. Allí, otro momento "tramposo", al verme frente a tres personas que la vida puso en mi contra en su momento y que ahora debían "juzgarme". Por suerte se lo puse difícil y la tensión duró poco (ayer me enteré que he sido seleccionada). Cuando tomé el autobús para volver a casa pensé que ya era buen momento para enfrentarme a la verdad, y como era de esperar la verdad no me gustó. A pesar de todo, no sentí que se cerrara un capítulo. No lo sentí hasta el día siguiente, cuando se me ocurrió volver a engancharme en los mensajes sin respuesta con la única finalidad de aclarar un punto importante, y eso desencadenó el final de los finales. Un final amargo donde caben muchos sentimientos feos, donde ya no hay ni un mínimo de ilusión, donde la comida sigue cayendo como piedras en mi estómago, y donde no se puede respirar profundamente. Enero ha sido una trampa, y lo único que puedo hacer ahora es quitarme el cepo y seguir caminando sin mirar atrás, dejando que el tiempo empañe los hechos.

Pocas veces en mi vida me he sentido estafada, humillada y patética (todo a la vez). Y lo peor es que ni siquiera puedo culpar a nadie de sentirme así. Puedo reprochar ciertos comportamientos que han desencadenado todo esto, pero en el fondo no hay más culpable que yo. Es conmigo con quien estoy enfadada en realidad. Me va a costar un tiempo considerable limpiar mi imagen, perdonarme, y aceptar que me dejé llevar a una trampa y que no supe reaccionar con sensatez. Mi imperiosa necesidad de expresarme se me ha ido de las manos, que es lo que pasa cuando descubres que no hay quien te escuche (o te lea), y que tus mensajes rebotan en una pared dejándote a ti como único emisor y receptor de tus propias palabras. Y en semejante contexto es fácil caer en la desesperación y perder el norte.

Equivocarme nunca fue tan decepcionante. Me equivoco mucho, muchísimo, pero siempre pensé que equivocarse traía una lección consigo, algo de lo que aprender. No saco aprendizaje esta vez, a menos que el mensaje sea "no te fíes de las buenas palabras si no van acompañadas de buenas acciones", algo que suelo controlar, o intuir, o ambas cosas. Pero esta vez he fallado... Y me cabrea mucho que el objeto de la trampa sea precisamente quien es (con la de gente que hay en el mundo...). Es la primera vez que desearía retroceder en el tiempo para cambiar algo, y mira que he hecho cosas que desearía cambiar, pero si pudiera no lo haría; pasaron por alguna razón. Y seguramente esto también... pero del modo en que ha sucedido todo me toca mucho la moral. Eso es lo que cambiaría: el cómo ha pasado. El hecho de que tuviera que pasar, bueno... alguna razón cósmica habrá, pero no así, joder... Me queda una única carta, pero he jugado tan mal las otras que me da miedo usar ésta. Es más, no creo que sirva de nada.

Del 29 al 29. El principio y el fin. No es año bisiesto, y no habrá un 29 este mes. Me divierten estas ironías macabras que tiene el destino. Aunque lo único divertido es caer en la cuenta de que existen; por lo demás, me parece una broma de mal gusto (vida tramposa...). Creo que el verdadero sentido de la vida es que no tiene sentido. Estamos pre-programados para ir en una dirección marcada de antemano que nos lleva como marionetas de un lado a otro. La propia vida mueve los hilos a su antojo con una finalidad que no estamos en condiciones de entender. Ojalá algún día se me presente en bandeja la oportunidad de escupir todo esto por la boca. Creo que entonces, y solo entonces, me sentiré realmente bien, o al menos en paz conmigo misma. De momento seguiré con esa espina clavada, aunque cada día que pasa la noto menos...