domingo, 25 de junio de 2023

Chin chin

Parecía difícil, casi imposible. Se acercaba el día, se agotaba el tiempo, y apenas escribía una frase decente cada vez que releía alguna idea medio buena entre las muchas notas esturreadas. Ni siquiera era capaz de abrir el documento; me generaba un estrés de la hostia. 

Pero esta semana era la última, ya no podía retrasarlo más. Me puse mi camiseta de "Busy Bee", cambié de habitación y, sólo con eso, di con la fórmula mágica. No he asomado la nariz a la calle en toda la semana (salvo para sacar al perro por la noche), he comido poco para no sentirme pesada, he dormido mucho de noche para no tener sueño de día, y he escrito todo lo que tenía que escribir. Ayer por la mañana le puse fin a un monólogo de quince páginas. 

Hoy era la fecha límite. Un día para celebrar, para cumplir, y para brindar por lo que vendrá. 

Cu later!



domingo, 4 de junio de 2023

Nosotras

La madre de mi abuelo materno no fue una mujer de su época. Conducía cuando no era nada normal que las mujeres condujeran (hablamos de los años 20 del siglo pasado; lo que conducía era un coche de caballos, ni más ni menos). Tocaba el piano, cosa tampoco muy extendida (¿¿mujeres y arte??). Lucía melena corta, algo "atrevido" en un pueblo del sur de Andalucía donde lo normal y "correcto" era enrollarse el pelo en un moño y no llamar mucho la atención. Además, llevaba la contabilidad del negocio de su padre; una mujer trabajando con números y billetes. Mi bisa no era una mujer de su época, era una adelantada, era especial. Tuvo un hijo, y unos años después tuvo otro (mi abuelo), y supongo que encontró razones para entender que ya había hecho todo lo que tenía que hacer, porque a los 13 días de tener a mi abuelo le dijo adiós al mundo (tenía 27 años, esa edad maldita entre los artistas). Mi bisabuelo moriría pocos años después víctima de una estúpida guerra civil. Así, mi abuelo y su hermano quedaron huérfanos de padre y madre siendo dos críos pequeños (mi abuelo sólo tenía 3 o 4 años). Familiares cercanos y lejanos se ocuparon de ellos hasta que fueron mayores, o sea, hasta que cumplieron 18 años (eso era ser mayor en esa época). 

En 1952, mi abuelo conoció a mi abuela, y se casaron en 1956, cuando tenían 24 y 21 años, respectivamente. Él esperó a casarse con ella para poner todo lo que tenía a nombre de los dos, se fueron de luna de miel a Madrid (Punta Cana no estaba de moda en esos tiempos), y empezaron a llegar críos. Mi abuela le dio a mi abuelo seis hij@s. Podían haber sido nueve, pero hubo dos abortos en medio y un niño que murió poco después de nacer. Creo que mi abuelo quería una familia grande porque él no tuvo ninguna (ni grande ni pequeña), y mi abuela estuvo a la altura. Pero criar a seis hij@s, perder a dos y enterrar a uno, no debe ser fácil, y sin embargo, salieron adelante. Mi abuela no se mostraba fuerte, siempre parecía estar al amparo de mi abuelo, que nunca le quitó un ojo de encima ni dejó de cuidarla, porque mi abuela también era especial (de otra manera), y él sabía que ser una mujer especial, y pasar por cosas feas puede pasar factura. Mi abuelo perdió a su madre, pero no iba a dejar que sus hij@s perdieran a la suya. Él vivía para cuidar de mi abuela; ella era todo.

La última vez que lo vi estaba sedado, y ya llevaba un par de días en el hospital la noche en que murió. Entré en la habitación para despedirme sabiendo que era la última vez que lo iba a ver (yo soy como los gatos). Me miraba con curiosidad, como si no me conociera pero le sonara de algo (sólo él sabe lo que habría en su cabeza). Para mí era terrible verlo así, le cogí de la mano y le dije "vete tranquilo, abuelo, y descansa. La abuela va a estar bien, no la vamos a dejar sola ni un segundo". Y ya no lo vi más. No sé por qué me salió decirle eso, pero tenía la sensación de que se resistía a marchar por no dejarla sola. La veía demasiado frágil, y todos creíamos que lo era. Por eso yo estuve allí, en el funeral, con ella, por ella y para ella (como le prometí a mi abuelo). Pero mi abuela era más fuerte de lo que aparentaba. Se derrumbó, claro está. No tenía sentido seguir sin él. Ya lo había hecho todo ella también, ¿para qué más? Sin embargo, aguantó la pena, y la soledad maldita, y el inmenso vacío, y se siguió levantando de la cama cada día durante nueve años más (se dice pronto). Porque tenía 6 hij@os y 11 niet@os, y creo que ella veía pedacitos de mi abuelo en cada uno de nosotros. O quizá porque, en algún momento, se tuvo que recordar que ella no podía irse como lo hizo su suegra. Le debía eso a mi abuelo. 

Las mujeres de mi familia son especiales (y sólo he mencionado a dos), y mi único propósito detrás de toda esta historia, es recordarme a mí misma de dónde vengo, y por qué soy como soy. Y que haga lo que haga con mi vida, está bien, sólo hay que intentar hacer todo lo que has venido a hacer antes de irte (el cuándo y el cómo es secundario). Y a mí me queda mucho por hacer aún. 

Mi abuela hubiese cumplido 88 años el pasado 1 de junio. Yo cumplo años el próximo día 8, y cuando se acerca mi cumpleaños me pongo tonta y me da por mirar para atrás, porque mirar para adelante da un vértigo del copón. Y cuando tengo vértigo pienso en mi gente, y le doy las gracias a mi bisa por sus genes, y a mis abuelos por todo lo demás (en especial, por mi madre), y así, de repente, el vértigo se va. Escribir es mi terapia, mi homenaje, mi salvavidas, mi pasatiempos, mi forma de entenderme y de entender la vida, mi baúl de los recuerdos, mi huella en el mundo, mi forma de hacer reír y mi bálsamo para poder llorar. Y, últimamente, también mi trabajo. El que espero que me lleve a donde quiero llegar, y poder decir algún día que ya lo he hecho todo. Por mí. Por nosotras.