lunes, 27 de junio de 2022

Veraneando en primavera

El final de la primavera nos sorprendió con una ola de calor poco normal. Porque no es normal tener más de 40Cº en el mes de junio. No es normal que la primavera venga con temperaturas del más profundo verano. Pero tantas cosas anormales vienen pasando últimamente… 

Mi cumpleaños tampoco fue normal. El mismo día 8 salí a tomar unas cervezas como cada año. Pero, aparte de "los de siempre", este año se nos unió Sebastiano, el físico napolitano de acento divertido, y un grupo de alemanes que había en la mesa de al lado, que me cantaron el cumpleaños feliz en alemán, y que me hicieron el regalo de reconciliarme con el pueblo germano. Hubo otras cosas poco normales ese día, como alguna que otra baja en las felicitaciones de cortesía. Pero lo verdaderamente anormal vino el fin de semana. La familia toda me organizó una fiesta “sorpresa” (mi madre no sabe guardar secretos) que además coincidía con el cumple de mi tía Patricia. Dos números redondos en un mismo día especial, igual a jolgorio y derroche asegurado. Nuestra tarta compartida no llevaba mi número, ni tampoco el de mi tía. Entre las dos sumábamos un siglo, y era más divertido y menos deprimente, soplar una vela de 100 años (que muy probablemente sea lo última vez que lo hagamos) que recordarnos que nos estamos haciendo demasiado mayores. Total, puestos a soplar una vela, lo mismo me daba una de 100 que una de 40, porque no me identifico con ninguno de esos números. Sinceramente, me queda grande. No me siento "tan mayor". Y no es algo exclusivo mío. La mayoría de la gente que conozco y que ronda, o incluso pasa con creces esa barrera, no los aparenta ni por dentro ni por fuera. Debe ser por eso que dicen de que "hemos avanzado una década": los 30 son los nuevos 20, los 40 son los nuevos 30, y así... Pero una no puede evitar pensar que la batería ya está a la mitad (o menos) y te entra como mucha prisa por hacer cosas. Porque, para bien o para mal, es una batería de un solo uso; no se puede recargar. Y en algún momento se agotará del todo, y se apagará el dispositivo para siempre. Éste es el tipo de cosas deprimentes que habría escrito el día de mi cumpleaños si me hubieran dejado deprimirme a gusto, pero no he tenido tiempo. Me han tenido de lo más entretenida. 

Uno de los muchos regalitos que me cayeron fue una reserva para dos personas (y así Mario ya tenía su futuro regalo de cumple también) en un hotel-SPA de Marina del Este el 14 de junio. Tres días con sus noches haciendo nada. Y fue un acierto grande (a pesar de mis bromas de que es un regalo de vieja total) porque, encima, la fecha coincidió con la ola de calor que en Granada nos estaba abrasando por completo. Y así pasamos de los 45Cº a unos 27Cº en apenas una hora de coche. No sé si es que Marina del Este tiene un microclima propio o era el hecho de estar en un sitio elevado muy cerca del mar, pero de noche había que taparse y todo. En cualquier caso, la estancia fue maravillosa. Descubrí que el bufé libre es un invento del demonio para que mueras de gula, porque había tanto de todo y todo tan apetecible (¡y tan gratis!) que una aplica sin miramientos la ley del pobre: reventar antes que sobre. Y como además era temporada baja y había poca gente, no había que hacer colas ni esperar a que repusieran las bandejas, porque nunca se vaciaban. Menos mal que teníamos media pensión y las cenas podían ser más frugales, si no salgo de allí rodando. 

El SPA también es un invento del demonio (todo lo bueno lo inventó él). Me hice un masaje con envoltura de chocolate que me dejó nueva y relajadísima. La única pega es que el masajista no paraba de hablar. En serio, ¿por qué hablan? Hay luz tenue de velitas de colores, musiquilla de esa mística de las montañas del Buda de fondo, olor a esencias de "eau de me duermo"... ¿tanto crear atmósfera para romperla con comentarios como "tu columna está muy torcida", "tienes muy mala circulación" o "no me odies pero voy a meterte los dedos en el omoplato a ver si arreglamos esta contractura"? Yo, boca abajo y con la cabeza metida en un agujero, lo que menos quería era hablar (o pensar) y me limitaba a responder con monosílabos a ver si así se aburría y se callaba, pero no. "¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas? ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?"... era un no parar. Pero lo más guay de todo vino al final:

-¿Te puedo hacer una pregunta?

-(¡Pero si no has parado de hacer preguntas!) Claro, hombre...

-Es que tú como mujer igual me puedes ayudar.

-(Te pago para que tú me ayudes a mí, no al revés) A ver, dime...

-¿Qué significa que una mujer te diga "me gustan los hombres que me follan la mente"?

-(¡¿En serio?! No me lo puedo creer...) "Que te está mandando al carajo"

¡Por fin se calló! Lo que me dejó disfrutar al menos de diez minutos de masaje con silencio. Al acabar pensé que igual se había enfadado por mi sincera y tajante respuesta, pero supongo que no fue así porque me premió con una toalla y un antiestético gorrito para que me metiera en el circuito de SPA la media hora que quedaba antes de cerrar. Así que con mis pintas de espermatozoide, me paseé por un montón de piscinas con chorros y colorines y burbujitas y piedras terapéuticas. 

Y cuando sales del SPA te vas a la piscina de la terraza del bar y sigues en el agua. He pasado tanto tiempo en remojo que creo que he desarrollado escamas. Cuando no estaba comiendo estaba metida en la piscina. Y en los intermedios me pedía un mojito y me tiraba en la hamaca a leer. De hecho, el final de uno de los mejores libros que he leído últimamente, Los renglones torcidos de Dios de Luca de Tena, me pilló allí. De esos libros que desde la primera página estás deseando saber cómo acaba. No podía irme tres días sin él. Y allí, bajo una sombrilla de paja, me pasaba las horas inmersa en mi lectura, que sólo era interrumpida cuando el equipo de animación del hotel entraba en la terraza a golpe de silbato,  reclutando gente que quisiera hacer actividades tan poco atractivas para mí como echar una partida de dardos, jugar al waterpolo o bailar la samba. Sobra decir que yo decliné la invitación los tres días y seguí leyendo, mojito en mano, con toda la piscina para mí, mientras la gran mayoría se disputaba la final del torneo semanal de dardos. Gloria absoluta. 

Por las noches, me iba con Mario al pueblo o al puerto deportivo a ver cómo viven los ricos. Una noche nos metimos en un bar que estaba hasta el culo de gente, y ya nos habían puesto la birra cuando descubrimos que estábamos en un bar de fachas. Pero exagerado. Todas las paredes estaban llenas de fotos de Franco, banderas de España con el águila imperial y demás lindezas. Casi me atraganté intentando acabarme la cerveza rápido para salir de allí. Aunque para ser justa debo decir que el dueño parecía simpático y ponía unas tapas de lujo, todo lo demás era parafernalia. Así que me relajé un poco y me acabé con gusto mi tubo de cerveza con mi tapa de lomo con pimientos mientras recordaba esa gran frase final de Con faldas y a lo loco. Después, sí, nos fuimos a otro bar. 

Y en medio de esa paz de tres días, donde es fácil (e incluso recomendable) perder la noción del tiempo, empecé a escribir parte de esta entrada que había titulado simplemente "Veraneando", hasta que caí en la cuenta de que a pesar del calor y de las piscinas, aún no estábamos en verano. 






viernes, 17 de junio de 2022

De alemanes y navegantes

Ha sido una bonita aventura formar parte del grupo de "navegantes" que, con dos puestas en escena,  acercó la ciencia a mucha gente a través del teatro, la música y la danza. Si hay algo que me gusta especialmente de mi trabajo es poder conocer a personas tan diferentes a mí, tan ajenas a "mi mundo", que de otra manera no conocería nunca. Y tal vez sea por lo diferentes y ajenos, que yo (pozo insondable de curiosidad) me deleito al conocerlos. En esta ocasión, "La soledad del Navegante" me llevó a trabajar con científicos, y para mí fue una satisfacción gorda descubrirlos, estudiarlos, escucharlos hablar de ciencia con pasión, entender lo que ellos ya entienden sobradamente, y absorber todo lo que eso me aportaba, personal y profesionalmente. Y es muy loco estar un día rodeada de investigadores científicos, y tres días después, de gerentes y directores de hoteles, representantes de marcas, agentes de turismo y organizadores de congresos y convenciones. Muy loco y muy guay, porque hacer amistad con un físico napolitano, como charlar con el director del Alhambra Palace me aporta cosas muy distintas e igualmente valorables. 

El programa "Con-Ciencia" de Canal Sur dedicó un buen espacio a nuestro espectáculo, y se colgó en redes poco después de nuestro último bolo en el Isabel la Católica: Con-Ciencia/Teatro Científico

Unos días antes de viajar a Frankfurt, justo después de terminar el último bolo teatral con los "navegantes", ya tenía preparada la maleta y todo lo necesario para viajar y desempeñar mi trabajo de la mejor manera. Hice el check-in online, me dieron mi bono del hotel (un hotel céntrico cuyas fotos lo mostraban acogedor y bastante en condiciones), un transfer reservado para que me llevara y me trajera del aeropuerto y el material que necesitaba para trabajar en la feria, así como dinero para gastos. Aun teniéndolo todo bien atado siempre puede surgir algún contratiempo; en mi caso surgieron todos y alguno más... 

Día 1: Mi vuelo de Málaga a Frankfurt sale con retraso. En lugar de llegar a las 21:30h llego a las 23h. El taxi privado que debía estar esperándome en la salida no está. Intento localizarlo por teléfono y no tengo roaming. Con el wifi del aeropuerto contacto con España y el taxista aparece 20 minutos después encabronao. Le explico que no era mi culpa, pero fue como hablarle a la pared. Me farfulla cosas en alemán que deduzco que eran insultos. Me hace un recargo de 10 euros por la espera. Le pago sabiendo que habrá reclamación desde España. La calle de mi hotel es el inframundo, el recepcionista es un chaval de dudoso intelecto que para colmo era su primer día allí. Me registro y se le colapsa el ordenador. No sabe solucionarlo. Me pide que espere. Le digo que me salgo a la puerta a fumar un cigarro y me dice que no se me ocurra salir sola, que es una calle peligrosa. Sale conmigo y me invita a un Marlboro. Cuando terminamos y tira la colilla, me la echa encima sin querer. Me pide perdón. Me da por reír ("lo que me falta ya hoy es que me metan fuego" pensé). Mi risa atrae a unos cuantos mendigos que había en la acera de enfrente acercándose a nosotros como zombies sedientos. Nos metemos corriendo en el hotel. El ordenador sigue sin funcionar. Le digo que son las 00:30h, que no he cenado, que estoy muerta de sueño y que me tengo que levantar a las 7:00h. Me ofrece sugus alemanes para calmarme. Un sugus fue toda mi cena esa noche. Me acompaña a la habi y me abre él porque no había podido darme la tarjeta. En el ascensor es cuando me dice que era su primer día (empiea a cuadrarme todo). Me adentro en una habitación vieja (aunque limpia, gracias a dios), y con el wifi del hotel contacto con España y me dicen que por la mañana me buscan otro. Me acuesto enmayá. Duermo 4 horas escasas. 

Día 2: Me suena el despertador a las 7:00h y me quiero morir. Tengo más sueño que to los residentes de un geriátrico juntos. Bajo a desayunar y le digo al nuevo recepcionista que me pida un taxi para las 8:30h. Me dicen desde España que haga la maleta y me la lleve al IMEX; me cambian de hotel. A las 8:30h me llaman a la habi: el taxi está en la puerta. Tardo 2 minutos en bajar. El taxi ya se ha ido. Me piden otro taxi. Una vez dentro, al no tener datos, no consigo encontrar la dirección de la feria. Le pido al taxista que la busque desde su móvil. Me manda al carajo y me grita (en serio, me grita) que me baje. Vuelvo a entrar al hotel y pido que me llamen a otro taxi. El recepcionista, a estas alturas, ya me odia mucho. Aprovecho el wifi para buscar la dire y hacer captura de pantalla. El nuevo taxista me lleva sin problema. Consigo llegar a mi stand y casi lloro cuando me veo rodeada de españoles. Un granaíno apañao me soluciona el tema del roaming: tenía que buscar la red manualmente (me cago en Orange repetidas veces). Durante 8 horas intento mantener la sonrisa pese a mi cara de sueño para atender a los que se me acercaban. Tenemos catering y me hincho de comer por todo lo que no había comido antes. Me tomo 400 cafés para mantenerme despierta. A las 18:00h me voy a mi nuevo hotel que quedaba a 20 minutos andando (yo tardo 35 porque soy un topo). El nuevo hotel es maravilloso. Me doy una ducha y salgo a cenar. Me meto en un turco que me recomendó la recepcionista. No nos entendemos hablando en inglés. Mi perfecta pronunciación de “dinner” el turco lo entiende como que quiero un doner, y al final acabo defendiéndome por señas como si no fuera licenciada en filología inglesa. Regreso al hotel. Siete maravillosas horas de sueño del tirón. Me despierto feliz y contenta.

Día 3: Me voy a la feria con dos españolas más que paraban en mi mismo hotel. Esta vez sí tardamos 20 minutos porque ellas no eran topos como yo. Ocho horas después, y con mejor aspecto, regreso a mi hotel. Decido hacer turismo por ser el último día. Me voy caminando al casco histórico. Tardo una hora en llegar. Encuentro el río Mena con su Puente de Hierro y me doy un garbeo por los lugares turísticos. Ceno en una hamburguesería cuyo dueño era español para no tener que escuchar más a un alemán. Regreso en taxi al hotel. Me dicen desde España que el taxista privado me tendría que recoger en la puerta a las 5:20h para llevarme al aeropuerto (mi avión salía a las 8:00h), pero que como he cambiado de hotel, les quieren hacer un recargo (¡otro!). Me dicen que es posible que estos chorizos no se presenten, que me pida un taxi en recepción. Me acuesto a las 00:30h. Me levanto a las 4:30h. Otra vez 4 horas de sueño en el cuerpo. El taxista no aparece. Me pido un taxi a las 5:30. Me clava 35 euros, pero me deja en mi terminal. Hago el check-in, y me salgo a fumar a la puerta antes de pasar el control de seguridad. Se me acerca un alemán y me dice, tal cual suena: “¿folla?”. Le digo (en español) que tengo que embarcar, pero que si es algo rápido me vendría bien pa desestresarme. Me río yo sola, porque él no se entera de nada, claro. Una vez más la mímica nos salva, y cuando me hace el gesto de encender un mechero, entiendo que me está pidiendo fuego; “folla” (juro que se pronuncia así, se escriba como se escriba) significa “fuego” en alemán. Cuando ya creo que me puedo relajar, paso el control de seguridad y una alemana de mierda me grita (de verdad que gritan todo el tiempo) que tengo que poner los pies en las marcas y levantar los brazos por encima de la cabeza. Le digo que me hable en inglés y la entiendo todavía peor. Y seguía gritándome. No le doy un puñetazo porque no quiero ver ni de lejos una cárcel alemana. Al final, entendí lo que me pedía porque vi un dibujito, si no sigo allí todavía. Estaba a punto de llorar ya cuando me dice otro tipo “hjdhdfdfftbjdjksjdj” mientras me sacaba la botella de agua del bolso de mano. Le dije en perfecto español que se la metiera por el culo. Mi avión a Málaga también sale con retraso, pero sólo de media hora. Cuando pisé suelo español se me dibujó una sonrisa en la cara y lo último que quería era volver a escuchar a un alemán en mi vida. Y justo se me acerca un señor (alemán) para preguntarme vete tú a saber qué. La Beba de siempre le hubiese respondido amablemente, pero tras la odisea alemana, Beba se volvió muy poco amable y le respondió “Estamos en España, caballero, no entiendo lo que dice”, me preguntó si hablaba inglés y le dije (en español) “pues por lo visto no”, y seguí mi camino. 

¿Que si me lo he pasado bien en Frankfurt? Hostias… pues la verdad es que sí.