viernes, 25 de marzo de 2022

Pero sin prisa

El cielo ha vuelto a lucir hoy color champán después de una nueva rociada de polvo sahariano que ayer azotaba con fuertes vientos los cristales de este noveno que habito, dando la impresión de que íbamos a perder el techo en cualquier momento. Esto unido al covid (leve por suerte) de un compañero, nos obliga otra vez a posponer el rodaje a la semana que viene. 

La parte buena es que un colega tiene un equipo de cámara con estabilizador estupendo que me cede a cambio de un café y un ratico de charla, lo que nos facilita las cosas una barbaridad, y además, tengo el finde libre para limpiar los cristales de barro. Y tener tiempo libre es casi un lujo del que aprovecharse bien, porque hasta junio tengo el panorama ajetreado: dos bolos de teatro, tres rodajes, un concierto y un trabajo de edición de vídeo que me han encargado (sin contar con que también tengo que montar mi propio corto). Pero teniendo en cuenta que todo esto es curro y necesito pasta, aunque venga tarde y a goteo, se agradece el full-time. 

Con vistas a verano, que suele venir más relajado en todos los sentidos, ya estoy pensando en la adaptación de un cuento corto al que le tenía ganas desde hace tiempo. Un nuevo quebradero de cabeza de los que tanto me ponen. Me gustaría decir que seguiré escribiendo por encargo, pero eso es algo con lo que no cuento de momento por motivos que, por ahora, son meras sospechas.

Y a pesar de la lluvia y el viento, estamos otra vez en primavera. Qué lejos quedan ya los relojes parados, y qué cerca se ven, tras el cristal limpio, los acelerados designios de los nuevos tiempos. 

Vamos deprisa, pero sin prisa, que esto aún no ha acabado. 

jueves, 17 de marzo de 2022

Romántica mente

(…) Desde el sofá de mi balcón, viendo el atardecer de un invierno teñido de primavera, con el olor dulzón de los frutales, y los colores del mejor y más brillante de los equinoccios, Miki ronronea sobre mi regazo y Chulo apoya su cabeza en mi pecho. Una vez más, algo que no es bueno, a mí me hace feliz. Porque no es bueno que haga calor cuando debería hacer frío, ni es bueno que apenas llueva, ni es bueno lo que todo esto significa: cambio climático con consecuencias que pueden cambiar el rumbo de la vida tal como la conocíamos hasta ahora. Pero, como digo, aunque no sea bueno, ni normal e incluso aunque sea preocupante, ver cómo el invierno ha pasado sin pena ni gloria y ya vuelve a hacer buen tiempo a mí me pone contenta. Tal vez porque no me gusta el frío; tal vez porque la primavera es mi estación preferida; o tal vez porque el año pasado el invierno duró demasiados meses. Sea como sea, no puedo negar que me deleito en los cálidos atardeceres naranjitas, y que de vez en cuando, esa placentera sensación me chiva cosas al oído que nadie entendería (ni siquiera yo al cabo de un rato). 

Escribí esto a mediados de febrero, cuando las condiciones climáticas de entonces me abrían la posibilidad de empezar a rodar mi corto. El 22 grabamos los primeros planos: 22-02-2022, una combinación bonita. 

Creo que a veces la vida te llama a que hagas lo que tienes que hacer, todo lo que has venido a hacer. Y una piensa que está en el camino adecuado cuando lo entiende, y lo lleva a cabo. Y al mismo tiempo, se ve cada vez más cerca del final (“hazlo antes de irte”, parece susurrar una voz...). No es difícil imaginar que a algunos se les pase algo raro por la cabeza y por el estómago, pero supongo que eso a mí no me incumbe. Aquí dentro funciona bien, me basta con eso por ahora. Con miedo pero con ganas. 
Sentí lo mismo cuando empecé a escribir artículos y cuando escribí el reportaje. Cuando haces cosas por primera vez, la inseguridad y la ilusión se cogen de la mano. Sentí lo mismo aquel octubre del 17 sobre mi primer escenario, o aquel agosto en una cama de hospital, o aquella noche de concierto en el Albaicín, o en todos las audiciones por las que he pasado. Sentí lo mismo aquel 19 de marzo bajo el cielo de Madrid. 
Siempre ganó la ilusión. 
Y por lo visto, mi subconsciente es aún más romántico que mi mente consciente que, aunque siempre se permite soñar a lo grande, últimamente sólo absorbe pesadumbre. No hemos acabado de salir de la sexta ola del coronavirus cuando estalla la guerra entre Rusia y Ucrania con las consecuencias que ello conlleva: subida de precios, escasez de productos, huelga de transportistas, crisis humanitaria, la amenaza de un conflicto global... sin hablar de la muerte y destrucción que toda guerra lleva impresa y que te encoge el corazón y el estómago. Pero en alguna parte de mi subconsciente la guerra se mezcla con la paz, y parece que el amor perdona sin querer ante la muerte, y se agarra a esa espalda imperfecta como único y deseado refugio. Hasta que abres los ojos y la realidad sigue siendo la que es. Ese escenario frío y descorazonador donde nada es para siempre salvo el odio y la inquina. 

Desde este lado del mundo, no siendo más que una mera espectadora de lo que pasa ahí afuera (ya sea en Ucrania o en la acera de enfrente) yo me ocupo de mi y sigo fiel a unos planes que bien pueden cambiar mañana, o acabarse del todo en un segundo, porque qué sabe nadie lo que pasará dentro de un segundo... De hecho, he tenido que cancelar tres veces el rodaje por cuestiones climatológicas. Necesitamos sol para la mayoría de escenas y marzo se ha presentado lluvioso y sin tregua. Y cuando no llueve, cae mierda naranja del cielo por la calima de los últimos días, pintando el cielo de marrón y mis cristales de barro. Y mientras tanto, mi casa es una leonera reconvertida en set de rodaje esperando el momento de grabar. Veo a Roberto Brasero más que a mi madre. 
Cuando se pueda retomar el trabajo, otros inconvenientes podrán surgir, seguro, y seguirán siendo nimiedades al lado de tanta barbarie. Y yo sólo podré seguir adelante como lo he hecho hasta ahora, tirando (despierta o dormida) de mi romántica mente.