domingo, 22 de abril de 2018

Ahora

Todo lo bueno llega cuando no lo esperas (puede que lo malo también). Bajo mi cama yace el último deseo a punto de caducar. Estamos solos, y sin embargo más libres que nunca. Caiga quien caiga, incluso si caigo yo, nihilismo por bandera en esta carrera de obstáculos. Ni siquiera una improbable (que no imposible) tregua se concede. Será que no hay nada en lo que creer, porque a unas horas de que acabara el juego, ya me quedé sin monedas. Lo que ha pasado y lo que pasará son el sinsentido de hoy, que me lleva a la total renuncia del pensamiento. Volveré soñando de nuevo cuando sea otro el objeto que despierte mi interés, y entonces podré hablar de lo que ahora no puedo (aunque tenga gente esperando; más espero yo).
El trabajo me devolvió al mundo en el que quiero quedarme, especialmente ahora, sabiendo todo lo que sé, consciente de la levedad del tiempo, dispuesta a reciclar los escombros que he dejado a mi paso transformándolos en lo mejor que me ha pasado, y rescatando a mi ritmo a las personas que se perdieron en el camino y que, a pesar del tiempo transcurrido, siguen ahí en la sombra, preocupándose por mí. No hay razón. Las cosas que escribo me reubican y es un ejercicio que hago desde un estado previamente alterado. Fuera de este blog sigo cantando en los bares, y hago chistes malos, y me abrazo a desconocidos, y me río hasta de Janeiro.
Tras hacer los ajustes necesarios, me desvinculo temporalmente de redes sociales, que de poco me sirven en estos momentos, y me centro en otras cosas de mayor importancia. Mi whatsapp sigue activo por si tengo que salir pitando a donde me llamen, pero poco más. Lo que queda de mes me lo tomo con agua salada y arena, con vino y música y con la expectación de ver lo que le queda por pasar a Walter White (¡no puedo parar!).
Ahora, especialmente ahora, amenazo con volver.

domingo, 15 de abril de 2018

Cero bloqueos

Siendo ya más tarde que pronto he resuelto desconectar para conectar con algo más. No sé si lo conseguiré pero tengo mucho que desbloquear. Desbloquear la garganta para que salga la voz y no se atore la comida. Desbloquear la mente para centrarme en algo que merezca la pena. Desbloquear el cuerpo, tan encogido en sí mismo, que ya no reacciona a estímulos, y los pulmones, que no quieren respirar. Un millón de palabras para un único pensamiento que bloquea también la creatividad. 
Entendí lo que pasaba de la forma más absurda. Un momento de iluminación lo oscureció todo y supe que no había nada más. Que la última vez no dormí bien, tenía frío y mi cuerpo no respondía porque las palabras no son lo que significan, sino lo que quieren significar. Que la verdad sólo es verdad si te la crees, y antes de creérmela me aferro a una última ocasión de cambiar algo, aunque el escéptico le gane la partida al soñador. Y el soñador pide desobediencia y la adereza con lo que haga falta, porque soltar la mano que nos agarra es abandonarnos a nuestra suerte, y para eso, no hay prisa. Que entonces tendré que aprender a leer la letra pequeña del contrato para evitar el maltrato, y firmarlo con la única condición de que no haya condiciones. 

Ayer tuve el primer bolo en cinco meses, y el miércoles, cuando termine el que me queda, me voy al sur del sur a sumergirme en el Mediterráneo. Es lo bueno de tener un piso vacío en la playa. Allí me quedaré el tiempo necesario antes de volver a pisar Madrid. No puedo evitar acordarme de aquel ojalá, y ojalá que junto al mar esté la salvación. Puedo imaginar el desenlace, al final tan simple y absurdo como la vida misma. Todo volverá al punto de partida y el azar invertirá los papeles (a ver cómo nos defendemos ahora). Y aunque no hay refugio que me esconda, allí al menos estaré sola con "mis cosas", con la verde evasión, la guitarra y mis películas, el móvil, el portátil, "Breaking Bad" y el libro de la sabiduría. Puede que arregle la bici, que me acerque al pueblo a tomar algo, que me desnude en la playa, y que compre un vino bueno y ese vestido rojo. 
Para bien o para mal, la capacidad de sentir no me abandona. Y escuchando cosas como las que escribe C. B. casi que me alegro. Que aunque sus iniciales sumen cero para mí, como el título del poema que me puso la piel de gallina, este chico es de diez. Hay que ser valiente para abrir el alma y compartir todo un mundo interior aún a riesgo de que hagan caso omiso, o te tachen de "intenso", o desprecien tus palabras. Por suerte no fue así, y que un poeta gane un concurso de talentos, es de un mérito indiscutible. Es un premio también a la emoción. La misma que yo, durante mucho tiempo, estuve censurando. Mientras se puedan escribir cosas como ésta, qué más da que te rompan el corazón... 


  "Cero" César Brandon