sábado, 31 de octubre de 2020

Es lo que hay

Hay multitud de nuevos contagios, asintomáticos con secuelas y fallecidos, directa o indirectamente, por la Covid-19. Lo llaman segunda ola, pero es la misma ola de marzo, que durante el verano intentamos surfear, pero que finalmente nos ha acabado arrollando.

Hay nuevos confinamientos, toques de queda y cierres de establecimientos(en demasiados casos, permanentes). Hay más despidos, más paro, más desesperación, más hambre, más lágrimas, más disputas, más incertidumbre, más violencia y más gritos. Y hay menos ayudas, menos soluciones, menos coherencia, menos esperanzas y muchísimos menos abrazos. 

No hay visión de futuro. Nadie sabe qué va a hacer mañana (mañana, literalmente), porque todos los días cambian las normas, las permisiones, las libertades.

Hay una pandemia. Y en medio de ella nos encontramos. Y en este contexto caótico, nuestras vidas, inciertas, siguen adelante, haciendo como que viven, pero con más de una carencia.

En mi caso, paradójicamente, el caos yacente en el extrarradio de mi mundo, me supone una inexplicable paz interior. Pero muy, muy interior; en algún lugar mucho más profundo de donde se encuentra la necesidad de trabajo y dinero. Es una sensación extraña, pero tiene su lógica. Cuando dentro de ti hay tormenta, no importa lo bien que funcione todo a tu alrededor; la alegría está por ahí fuera y no la percibes. De la misma manera, cuando brilla el sol en tus ojos, si el mundo entero se desmorona, tampoco te afecta.

Puede parecer egoísta, pero yo me tengo que seguir ocupando de mí misma, y gestionar mi tiempo y mis sueños, pase lo que pase en otros rincones del mundo. Lo cual no significa que no me importe o que no me afecte. 

Con pandemia o sin pandemia, con crisis o con abundancia, mis necesidades, mis metas y mis ilusiones siguen siendo las mismas, y nadie más que yo, puede trabajar en ellas. Dentro de este panorama tenemos nuestras propias batallas que librar. Batallas contra el hambre, contra la enfermedad, contra el aislamiento, contra la falta de ilusión por la vida. Y en el intento de llenar los vacíos de cada uno, vamos tirando de este carro, con más o menos alegría.

En mi caso, me hablan de dignidad y honestidad, de valentía y paciencia, de principios y plazos y “cuentas atrás”. Me hablan de entender, de ser razonable, de tener fe. Me hablan de cosas obvias, tan obvias que las pasas por alto. Y me hablan de magia… la única palabra que consigue llamar mi atención.

Las jugadas, los faroles, las estrategias sólo doblan la apuesta, ponen nervioso al contrincante, pero no hacen que ganes la partida. Y yo que siempre juego a ganar, sé que en algún momento tocará decir que no voy. Y cuando ese momento llegue, aparecerá una nueva puerta que atravesar. Y lo haré volando desde mi colchón, y le daré al cuerpo esa tregua que me viene pidiendo a gritos. Y cambiaré de hábitos y de pensamientos, y me esforzaré por darle la vuelta al universo.

Ya no tengo que preguntar qué pasa. Ya no hay curiosidad por saber más. Porque, por fin, después de tanto tiempo, esa pregunta la puedo responder yo misma.

Mientras tanto, que siga lloviendo si quiere, que yo me agarro a la música para refugiarme del frío, para olvidar que todo tiene un final y hasta para camuflar lo que nunca te digo y lo que no quiero escuchar. Porque, a veces, cantando se dice la verdad, aunque esa verdad no sea de este mundo.

Vamos a tragar saliva porque... esto es lo que hay.