viernes, 29 de noviembre de 2019

32 horas con Montxo

Tuve que darle muchas vueltas antes de decidirme a hacer un curso de dos meses en Madrid. Al precio del curso tenía que sumarle las idas y venidas de autobús cada martes, lo que incrementaba la suma en casi el doble. Luego pensé que, si estuviera viviendo en Madrid durante esos dos meses, me saldría más caro aún, así que a nivel económico no era tan descabellada la idea. La paliza de viaje podría ser llevadera si tuviera dónde alojarme los martes por la noche y así poder regresar al día siguiente más despejada, y supuse que mis amig@s de allí me acogerían si iba saltando de una casa a otra cada martes para no dar el coñazo muy seguido a la misma persona. Y el empujón final me lo di yo misma con la idea de que hacer un curso en una buena escuela de Madrid, con un gran profesional del cine, no sólo era un punto importante para mi currículum y para mi formación, sino que además era en lo que yo quería invertir el dinero que gané en el concurso. Después de eso, se me quedaría la cuenta temblando, pero bueno, es su estado natural... y yo me lo tomé como una buena inversión. Ahora que ya ha terminado todo, no puedo estar más satisfecha de haber tomado esa decisión.

Trabajar escenas a la orden de Montxo Armendáriz, que comparte el mismo método que yo a la hora de interpretar, me ha reafirmado en mi condición de actriz. Una buena interpretación sólo es buena si es creíble, y para que sea creíble "sólo" hay que recurrir a la memoria emocional, y eso a mí siempre se me ha dado bien. Sobre todo porque lo que hemos trabajado son escenas dramáticas, y el drama y yo nos damos la mano a menudo... Incluso aunque la escena no tenga nada que ver con algo que te haya pasado a ti, basta con saber cuál es la emoción que debe primar en la escena para que la busques dentro y la traslades, así de "fácil". En mi caso, emociones como la frustración, el desencanto o la desconfianza las tenía muy presentes y me bastaba con mirar a mi compañera, pero ver en mi cabeza la cara de otra persona, para expresar lo que sentía de verdad. Y lo sentía de verdad. Y eso es interpretar. Algo que yo ya sabía, pero que no sabía que lo sabía hasta que hice este curso. Por supuesto que no me salía bien a la primera (en la interpretación entran muchos más matices a parte de la emoción primaria) pero con las cuatro aclaraciones del director, me salía bien a la segunda.

Cuando un director dirige a los actores, se nota. No todos lo hacen. Yo pocas veces he recibido instrucciones cuando he rodado algún cortometraje. Tenía que montar los personajes a mi manera, sin saber realmente lo que querían transmitir, y siempre acababa poco contenta con el resultado. Al equipo les da un poco igual eso mientras digas tus frases donde las tienes que decir (les preocupa más la parte técnica que la artística), pero para una actriz es bastante desalentador. Montxo sí dirige a sus actores cuando va a rodar una película, aunque me temo que yo no tendré el privilegio de que lo haga conmigo (¡eso sería un sueño!), pero me queda la satisfacción de que lo haya hecho durante el curso.

Cuando grabábamos una escena y la veíamos después para analizarla, l@s compañer@s me veían bien, Montxo me veía bien, y yo me veía horrible siempre. Y no me refiero a la emoción, que eso estaba, ni al personaje, que también estaba, sino al hecho de verme a mí misma desde fuera como se supone que me ven los demás. Vale que la luz era mala y desfavorecía muchísimo, pero verse a una misma y gustarse no lo llevábamos bien ninguno. Montxo nos recomendó grabarnos diariamente con el móvil mismo, hablar a cámara, y vernos después para acostumbrarnos a nuestra propia imagen. Creo que eso es lo que peor llevo, así que tendré que hacer el esfuerzo para no juzgarme tanto. Supongo que haciendo ese ejercicio me acabaré gustando, como me acabó gustando mi voz a fuerza de grabaciones, porque con la voz pasa lo mismo que con la imagen; cuando la escuchas desde fuera, no te reconoces y la odias. Tendré que empezar a reconocerme físicamente y preocuparme sólo de transmitir la emoción pertinente. Ese es el trabajo que me autoimpongo a partir de ahora.

Existe la posibilidad de retomar el entrenamiento actoral con Montxo a partir de marzo (esta vez de marzo a junio, ¡cuatro meses!), pero es pronto para valorar la idea de hacerlo. Necesitaría mucho más dinero del que tengo ahora y mudarme a Madrid ese tiempo, porque no pienso subir y bajar cada semana durante cuatro meses (dos ya ha sido suficiente). Más adelante le daré vueltas porque dependerá de varios factores, pero así, a priori, la idea de seguir trabajando con semejante maestro me tienta muy mucho.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Mientras dormimos

El otro día, en algún lugar entre Granada y Madrid, tuve un sueño. Es curioso, porque no suelo soñar cuando viajo en autobús donde más que dormir, vas dando cabezadas, pero ese día dormí profundamente casi todo el viaje. Sólo me desperté un momento cuando el gilipollas que tenía delante reclinó su asiento sin avisar y me aplastó la rodilla. Pero ni siquiera desperté del todo, sólo lo suficiente para farfullarle algún insulto entre sueños. Volví a caer en segundos, y ésta es la parte del sueño que recuerdo. Fue como un sueño "a tiempo real" que supongo que es lo que hace que te descoloques tanto al despertar.
Estaba viajando en ese mismo autobús y a esa misma hora. En una parada técnica (que el autobús real no hacía pero el de mi sueño sí) nos metimos todos los pasajeros en un lugar parecido a una sala de espera gigante con pasillos largos como los de un aeropuerto. Y ahí lo vi. Viajaba en el mismo autobús que yo y no me había dado cuenta hasta ese momento. Se sentó a mi lado y nos miramos sin decir nada. Justo ahí, apareció mi madre en escena. Lo que ella me dijo era de suma importancia pero irrelevante para mi historia. Básicamente, no podía asimilar la información que me estaba dando teniendo al lado a quien tenía, y que para mí era lo único importante en esos momentos. Y así, sin más, mi madre desapareció de mi sueño dejándome a solas con él. Cuando tuvimos que volver al autobús, me agarró la mano y la apretó con fuerza. Luego, la soltó y se fue sin mirar atrás. Tuve la sensación de que se estaba despidiendo de mí. Ya en el autobús, lo observé desde lejos y no estaba solo. Lo que vi me dolió como si hubiera ocurrido en la vida real. Y cuando la sensación de realidad se hizo insoportable, desperté. Tardé unos segundos muy largos en darme cuenta de que lo había soñado todo. Entonces, y sólo entonces, pude sentir el alivio que se siente cuando despiertas de una pesadilla horrible. "No estoy preparada para esto", pensé mientras recuperaba la conciencia tratando, a la vez, de borrar de mi mente la imagen de la chica perfecta que yo nunca fui. Me incorporé en mi asiento y no volví a cerrar los ojos.
Me puse a pensar en todas las cosas que pueden pasar mientras dormimos. Como lo que ocurrió un par de semanas antes, cuando a las 6:30 de la madrugada me llegó ese mensaje tan anhelado y que yo no supe hasta que desperté y encendí el móvil bien entrada la mañana. O como tantas veces que yo, en mi vigilia, he escrito mil cosas para después romperlas o he iniciado conversaciones que nunca envié, y todo eso, cuando tú dormías. Y no sé qué estarías haciendo tú mientras yo trataba de despertar de esta última pesadilla, porque ese día no tuve noticias del más allá, pero sé que están pasando cosas todo el tiempo y que a veces nos afectan directa o indirectamente. Y sé que me quedan dos días más para averiguar qué es lo que quiero. Y durante ese tiempo, aunque la opción de no hacer nada parezca ser el mejor camino, seguiré durmiendo con el móvil y los sueños muy cerca de mí.
A veces, mientras dormimos, la realidad puede cambiar (para bien o para mal).