miércoles, 29 de noviembre de 2017

Madricidio

Hace un par de semanas, la soledad y el deseo unieron fuerzas y me tendieron una trampa típica de sábado noche mezclada con alcohol. Y como si no fuera consciente de mis actos, e ignorando la realidad, me vi a las doce de la noche buscando el oso y el madroño entre la multitud. Sol en la oscuridad, aunque sólo durase un rato. Con el día de frente y la gente feliz alrededor, regresé vencida a casa, y lo único que me impidió coger un autobús fue el compromiso que tenía al día siguiente.

Mi amigo Álvaro tenía dos invitaciones para asistir a la gala de los premios "Actúa" que organizaba  AISGE en el Teatro Apolo, y me invitó a acompañarlo. Era uno de esos actos en los que la gente del artisteo se junta, se conocen, crean vínculos y se visten de guapos. Ojalá tuviera una gala por semana, porque sí que se conoce gente del mundillo y soy de las que piensan que las mejores oportunidades surgen en los actos sociales con una copa de por medio. Además, ponerse de guapa, mola. Y la bebida gratis y los canapés, también. Esa misma noche, mi pasado volvió a dar señales de vida y por un momento se me ocurrió la estúpida idea de dejar la puerta abierta. Quise cerrarla dos días después, pero la necesidad de contacto humano, la risa y este corazón cansado de llorar me empujó a callar lo que duele y me regaló otra rosa nocturna con espinas.

"No te alejes tanto". Esa frase se me repetía en la cabeza una y otra vez mientras volvía a Granada. Y ahora aquí, en esta oportuna soledad de una semana, sin ruido, sin tentaciones, arropada y tranquila, sigo dándole vueltas a esa frase. Con el quiero y no puedo, con el puedo y no debo, trato de encontrar la claridad para saber qué hacer. Sólo una vez en mi vida me vi tan perdida, parada en medio de un cruce de caminos sin saber cuál tomar. Pero aquella vez fue más fácil vislumbrar el rumbo porque sólo tenía que preocuparme de eso; todo alrededor estaba tranquilo. Ahora no. Ahora, las decisiones que tome se llevan consigo un montón de cosas, y no sé a qué renunciar. Sé que todo esto pasa porque la mente y el corazón no se ponen de acuerdo, y hay días que me levanto más cerebral y lo tengo claro, pero al día siguiente toman partido las emociones y la lógica se va a la mierda, y vuelvo a la casilla de salida.

Puede que esté perdiendo el tiempo, alargando el sufrimiento, acomodándome en la incertidumbre y agarrándome a una felicidad efímera. O puede que esté siendo sensata, calculadora, y frívola por una vez. En unos días estaré regresando a Madrid a volver a abrir heridas, a volver a enfrentarme a la nada, a darle otra oportunidad a la esperanza. Un madricidio necesario antes de "alejarme tanto".

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Una deuda pendiente

Después de arrastrarme al ojo del huracán, engañada con la promesa de una vida mejor, de la ilusión de empezar de nuevo, de crecer, de encontrarme… y de encontrarlo.
Después de destruir con malas artes el suelo que me sustenta y las alas que me elevan.
Después de borrar con la mano la estampa que dibujé con mi sangre, y tirarla a la basura como si se tratara de un papel viejo y sin valor.
Después de lanzar el rayo aniquilador sobre el techo de mi casa, dejándome a la intemperie, sin refugio, sin calor, sin comida y sin agua.
Después de ponerme al borde del precipicio, bajo la incesante lluvia sin ánimo de escampar, con el barro hasta los ojos y el abismo como único salvación.
Después de enseñarme la monstruosa cara deforme y gris del miedo asaltándome en cada esquina.
Después de la eterna tormenta que me impide levantar la cabeza, mover un músculo, abrir los ojos.
Después de la soledad, la desidia, el desapego y la incertidumbre.
Después de sumergirme la cabeza en el mar de la melancolía hasta dejarme sin aire.
Después de arrancar de mi lado los oídos que me escuchen, las bocas que me hablen, las mentes que me entiendan, los cuerpos que me abracen.
Después de cambiar mi lienzo y mi paleta de colores por un triste papel y un lápiz.
Después de arrebatarme la voz para gritar y que ahora sólo sea un hilo de lamento que se ahoga en la almohada.
Después de convertir toda mi música alegre en acordes menores.
Después de mandarme al frente sin escudo y sin armas para defenderme.
Después del golpe demoledor que me has propinado sin miramiento, y tanto latigazo en la espalda cuando me intento levantar.


Después de todo esto… sabes, vida,  que me debes una. Y aquí te esperaré para cobrarla. En mitad de este cementerio, al borde de este abismo, ahogándome en este mar, perdida en este desierto, desarmada en esta guerra.  

jueves, 9 de noviembre de 2017

Pero a tu lado

Yo que siempre he sido de pensar antes de actuar, y de actuar mandando a la mierda lo que he pensado, hace unos meses "despensé" venirme a vivir a Madrid. Una ciudad que se me antojaba  colorista y llena de luz y que de un segundo a otro se presentó como una estampa en blanco y negro; ni luz, ni color ni ganas de buscarlo. Un cementerio de recuerdos engañosos en cada esquina de Delisaña. En dos semanas como dos lustros, he tenido que buscar los motivos para seguir aquí, y los voy encontrando en las pequeñas cosas, en las personas que sí están ahí, en la creencia ciega de que todo ocurre por alguna razón, y en la tranquilidad de que el sur queda a 5 horas de autobús.
Empecé desde dentro, haciendo de mi cuchitril un lugar acogedor y asomando la nariz por la ventana cada día un poco más. Creando un entorno propio donde sentirme segura y a salvo, aunque la mente traicione a veces. Un día toqué fondo y pedí que vinieran a por mí, pero en esos momentos alguien me escribió para hablar y para invitarme a un sitio chulo. Eché el freno. Si no puedo estar aquí, me voy, pero dejemos la puerta abierta a volver. Y en lugar de hacer las maletas, armé un bolsito con lo justo y me fui a Granada a olvidar. Volví renovada, con un objetivo más claro y con menos nubes negras sobre mi cabeza. No me siento feliz, pero tampoco escandalosamente triste, y con eso me conformo por ahora.
Ayer me regalaron dos entradas para ver un documental sobre los 40 años de Los Secretos, y era la primera vez que iba a salir de mi territorio por placer. Un amigo, el mismo que sin saberlo me ayudó a que no tirara la toalla, me acompañó a la Sala Berlanga, allá por Moncloa. Pensaba que iba a ver un simple documental sobre un grupo de música, y lo que vi fueron mis recuerdos en pantalla grande, con la melancolía de Enrique poniendo la banda sonora, y las palabras de Álvaro (de una fortaleza inimaginable) ante la desdicha. Lloré en muchos momentos por lo ajeno, y lloré más cuando alguna imagen me escupía un recuerdo propio: las calles de Malasaña en blanco y negro que yo he paseado, Madrid me Mata por dentro, con ese lugar en la barra que una vez ocupé, que reconocí en cuanto lo vi y que casi me echa de la sala, el Penta, La Corredera Baja de San Pablo y tantos sitios más...
"A Enrique lo mató la melancolía" decían los allegados, y yo cada vez me hundía más en mi asiento. Antes de la proyección, Álvaro dijo unas palabras y contó anécdotas, como una vez que decidieron tirar la toalla como grupo porque la industria los rechazaba y entraron por casualidad en un local de Francia a comprar tabaco y estaban sonando Los Secretos, y que por esa "tontería" siguieron adelante. O cuando murió su hermano y se encerró a llorar y alguien tuvo la idea de imprimir todos los mails de apoyo que mandó la gente y se los hizo llegar, y que aquella lectura le devolvió las ganas de vivir, y de seguir tocando. Todo está conectado.
Cuando salí de allí sólo quería volver a casa, estaba demasiado removida por dentro para nada más, pero era el cumpleaños de mi amigo y quería que fuera con él y otra gente a tomar algo. Había quedado en Loreto y Chicote y no sé de dónde saqué las fuerzas para llegar hasta allí. La calle donde empezó todo, la que me había traído hasta Madrid. Pensé en beber hasta perder el control, pero no se terció así. Y hasta que no me vi en el metro, rumbo a casa, no pude respirar a gusto.
Quizá algún día pueda caminar con la cabeza alta, mirando a la gente a la cara sin miedo a encontrar un fantasma, volviendo a los sitios que hoy todavía me hacen daño sin sentir que me falta el aliento y disfrutando por fin de la buena compañía. Es el principal objetivo que me he marcado porque sé que cuando eso llegue, todo lo demás vendrá sólo. Es jodido darle la razón a la vida cuando te golpea y más aún perdonarla, pero no te deja otra opción.
Todo está conectado, sí... Yo estoy aquí porque un día abrí un enlace por internet. Pensé que podía  comerme el mundo, pero a tu lado. Hoy, la segunda parte de esa frase es sólo una canción de Los Secretos. Seguiré peleando al menos por la primera.