miércoles, 11 de noviembre de 2015

En el noveno cielo

El pasado 25 de octubre, con el cambio de hora, yo cambiaba también las paredes de mi casa. Se convirtió en algo urgente cuando la loca de mi perra intentó subirse de un salto a un seto y se cayó de culo, acabando así con la movilidad que ya había recuperado. Pero no hay mal que por bien no venga, y en cuestión de dos días encontramos un piso maravilloso, enorme, nuevo y con vistas privilegiadas, perfectamente situado para la comodidad de todos, con doble ascensor, más cerca del centro (¡ya no tengo que hacer transbordos!) y encima el casero nos rebajó el precio y pasó de cobrarnos fianza. Luna se ha recuperado a fuerza de cortisona y ya entra solita al ascensor (los primeros días hubo que empujarla porque le daba miedo). Y a tres semanas desde que nos instalamos, después del lío y el estrés que supone una mudanza, el desorden, el proceso de adaptación y los papeleos por el cambio de domicilio (sin contar que en medio de todo este caos he tenido ensayos y bolos) hoy por fin me siento en casa. Me hubiese metido en cualquier zulo de mala muerte con tal de que reuniese las condiciones imprescindibles: ascensor, precio asequible y buena zona para pasear a la perra. Sin embargo he ido a parar al noveno cielo, que no solo cuenta con esas condiciones sino que ofrece mucho más. Tengo armarios gigantes con espejos gigantes (soy muy feliiiiiiiz), tengo vitrocerámica, y mampara, y dos sofás, y una nevera enorme, y aire acondicionado y calefacción, y la Alhambra enfrente iluminada hasta las 2:00 de la mañana, y la sierra, y toda la ciudad, y, y... y no me creo que esté viviendo aquí. Debe ser la recompensa de los dioses por haber aguantado estoicamente durante 8 años en un quinto sin ascensor, situado en la Chana profunda, donde había que poner la fregona junto a la ducha para que el agua no llegara al pasillo, donde las cristaleras del balcón no cerraban bien y entraba la muerte hecha frío, donde tenía que sentarme en un sillón duro y destartalado si quería "ponerme cómoda" o donde siempre se estaba estropeando algo (la lavadora, la nevera, el calentador, la antena de la tele, la lampara del salón que siempre estaba en corto...). Y a pesar de todo, los mejores años de mi vida los pasé allí, en la calle Tulipán, con todos sus peros e imperfecciones. No quería irme... odio los cambios, pero cuando los cambios son a mil veces mejor es fácil acostumbrarse.




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