Más o menos en esos días de nerviosismo total previos al bolo, y como si fuera una señal divina, recibimos las fotos y los vídeos del curso de guía, y de aquel viaje de prácticas. No abrí los archivos hasta el día siguiente de mi estreno. Cuando lo hice, mandé todos esos recuerdos agridulces al disco duro junto con todo lo demás, pero esas imágenes se quedaron unos días conmigo dando vueltas en la cabeza, y todo lo que yo había pensado previamente que podría pasar, pasó (al menos la parte realista). Me pusieron por delante algo que yo ya había descartado con triste resignación, y lo agarré sin pensar (literalmente). De esas cosas que cuando ya las piensas a posteriori, agradeces no haberlas podido pensar en su momento. Me sentí de pronto como si me hubiese precipitado hacia algo y ya no pudiese dar marcha atrás. Me sentí, valga la expresión, guiada.
Llegó el tan esperado mensaje por la razón que sabía que llegaría, pero lo que vino después abrió una puerta adicional, y sin más, mis dos puertas cerradas desde hacía tiempo se abrieron de par en par. En apenas cinco días tenía que recordar todo lo que había aprendido, diseñar una hoja de ruta (que se me da de puta pena), y resolver las innumerables dudas que me surgían a medida que avanzaba en el proceso. Para esto último tuve un gran apoyo por parte de varias personas. De no ser por ellas (y por una en particular) jamás lo hubiese hecho. Y puede que ésa sea la verdadera razón de todo porque, paralelamente a mis requerimientos de inexperta, circulaban todas las demás en un autoimpuesto segundo plano. No tenía tiempo material para divagaciones, a pesar de tener la voz de la sabiduría retumbando en mi mente.
Hacer esa corta excursión de un día fue un logro personal que se vio engrandecido por la sensación de éxito. No sólo hice lo que tenía que hacer, sino que lo hice bien. La gente quedó satisfecha, clavé los tiempos con la precisión de un reloj suizo y me tocó el mejor conductor del mundo (ojalá pudiera llevármelo conmigo a todos los viajes). Cuando llegué a casa y vi tantos mensajes de gente que se había estado acordando de mí (como si en vez de haber hecho una excursión de un día hubiese acabado de escalar el Everest), me sentí tan arropada como el día del estreno. Porque todo es fácil cuando se sabe hacer, pero las primeras veces siempre son difíciles, y tod@s lo sabían. Especialmente los que me conocen bien, y saben que yo me pierdo hasta en el Zaidín, y que para mí las carreteras tienen el misterio de un agujero de gusano.
Al día siguiente, dispuesta a descansar del viaje y reolvidar mi desliz emocional, la misma agencia me llamaba para ofrecerme nuevas rutas, y la vida me dijo que de olvidar, nada. He cogido dos, una de ellas porque es la misma excursión que ya había hecho, y la otra para no acomodarme. Porque tengo marzo a reventar de cosas, muchas de las cuales me ponen especialmente contenta porque las he creado yo misma, pero no me paré a pensar que podían llegar todas juntas. Tanto es así que he tenido incluso que rechazar trabajos. En cuestión de días me vi cerrando bolos y viajes, escribiendo artículos a la velocidad de la luz, recibiendo propuestas para un nuevo negocio, firmando contratos, diseñando carteles, reacomodando fechas y textos para más bolos a futuro, y hasta mi blog ha alcanzado un nuevo protagonismo. No sé si será por mi renovada actitud, por Brian, o por el "olor del dinero", pero parece como si se hubiera abierto un portal, maravilloso y abrumador a partes iguales, donde recoger todo lo sembrado y alcanzar, por fin, una cierta estabilidad económica. Y en medio de tanto ajetreo, ni siquiera tuve tiempo de pensar que hasta lo que parecía casi imposible había ocurrido.
Me quité del medio en dos días lo que pensaba hacer en dos semanas sólo para poder dedicarme algo de tiempo a mí misma. Es bueno disponer de ese tiempo; ayuda mucho a ordenar tareas y pensamientos. Y en mi caso, también ayuda a poner los pies en el suelo y no dejarme llevar por ilusiones pasajeras. Y tras muchas vueltas, he decidido moldear mi próxima creación mirando más allá de mí misma, y poder darle la forma de algo tangible a esa escurridiza red de seguridad con la que no podré contar siempre. Mañana a las 00:00 acaba ese plazo que me he dado. Hasta entonces, tengo dos días para esperar lo mejor y prepararme para lo contrario. Mentiría si dijera que me da igual lo que pase, pero lo cierto es que tampoco puedo hacer nada excepto dejar que hasta las cosas más raras (e incluso las casi imposibles) acaben ocurriendo cuando sea y como sea.
Leave it with me...
No hay comentarios:
Publicar un comentario