martes, 24 de septiembre de 2024

Pero qué borde...

Parece que de un tiempo a esta parte me he "espabilao" con muchas cosas. Cosas que antes me hacían sentir incómoda e insegura. Antes pensaba que si alguien dejaba de hablarme era culpa mía: algo malo habría hecho sin darme cuenta, algo malo habría dicho sin pensar. Y me ponía a repasar mentalmente mis posibles errores para entender que la otra persona se haya alejado, molestado, o lo que sea. Normalmente no pasaba nada. No había hecho ni dicho nada malo, simplemente la peña va a lo suyo y no se preocupa (como tú) de mantener buenas relaciones o un contacto regular. Yo sí me preocupaba... me preocupaba que fuera por mi culpa. Desde que me vinieron varias de éstas de golpe, entre mayo y septiembre, he observado un cambio gordo en mi actitud. He notado que me da igual lo que pase ahí afuera, en las cabezas de los demás, pero no como otras veces que he tenido que obligarme a dejar de preocuparme, sino que me ha ido saliendo solo, sin proponérmelo. Simplemente, me empezó a ocurrir un día, y le he pillado la gracia. Se vive mucho mejor cuando no intentas descifrar constantemente los pensamientos ajenos. Y creo que este maravilloso estado se lo tengo que agradecer especialmente a mi muy mejor enemigo, ese que vive en las alturas (desde donde siempre me miró), quien, tras varias y disimuladas idas y venidas, consiguió pulsar la tecla exacta en un descuido a su incoherente manipulación. Fue ahí cuando un día me pregunté por qué una tontería me molestaba tanto de unos, y cosas gordas me molestaban menos de otros. Discriminaba en función de lo que me hacían sentir, independientemente de lo que me hubiesen hecho. Es como si alguien a quien quieres mucho te hace una putada gorda, y alguien a quien quiere menos te hace sólo una gamberrada. Te enfadas a muerte con el segundo porque lo quieres menos, y al primero, que te la ha jugado mal, se lo perdonas todo porque lo quieres más. Y dándole vueltas a esto entendí que no sabemos querer; somos irracionalmente  impulsivos, y terriblemente injustos. Y como el problema no era el qué sino el quién, metí a todos los quiénes en el mismo saco, le hice un nudo, y lo lancé lejos. Y al hacerlo todos los malentendidos, todas las mentiras, todas las palabras vacías, todas las acciones interesadas, todos los egos de mierda de los demás (más o menos queridos) se fueron al mismo lugar, muy lejos de mí. Para que se ordenen solos, sin mi intervención, sin mis preocupaciones, sin mis infinitas preguntas al viento. 

Y fue así como empecé a decirme a mí misma "pero qué borde...", y así fue como me hice fuerte, y me volví más despreocupada, más segura, más lista, más pasota, más yo. Porque ya me daba igual caer bien o mal, ser mejor o peor persona, gustar más o menos. Me daba igual "esa" opinión (que en todos los casos sería errónea). Aprendí a manipular, aprendí a jugar sucio, aprendí estrategia, y aprendí a ser egoísta. En definitiva, aprendí de qué va esto en realidad... Cambié el "trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti", por el "trata a los demás como te tratan a ti". Y al hacerlo eliminé todos los filtros que la peña se había puesto para despistar, luciendo tal como son, y se vinieron abajo. Se les derrumbó esa torre de naipes desde donde me miraban, se les cayó el muro que habían construido a mi alrededor. Ahora ya no tienen cómo pillarme. He jugado con las reglas que ellos mismos impusieron, y he ganado yo.  




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