jueves, 16 de julio de 2020

Cosas necesarias

Durante los tres meses que duró el estado de alarma en nuestro país, yo he sido de esas pocas personas que, a juzgar por la opinión de amigos y allegados, ha disfrutado el aislamiento social. La mayoría de la gente con la que he hablado del tema (el tema por excelencia en cualquier reunión) lo pasó más bien regular la mayor parte del tiempo. Muchos se enfrascaron en darle salida a su trabajo de forma telemática, que si bien los mantenían ocupados casi todo el día, no era suficiente para hacerlos sentir mejor. Otros se dedicaron a probar cosas nuevas por aburrimiento: hacer pan, hacer jabón, hacer vídeos de sus hijos y sus mascotas... y otros incluso se montaron su propio gimnasio en casa, más por salud mental, que física. [N. de la A.: HABLO EN TODO MOMENTO DE MIS FUENTES]
Yo combiné varias de esas cosas con el placer de no hacer nada y darme al ocio más absoluto. He visto infinidad de series y películas, me he leído una media de un libro por semana, y he trabajado en mi nuevo proyecto musical disfrutando cada paso del proceso, entre otras tantas actividades. Por las noches caía rendida y feliz en la cama. A veces, cuando no se me hacía tan tarde, me quedaba un rato tirada en el sofá del balcón escuchando absolutamente nada; ni un ruido; ni el más mínimo ruido. Silencio total. Y no podía sentirme más a gusto en esos momentos.
Para mí ha sido una experiencia muy positiva a nivel personal, y quizá por eso temía tanto la famosa desescalada. Temía no saber (o no querer) readaptarme a la vida que conocíamos, donde el estrés, las prisas y las responsabilidades se convirtieran de nuevo en el pan nuestro de cada día. El distanciamiento social del estado de alarma me había supuesto, paradójicamente, un acercamiento personal con quien menos imaginaba, y el hecho de que eso se pudiera acabar me provocaba cierta tristeza que, en cualquier caso, quise llevar con resignación. Pero el proceso ha sido tan paulatino que me he ido  acostumbrando, y ahora que ya estamos haciendo vida normal, y que coincide con el verano, lo último que quisiera es un nuevo confinamiento. Salir de compras, ir a la playa o sentarte al fresco en la terraza de un bar, compartiendo cervezas y conversaciones con amigos, son placeres muy gordos. Tener libertad para moverte y elegir qué hacer con tus días (aunque en todos los casos haya que guardar distancias, echarte gel hidro-alcohólico o usar mascarilla), se empezaba a convertir en algo necesario, y eso no  tenía por qué cambiar, necesariamente, la intimidad adquirida en los meses anteriores.
Y lo que yo elegí hacer con mis días fue planear un par de escapadas por el país que, a menos que se vean truncadas por los múltiples rebrotes o cualquier otra circunstancia incontrolable, ahora podré llevar a cabo. Venía medio difícil por la escasez de dinero pero, contra todo pronóstico, mis problemas económicos se solucionaron de un día para otro. Claro que en vista de que el panorama laboral está jodido y que ya me he gastado más de lo que debería en sandalias, procuraré cerrar el puño y moderar los gastos para que me dure.
De momento me puedo permitir irme este fin de semana con mi amiga Laura a Alfaz del Pi, un pequeño pueblo de Benidorm, a mojar los pies en aguas alicantinas y descansar cuatro días del insufrible calor de Granada.
De la segunda escapada hablaré mejor más adelante; para no gafarnos, y porque ahora mismo no sabría ni por dónde empezar. 

No hay comentarios: