domingo, 28 de octubre de 2018

Mi pequeño superviviente


Hace tres años y poco, un ser alado se coló en mi vida trayendo consigo todos los colores del arco iris. Vino volando desde algún agujero y se posó en mi balcón. Al día siguiente regresó, esta vez dando picotazos en la ventana como pidiendo  permiso para entrar y lo hizo dando saltitos. Era un agaporni bebé que apenas sabía volar. No podía soltarlo a su suerte porque hubiera muerto, así que me lo quedé. Fui a comprarle una jaula grandota y comida y pensé que, si me lo iba a quedar, había que ponerle nombre. Como lo dejaba suelto porque no volaba mucho, siempre estaba a mi alrededor dando saltitos, y se me ocurrió ponerlo encima del teclado del ordenador para que escribiera un posible nombre. Lo hizo, pero yo no sabía cómo pronunciar “hffhdgstdhjd”, así que pensé que un agaporni de apenas un mes, sin saber casi volar y sin comida ni agua, y que había estado dos días (mínimo) a la intemperie luchando por sobrevivir, se merecía el nombre de un superviviente, y le puse el más famoso: Robinson.
El día que llegó
Cuando lo metí en la jaula se tiró durmiendo un día y medio. A veces, lo cogía para ver si seguía vivo, y ni entonces abría los ojos; seguía durmiendo en mi mano. Tampoco comía. Solo quería dormir. Tras recuperar con creces las horas de sueño que le faltaban, empezó a ser un pajarillo normal, cantarín y gracioso. Le gustaba mucho el agua, y como era verano, le puse una piscinita en la jaula y se pasaba el día bañándose y salpicándolo todo. Cuando se puso grande aprendió a volar mejor, pero siempre que lo sacaba de la jaula, él prefería ponerse en mi hombro, o en mi cabeza y me daba besitos en la boca con esa lengüecilla enana. Me enamoré de mi Robin. Supe que era macho, cuando alcanzó la edad adulta y empezó a regurgitar. Los machos regurgitan para alimentar a la hembra cuando ésta va a tener crías y no puede hacerlo por sí sola. Pero Robin no tenía hembra que alimentar, sólo el instinto de hacerlo…  y aquí me quedé un poco perdida. Si le metía una hembra en la jaula, después de tanto tiempo solo, podían atacarse (eso se hace cuando son peques) y si no lo hacía, seguiría regurgitando sin razón cada x tiempo, lo cual no era bueno para su salud. Me recomendaron dejarlo tal cual estaba y esperar que se le quitara la manía.Durante tres años y tres meses, ha sido la alegría de mi casa con el resto de mis bichos. Oírlo cantar por las mañanas, saludarlo y que pusiera la cabeza contra los barrotes para que lo acariciara, silbarle y que me contestara con la misma entonación, a mí me ponía tan feliz… No enfermó ni una vez en todo este tiempo y quiero creer que estaba feliz en su casita porque, a veces, le abría la puerta para que saliera y volara un poco y él la cerraba con el pico desde dentro (creo que esto lo hacía cuando estaba en celo y no quería ser molestado). Las demás veces, sí que salía, y estaba cariñoso y juguetón.












El pasado viernes Robin no estaba cantando cuando me levanté, y a lo largo del día tampoco lo hizo. Cuando me asomaba a la jaula y le decía cosas no contestaba, y vi que tenía los ojos cerrados casi todo el tiempo y no tenía ganas de moverse del palo. Supe enseguida que estaba enfermo. Lo llevé al veterinario pero no supo decirme gran cosa, aunque me confirmó que algo le pasaba. Descartó enfermedades que se manifiestan físicamente, porque físicamente estaba bien. Era algo interno y difícil de diagnosticar. Me dio un antibiótico para diluirlo en el agua por si era alguna infección, y me dijo que lo llamara a la mañana siguiente para ver si había mejorado, pero la verdad es que estaba peor. Creo que ni tocó el agua, así que me dijo que le diera el antibiótico con una jeringa directamente en el pico. Cuando lo hice, lo coloqué en un nido que tuve que improvisar rompiendo unos guantes de lana viejos, y le limpié la jaula entera con jabón y lejía para desinfectarla bien. Aguantó poco más… Se había tirado a dormir en el suelo y cuando lo cogí ya no aguantaba la cabeza recta. Seguía respirando pero claramente se estaba muriendo y no sabía qué hacer. Empecé a llamar a todos los teléfonos de urgencias que encontré en internet, y los que no me dieron largas porque no entendían de aves exóticas, no cogían el teléfono directamente. Me desesperé lo indecible. Tenía a Robin en las manos, echando una especie de baba pegajosa por el pico y no podía hacer nada por ayudarlo.
Alguien de emergencias me devolvió la llamada, pero para entonces Robin ya no estaba. Me dijeron que cuando un pájaro se enferma hay muy poco tiempo de reacción, y que normalmente mueren antes de poder ser atendidos. Cuando  describí los síntomas, me dijoeron que hubiese muerto igualmente porque es difícil saber lo que tienen hasta que presentan síntomas claros, como echar baba por el pico, y cuando lo hacen ya es tarde.
Robin murió en mis manos y creó que voy a tener pesadillas con eso el resto de mi vida. Tenía los ojos abiertos, las patas engarrotadas y la cabeza no se le sostenía. Se quedó literalmente tieso en su última respiración, y es la cosa más difícil que he tenido que afrontar desde que murió Luna. Fue incluso peor, porque a Luna la dejé dormidita en el veterinario y no tuve que presenciar una muerte real. Con Robin me tragué todo el proceso y tuve que verlo morir, con la impotencia enorme de no poder hacer nada, y encima ser yo misma quien se ocupara de su cadáver. Me derrumbé por completo. Puede ser difícil de entender para aquellos que no crean vínculos con los animales o piensen que “sólo” es un pájaro, pero para mí, Robin no era un pájaro, era MI pájaro y un miembro más de la familia. Un bicho precioso que llegó casi moribundo a mi casa, y que se puso grande y fuerte gracias a mí, y que me alegró la vida todo este tiempo simplemente por seguir vivo. Afrontar la muerte de un ser querido duele mucho, sea cual sea su especie, y yo llevo un año que no puedo más…
Sacando las pocas fuerzas que me quedaban, envolví a Robin en los guantes viejos y lo metí en una cajita para enterrarlo en el descampado que tengo al lado de casa, donde paseo a Chulo y donde antes paseaba a Luna. Me niego a tirarlo a la basura como si se tratase de una cáscara de plátano.
No sé a dónde vamos tras morir, seguramente a ninguna parte pero, si la hubiera, Robin estará allí con Luna esperándome (o esa gilipollez quiero creer). Y si no, me alegra (pese al dolor que ahora me causa su pérdida) haber coincidido en esta vida y haber contribuido en algo a hacer la suya lo mejor que he podido.
En momentos así, me da por pensar que es mejor ser una persona frívola y superficial, no apegarse a nada ni a nadie, y evitar así sufrir las pérdidas. Pero luego me acuerdo de aquella escena que escribió Woody Allen para “Love and Death” y que Diane Keaton dice en clave de humor, sin dejar por ello de ser cierto.




El sufrimiento está asegurado, así que mejor amar y sufrir que no amar y sufrir, porque entonces el sufrimiento se junta con la estupidez de dejar pasar lo bueno de la vida, que es amar y ser amado, y vas a sufrir lo mismo o más ("y dejémoslo que es un lío...").

Buen viaje, mi pequeño superviviente.















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