miércoles, 22 de marzo de 2017

MadriZ me mata

Estación Sur de Autobuses, Madrid (21 de marzo, 10:00 a.m.)
A hora y media de tomar el autobús que me devuelva a la cordura, estoy sentada en un banco al sol, con una libreta y un boli que acabo de adquirir en la estación a modo de salvavidas. No esperaba que el regreso a Granada fuera tan necesario, porque haciendo equilibrio en esta cuerda floja sin saber cuánto podré aguantar, es mejor que la caída me pille refugiada en casa que en las calles desconocidas de Madrid. Es el precio a pagar por el desafío. Vine a hacer lo que tenía que hacer y cuando lo hiciera volvería a casa. Irme contenta no estaba contemplado, lo sé, pero tampoco esperaba irme tan triste. No me cuestioné nada cuando tomé la decisión de venir porque si lo hacía no hubiera venido. Considerar las consecuencias me hubiera impuesto límites que, evidentemente, no quería tener y sin límites se corren riesgos. Yo era muy consciente de esos riesgos, pero el deseo impulsivo pudo más que todos ellos. Planeé esta "aventura" durante una semana con la ilusión de un niño el día de su cumpleaños, y eso fue suficiente para seguir adelante. Vine a ciegas, pensando solamente en el siguiente paso y confiando en que, al menos por mi parte, no fallara nada y creo que eso no lo hice mal. Todo lo que pasara a partir de ahí escapaba a mi control y esa parte desconocida es la que vine a descubrir (con todos sus riesgos).
Supongo que el éxito o el fracaso de algo se mide por la sensación final de la experiencia, y cuando los acontecimientos te llevan por caminos extraños que te desorientan y pierdes toda ubicación, aparecen los interrogantes y la sensación final no es buena. Hablar de éxito o de fracaso en esta ocasión no sería muy acertado. En realidad no sé cómo llamarlo, solo sé que tengo un escalofrío agarrado al pecho con los síntomas de que algo ha fallado, aunque no sea culpa de nadie. Quizás cargué la maleta con demasiadas ilusiones y olvidé echar la prudencia (siempre se me olvida algo cuando viajo). También se juntan muchas cosas... el quiero y no puedo, el sentirme empequeñecida en terreno desconocido, mi propia inseguridad ante casi todo, el verme a la deriva en un mar de gente sin saber exactamente a dónde ir, con el cuerpo cortado por el desenfreno y las alas cortadas por la prudencia ajena... e intentar ocultar todo eso tras una sonrisa y unas gafas de sol, aunque mi cuerpo desvelara en cada paso torpe tanto cansancio.
Son las 11:30 y a medida que me alejo de Madrid voy dejando un rastro de melancolía difícil de entender. No sé qué quería que pasara para sentirme mejor, pero sí sé lo que no quería. No quería la frustración, ni el desapego, ni la cordialidad. No quería despertar nerviosa en mitad de la noche, ni quería indiferencia, ni quería "normalidad". Y desde luego no quería que si todo eso se daba, pesara más el anhelo de lo que pudo haber sido que el recuerdo de lo que en realidad es, porque creo que eso es justamente lo que me oprime el pecho. Y tengo que hacer un ejercicio de autoconvencimiento para que la sensación de haber pasado desapercibida desaparezca. Me consuela pensar que en casa está mi gato solito y que quizás él me esté echando de menos, y puede que eso suavice un poco todo lo que echaré de menos yo. Me gustaría poder dormir las cinco horas que dura el viaje pero mi memoria sensorial ataca en cuanto cierro los ojos, y por eso escribo, para tener la mente ocupada en ordenar palabras y así privarla de fantasías desmedidas. La imaginación es la única culpable de tanto desajuste emocional.

Granada (22 de marzo, 13:09 p.m.)
Con mi gato, que sí me echó de menos por lo que me dio a entender cuando abrí la puerta de casa, mi pajarillo cantando y mi perra recién recogida de la residencia, parece que el orden vuelve a mi vida, y al menos lo que queda de mes intentaré disfrutar de ese orden. Ahora, con oxígeno granaíno en los pulmones y habiendo dormido varias horas del tirón, puedo ver las cosas con más claridad. Ya no me preocupa tanto haberme quedado sin representante y la difícil tarea de tener que buscar otra agencia, ni la de vueltas y trabajo que conlleva encontrar salas para actuar, ni el "final" de la recién inaugurada primavera. Buscaré otra agencia sin ninguna prisa, enviaré material a las salas aunque sea a ciegas, y cambiaré el punto final del último viaje para añadirle puntos suspensivos al siguiente. Mientras tanto me concentraré en todas las cosas que tengo por delante, que no son pocas. Mañana toco con mi banda en "La Compañía", el viernes y el sábado hacemos el último fin de semana de microteatro y por ahí hay un casting con buena pinta al que me quiero presentar. Se vienen muchos ensayos, un rodaje y tiempo perdido que recuperar. Me estreso mucho, pero el trabajo me salva de mí misma así que lo pillo todo con ganas.
Quizás Madrid me mate, pero para eso tendremos que pelear antes. Rendirme no entra en mis planes, y hay batallas que valen la pena. Y aunque yo soy más de la lucha cuerpo a cuerpo (de ahí que me desangre a menudo) voy a probar eso de la prudencia como arma de defensa.





Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel
por mis sueños va,
ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje (...)

Sabina, "Peces de Ciudad".








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