sábado, 18 de febrero de 2017

Bandera blanca

Ha estallado la guerra desde que este fin de semana pasado pasara sin más. Dos días en los que tuve un inoportuno reglazo estrenando obra, una contracción muscular en las costillas, los pies destrozados por los tacones, los bolsillos vacíos del viernes, y el corazón roto del sábado. Y a pesar de todo eso, si algo me dolió de verdad, fue la ausencia indiferente del enemigo, que desde el otro lado del muro bombardeaba mi zona de confort. Y en lugar de contar personas y euros, me entretuve contando los segundos que restaban para armarme de valor y contraatacar. Pero como si de un monólogo de Gila se tratara, había que pedir cita con el enemigo, "¿a qué hora te viene bien que ataque?", "hoy no puedo, estoy ocupado, ¿nos disparamos la semana que viene?". Descargo el arma y estudio maniobras de tiro. No me importa perder tu batalla si con ello gano mi guerra.
Pero hoy, más relajada, más resignada, más "me da igual", pienso en la negociación de un posible armisticio, sin alianzas ni compromisos, terrenos independientes, sellando la paz por escrito, como si nada hubiera pasado (ni lo malo ni lo peor) aunque el frío del plomo se quede dentro.
Allí queda ondeando, en la cima de mis fracasos, la bandera blanca del corazón.


"En pie de guerra 
el mártir y el desertor
el tibio y el kamikaze.
Puestos a desangrarnos
tú contra yo
por qué no hacemos las paces"

J. Sabina


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