sábado, 30 de abril de 2016

Animal friends

Viéndome a mí misma resplandeciente y con ganas, en 52 buenos kilos y con un cierto brillo asomando por los ojos y extendiéndose solo, es triste que mi estado de ánimo esté tan gris, del mismo gris que el cielo, que parece que se ha querido mimetizar conmigo en un extraño acto de solidaridad. Hay días así, días que no acompañan y en los que todo se conjura para que no te apetezca más que tirarte en el sofá y no mover un músculo: gente que se va de puente, gente que se acerca demasiado, gente que dice que avisará y es mentira... y cuando todo gira en torno a la gente y no mola nada lo que ofrecen (o lo que quitan) están ahí mis animalitos.
Robinson, después de pasar una fase agresiva (la adolescencia no perdona ni al reino animal), está otra vez "pa comérselo", cariñoso y cantarín (y más guarro que nunca). Luna está feliz, bien de lo suyo aunque camine al estilo John Wayne, y con ella respirando mi mundo es más bonito. Y un poco más lejos pero llenando mi vida también... mis caballos (o yeguas, mejor dicho). Estos dos últimos días, ir a equitación ha sido lo único que ha logrado mantener mi atención en algo que no sea completamente ocioso y poco productivo. Ayer monté por primera vez a Luna, una yegua que no necesita fusta para hacer caso, obediente, sensible al menor estímulo, y por tanto no apta para principiantes. A Javi, mi profesor, le debió parecer que ya estaba preparada para ella; a mi me parece que no. Cuando la puse al galope pensé "hoy es el día que me voy a caer" (porque por lo visto hay que caerse alguna vez), pero por suerte no fue así. Sentí que volaba, que aquello no había cómo pararlo, pero no me caí. Hoy he montado a Morena y galopar con ella tras la "experiencia Luna", ha sido una maravilla. No tengo imágenes de hoy pero tengo las de ayer. Se ve tan fácil desde fuera...

Montando a Luna

No hay comentarios: