jueves, 17 de septiembre de 2015

Una de cartas

Decía mi amigo Rino "Si al póquer quieres ganar no te canses de pasar". Era un maestro, tenía una frase para cada situación. Cuando te levantas con malas cartas puedes jugar igual, yendo de farol, apostando, arriesgando... pero a veces es mejor pasar, porque solo hay que mirar cómo va el juego para saber qué hacer. Dejas de jugar y esperas a que la próxima mano sea la tuya. Yo, en lo que va de semana, he pasado dos veces y he perdido una. Así es el póquer de la vida.

Puede que me haya vuelto muy exigente conmigo misma (y de rebote, con los demás), pero últimamente no puedo evitar serlo, por lo que me veo retirando mis cartas en muchas otras cosas. No me convence casi nada, como apostar por el grupo de las chicas, arriesgarme a iniciar uno nuevo en vista de la falta de interés general, continuar en una compañía que aparentemente no me valora o seguir haciendo permisiones que solo consiguen retrasar mis proyectos. Soy una persona más o menos tolerante pero con ciertas cosas, y a estas alturas de mi vida, cada vez me apetece menos tragar con todo. Puede que esta actitud me deje a dos velas, sin curro o sin amigos, pero es como un colador, y al final se filtrará el trabajo bueno y los amigos de verdad.

En mi tercer día como única habitante de mi casa (sin contar a Robin y a Luna) me he dado cuenta de que la soledad ayuda a tener las ideas más claras. Será porque no hay mucho que hacer salvo pensar y hablar contigo misma. Salir por ahí no está descartado, pero teniendo en cuenta que el martes me gasté en cuatro horas el dinero de toda la semana, mejor me relajo un poco, y si salgo, lo hago de tranqui. Además, estoy pendiente de una oferta de trabajo que sé que no me responderán hasta que pase del ordenador. Es como mirar una olla con agua; nunca hierve... mejor desconectar, y dejar que suene el teléfono cuando menos te lo esperes. Y si no suena, pues no suena. Por suerte, cuando la realidad te da la espalda quedan los sueños. Te tiras en el sillón, pones Los Puentes de Madison, y durante dos horas y pico puedes soñar con que en otro país una tía como Meryl Streep consiguió triunfar siendo ella misma, sin prostituirse de ninguna manera, exigiendo, rechazando, peleando y currándose cada papel. Seguramente pasó en muchas partidas de póquer y perdió muchas otras, pero al final ganó. Y desde este rincón de La Chana a mí me queda la esperanza de que se puede, solo hay que seguir jugando y tener paciencia. ¡Quién sabe si en una de éstas no pillas un día una escalera de color!

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