Me he pasado casi todo este mes buscando un norte que no encontraba ni con brújula, pero después de varias semanas dando vueltas en círculo, rodeada de una niebla espesísima, e impregnada de un calor tan tórrido que derretiría la sierra en medio minuto, acabé orientándome en los últimos días de una semana que era clave para mí. Tuve que encarar todo el proceso con una paciencia bíblica. Tanto verlo sin tiempo, y tanto tiempo sin verlo generó una espiral de urgencias que me llevó, en el primer caso, a actuar impulsivamente, y en el segundo, a buscar hasta en los lugares más remotos el porqué de todo. Pero ya lo dice Cooper en esa maravillosa película: "Los accidentes son la base de la evolución".
La ultima vez que me vi rodeada de ciertas personas tuve que tomar una decisión firme. Ese día me sentí asfixiada, pese a que ninguna de ellas me provoca nada parecido, si acaso lo contrario, son un encanto; esa sensación de incomodidad se dio sólo por contexto. Pero un rato, apenas unas horas con ellas fue suficiente para dar ese paso a un lado que me permitiera distanciarme, y volver a mi camino. Particularmente esclarecedor fue ver, sin venir a cuento, en la pantalla de un móvil ajeno otra verdad dolorosa (sí que hubo un trato especial al fin y al cabo...). Es entonces cuando la resignación se convierte en acción: anulas citas, cancelas eventos, guardas carpetas y papeles, borras cosas en el calendario... Ir en sentido contrario era lo mejor que podía hacer en esos momentos. Y es irónico cómo responde la vida cuando crees tener claro algo. De pronto me cayeron por todos los frentes invitaciones, imágenes y mensajes que me querían llevar de vuelta al lugar del que trataba de huir, y ese nombre acabó reapareciendo en el limbo virtual de los lugares más insospechados.
Empeñada en no dejarme engañar por espejismos, seguí en mi propósito de darle la razón a la razón, así tuviese que acabar comiendo tierra. Sin embargo, mis intentos por alejarme me seguían llevando al mismo sitio. Es como si quisieras salir de una habitación, y cuando atraviesas la puerta ves que estás en la misma habitación, y abres otra puerta y te lleva a la misma habitación, y así en bucle. Y al final caí en una crisis indefinible del quiero y no puedo peleando por un lado, y el podría pero no debería matándose por otro, hasta que mi cabeza toda se convirtió en un campo de batalla que necesitaba una tregua urgente, porque llegó un punto en que se enfrentaban unos a otros sin saber siquiera a qué bando pertenecían, qué defendían, o cuál era la razón de tanta violencia. El silencio se me hizo tan necesario como respirar para poner a cada uno en su sitio Llegué a un punto tal de concentración que sólo se vio interrumpido por los momentos más bonitos de una Navidad que ha superado sin duda a las dos anteriores, y que me ha traído múltiples alegrías, un par de ingresos, y esos momentos de chispa mágica taaaan necesaria. Y en esa felicidad salpicada de dudas decidí dedicar una semana, y ni un día más a resolver lo único que no quería arrastrar al 2025. Y lo hice. Encontré el espacio y el silencio absoluto, y me obstiné en armar un tetris imposible de prioridades y pensamientos recurrentes, con emociones confusas y carencias insostenibles para que cada cosa encajara con las demás.
Y con todo en su sitio escribo esto hoy. Porque ahora ya sé dónde estoy, hacia dónde voy, y el porqué de todo. Y lo he conseguido en tiempo récord; apenas un mes. Desde este lado tengo cierto control, y una vía de escape, que aunque sabes que es como lanzar un mensaje en una botella y que las probabilidades de que alguien lo lea son ínfimas, no pierdes nada por intentarlo (salvo una botella). Tú la lanzas y te olvidas; lo mismo acaba llegando a la orilla opuesta. Más raro es ver escrito a pintura en un coche lo que justamente intentabas no ver más. Quizá el día 6 de enero pueda añadir una rareza más a la, ya de por sí, larga lista de rarezas maravillosas que han ocupado casi por completo este último año. Me fui hasta Santa Fe (qué ironía de nombre) a buscarla. No podemos controlarlo todo, pero hay que ocuparse de lo que sí podemos controlar, y lo demás vendrá por añadidura. Siempre. Quizá con otro nombre, quizá con otra forma, quizá en otro momento, pero acaba apareciendo de alguna manera.
Y ésta ha sido mi "sabia" reflexión de la semana; y, sí, he necesitado casi un mes para llegar a ella 😑
Con mis dos últimos artículos de 2024 dejo en el 2024 lo de 2024. Este año todo es nuevo. Incluso si viene de atrás, habrá cambiado lo suficiente para ser considerado nuevo. Porque si algo he aprendido en estos días de absoluto ensimismamiento místico, sólo comparable al de un maldito monje budista, es que lo único que se repite en la vida es el cambio.
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