lunes, 8 de agosto de 2022

Vino, café y sudor

Dicen los expertos que éste será el verano más fresco de todos los que vendrán. Y este verano tan “fresco” lleva sumando olas de calor desde antes de que empezara oficialmente el verano. Los días menos calurosos no bajamos de 35°, pero no son las máximas sino las mínimas lo que preocupa, y lo que realmente jode. En la capital no refresca de noche, las mínimas se quedan entre 25° y 28°, y así es imposible conciliar el sueño. Especialmente en un piso todo exterior que recoge el sol desde que sale hasta que se pone, y que he tenido que cerrar más de lo que ya estaba para que no me entren murciélagos (porque ahora resulta que hay murciélagos viviendo entre los ladrillos de mi fachada). Para mí, uno de los mayores placeres de la vida es dormir (sí, ya sé, una de las cosas que más me gustan de estar viva es quedarme inconsciente; le tengo un apego bárbaro a este mundo), y no poder dormir por las noches ha hecho que mis múltiples intentos de ser madrugadora (madrugadora para mí es levantarme antes de las 10:00) se vean afectados. Si no duermo de noche tengo que dormir de día. La cuestión es que, dependiendo del trabajo que tenga entre manos en esos momentos, me interesa más madrugar o trasnochar. 

Soy actriz, y como toda actriz que se precie, he trabajado en mil cosas que no tienen nada que ver con la interpretación. Una de las más recientes, escribir para una revista. Empujada un poco por los comentarios y sugerencias de la gente que lee mi blog, o incluso de los que sólo me leen por Facebook, un día decidí ponerme en contacto con El Batracio Amarillo. Algunos artículos llegaron tarde, los escribí cuando en ese momento eran actualidad, pero cuando la revista quiso salir ya estaban desfasados. Otros son más atemporales y aún podría ser que los publiquen. Pero me desanimé un poco cuando vi que pasaban los meses, y nada. En julio hice un último esfuerzo y les mandé otro sin mucha esperanza. Pensé que para escribir "chuminás" gratis en Facebook, casi mejor darle un poquito de forma y seguir probando suerte con la revista. Tal fue mi sorpresa cuando, en el último número, miré las colaboraciones y vi nombre ahí escrito. Este último artículo sí me lo habían publicado. Para mí fue como sacarme una espina clavada. Y claro, después de eso no quieres parar. Volvió la motivación y pensé en escribir un montón de artículos más para que me sigan publicando. Pero he descubierto que no funciona así, al menos en mi caso. Yo no me puedo poner delante de una pantalla sin una idea. Y las ideas no vienen de forma automática. Aparecen sin más. Y si te obsesionas con escribir, escribir, escribir, no escribes una mierda. Tiene que fluir; bajo presión las ideas no vienen. Llevo semanas "forzando" la inspiración sin ningún resultado. Pero ahora ya sé cómo funciona esto. Tengo que relajarme y no pensar en escribir, distraerme con otras cosas. Y para eso tengo mi corto. 

Grabamos los últimos exteriores en julio, una vez que pude poner fin a tanta reunión familiar. Veníamos desde febrero celebrando cosas a velocidad de crucero, entre cumpleaños y jubilaciones, y el 9 de julio le pusimos el broche de oro a esta primera mitad del año con la jubilación de mi padre. Después de eso, ya pudimos buscar el día para terminar los últimos planos. Y ahora, con todo el material almacenado en un disco duro externo, tengo trabajo por delante como para no parar. 

Sin embargo, como digo, se me está haciendo complicado ordenarme los horarios con este calor insufrible que me tiene en vela hasta altas horas de la noche, lo que está provocando que durante el día no haga nada productivo, y que de noche me dedique a buscar la forma de hacer todo lo que quiero y no puedo. Porque lo que tengo a mano es, digamos, fácil. Es lo que me pilla a contramano lo que realmente me motiva. Y estando tan lejos de una idea (lejos en todos lo sentidos de la palabra), hay que inventar otras. Y en medio de esa ridícula obsesión malsana, a una ya le corre el calor hasta por las venas, y se altera, y suda más, y lo escribe por ahí para no olvidarlo, y empieza a convertir trocitos de mentiras en posibles (y tal vez rentables) verdades. Y llegas a ese punto en el que se acumula todo: lo escrito, lo no escrito, lo que está por escribir; las escenas, los montajes, los monólogos; las ideas, los chistes, los diálogos; la autoexigencia, la inquietud, el deseo; el vino, el café y, sobre todo, sobre todo, el sudor. 




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