viernes, 15 de noviembre de 2019

Mientras dormimos

El otro día, en algún lugar entre Granada y Madrid, tuve un sueño. Es curioso, porque no suelo soñar cuando viajo en autobús donde más que dormir, vas dando cabezadas, pero ese día dormí profundamente casi todo el viaje. Sólo me desperté un momento cuando el gilipollas que tenía delante reclinó su asiento sin avisar y me aplastó la rodilla. Pero ni siquiera desperté del todo, sólo lo suficiente para farfullarle algún insulto entre sueños. Volví a caer en segundos, y ésta es la parte del sueño que recuerdo. Fue como un sueño "a tiempo real" que supongo que es lo que hace que te descoloques tanto al despertar.
Estaba viajando en ese mismo autobús y a esa misma hora. En una parada técnica (que el autobús real no hacía pero el de mi sueño sí) nos metimos todos los pasajeros en un lugar parecido a una sala de espera gigante con pasillos largos como los de un aeropuerto. Y ahí lo vi. Viajaba en el mismo autobús que yo y no me había dado cuenta hasta ese momento. Se sentó a mi lado y nos miramos sin decir nada. Justo ahí, apareció mi madre en escena. Lo que ella me dijo era de suma importancia pero irrelevante para mi historia. Básicamente, no podía asimilar la información que me estaba dando teniendo al lado a quien tenía, y que para mí era lo único importante en esos momentos. Y así, sin más, mi madre desapareció de mi sueño dejándome a solas con él. Cuando tuvimos que volver al autobús, me agarró la mano y la apretó con fuerza. Luego, la soltó y se fue sin mirar atrás. Tuve la sensación de que se estaba despidiendo de mí. Ya en el autobús, lo observé desde lejos y no estaba solo. Lo que vi me dolió como si hubiera ocurrido en la vida real. Y cuando la sensación de realidad se hizo insoportable, desperté. Tardé unos segundos muy largos en darme cuenta de que lo había soñado todo. Entonces, y sólo entonces, pude sentir el alivio que se siente cuando despiertas de una pesadilla horrible. "No estoy preparada para esto", pensé mientras recuperaba la conciencia tratando, a la vez, de borrar de mi mente la imagen de la chica perfecta que yo nunca fui. Me incorporé en mi asiento y no volví a cerrar los ojos.
Me puse a pensar en todas las cosas que pueden pasar mientras dormimos. Como lo que ocurrió un par de semanas antes, cuando a las 6:30 de la madrugada me llegó ese mensaje tan anhelado y que yo no supe hasta que desperté y encendí el móvil bien entrada la mañana. O como tantas veces que yo, en mi vigilia, he escrito mil cosas para después romperlas o he iniciado conversaciones que nunca envié, y todo eso, cuando tú dormías. Y no sé qué estarías haciendo tú mientras yo trataba de despertar de esta última pesadilla, porque ese día no tuve noticias del más allá, pero sé que están pasando cosas todo el tiempo y que a veces nos afectan directa o indirectamente. Y sé que me quedan dos días más para averiguar qué es lo que quiero. Y durante ese tiempo, aunque la opción de no hacer nada parezca ser el mejor camino, seguiré durmiendo con el móvil y los sueños muy cerca de mí.
A veces, mientras dormimos, la realidad puede cambiar (para bien o para mal).

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