domingo, 25 de febrero de 2018

Adiós sin puntos suspensivos


Debería existir un lugar al que poder huir cuando no sabes dónde meterte. Una isla perdida en mitad del océano, sin cobertura, y donde el tiempo se detenga y te espere hasta que regreses. Y que en ese lugar, último refugio de los caídos, se encuentre la fórmula mágica que te salve de equivocarte una vez más.
Mañana es el primer día de una nueva vida, que por monótona y aburrida que se presente, no puede ser peor que la que dejo atrás. Cuatro meses exactos han tenido que pasar para llegar al mismo sitio, esta vez con las piernas heladas y el estómago vacío tratando de parar el temblor sobre el banco de una plaza esperando, en vano, un "vuelve" que nunca llegaría. Durante ese tiempo, he encontrado mil motivos para escapar y a penas uno para quedarme, y me aferré a ese único motivo para darle sentido a mis errores. Pero se ha cerrado el círculo y los errores sólo han sido errores (disfrazados de otra cosa). He cerrado ese círculo igual que lo abrí y con la misma sensación que lo hice entonces. La de no haber sido más que una piedra en el camino, y tan pequeña que desaparezco. Y este silencio ensordecedor cuenta la historia por sí solo. Historia que acaba con un desatinado “lo siento”, porque no hay finales felices para lo que empieza siendo un fracaso anunciado.
Sueño, hambre y 600mg de ibuprofeno para una resaca buscada que, junto al dichoso silencio, no hace más que acentuar el vacío que deja todo lo que no se dice, todo lo que resulta inalcanzable, toda la imprudencia acumulada y todo lo que ya no volverá. Lo único bueno que saco es haber cumplido el triste objetivo marcado. No como yo lo había planeado, pero da igual. Probablemente a mi manera no lo hubiese alcanzado nunca. Lo demuestran mis anteriores intentos fallidos, que eran fallidos a conciencia. Porque lo que de verdad duele, en el fondo, es “cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos”. 


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