sábado, 13 de enero de 2018

Antideseos

El año nuevo amaneció soleado en Granada, pero no tardó en seguir lloviendo (incluso nevó el día de reyes). No me propuse nada especial para este año, nunca lo cumplo. Además, todo lo que me propongo últimamente me sale al revés, en parte porque no me lo creo ni yo, porque más que deseos son antideseos (necesarios, pero antideseos). Y, sobre todo, porque sirve de poco proponerse cosas que casi en su totalidad no dependen de una. A merced de la vida sigo... echando a cara o cruz el olvido y los recuerdos, la pena y la alegría, Granada y Madrid, mi soledad y tu compañía.

Me llegan señales confusas como pistas camufladas que hay que desempolvar y que siguen abriendo interrogantes. Supongo que cuando sea capaz de ignorar todo eso, veré más claro el incierto destino que me espera. Y entre una de cal y otra de arena voy echando los días, deseando que la normalidad llegue en algún momento para dejar de vivir en los picos, buscando un camino llano sin demasiadas piedras. Pero todo lo que me hace un mínimo de ilusión tiene un denominador común, a su vez causa de alegría y tristeza. Y los escudos invisibles no sirven de mucho, especialmente cuando tienen grietas fáciles de penetrar.

A penas una semana más de "felicidad enfrascada" y estaré volviendo a la calidez de mi sofá, y esta vez espero tener la voluntad suficiente para pasar página. Y puede que entonces sea fácil desconectar la mente, aprovechar un ensayo, disfrutar de un Jim Beam en el Café Central con buena compañía, que no me suene la barriga después de comer, recuperar los 50 kilos, y callar por fin esa voz que trata de confundirme. Lástima que todo esto implique sacrificios grandes, pero si sale bien, puede ser muy liberador romper con todo. Hay quien piensa que lo mío es orgullo, y no lo niego. De hecho el orgullo es lo único que me salva de ser absolutamente patética dentro de este grito sordo del don't let me down. No sirvo para ser el bálsamo del ego de nadie.

Hoy recojo en la memoria las paredes moradas, las dimensiones del sofá, el olor a cañerías, el desayuno con Radio3, la ropa ancha y el pasillo estrecho. El último portazo y el siniestro ascensor. La guitarra, los acordes, los vídeos de Youtube. El vino y el helado. Hoy lo guardo todo bajo llave hasta que se llene de polvo. Un antideseo que espero poder recordar en el momento justo y en los días venideros. Y ya que lo deseado no se cumple, espero que este antideseo de mierda, sí.

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