sábado, 12 de septiembre de 2015

Ordenando el cajón

Septiembre es un mes de cambios, un mes para renovarse. Siempre lo he sentido así. Parece ser el mes estrella para que algunas cosas empiecen y otras acaben. Algunas de las cosas con las que voy a acabar me llevan a empezar otras nuevas y ojalá alguna de ellas me salga medianamente bien y no me sienta más desubicada de lo que ya estoy. En realidad, cuando me veo en este tipo de situaciones me vengo arriba, y nada como verte en las malas para saber con quién cuentas; es un buen filtro, supongo. En los últimos meses, mucha gente me ha sorprendido para bien y para mal. Incluso yo me he sorprendido a mí misma. Me siento con la fuerza y la capacidad de hacer lo que muchos no se atreven, y no es la primera vez... ya me he demostrado en otras ocasiones hasta dónde llego si me lo propongo. Ahora tengo el ojo puesto en Madrid, y me da miedo, más miedo que cualquier cosa que haya hecho hasta ahora, pero el miedo puede ser un factor interesante que juegue a favor a veces, y la necesidad, el mejor motor para generar cosas. Por suerte, no estoy sola aunque me agarre esa sensación por momentos. Hay gente que se porta tan bien conmigo que nunca tendré cómo agradecer su generosidad.
Tras años enteros de paz y estabilidad he decidido desordenar voluntariamente mi vida con el único objetivo de alcanzar una posición que me permita vivir (y no malvivir) de mi trabajo, sacrificando sin duda muchas cosas. El trayecto Granada-Madrid-Granada lo repetiré a menudo en los próximos meses. Ya lo hice hace un par de semanas; primera toma de contacto. Y entraré poco a poco, ahorrando lo que pueda para no tener que vivir en un piso de 15m2 donde el váter esté dentro de la ducha y ésta al lado del sofá. Tengo hasta diciembre para organizarme entre clases, ensayos, proyectos en el aire, desapego... Ahora me quedo un mes sola, como anticipo de lo que me espera, y no podía haber llegado en mejor momento. Pero una no se siente sola en Granada. La ciudad en la que vives, cuando ya la conoces, es como un enorme piso compartido donde puedes disponer de la intimidad que quieras así como de la compañía que necesites. Pero no ocurre eso en Madrid. Hay un largo proceso de adaptación antes de sentirte como en casa. Y cualquier ciudad, por bonita que sea, se presenta hostil para la gente insegura como yo. Me pasó algo parecido cuando llegué a Granada con 18 años... Cuestión de echarle huevos y saber dónde quieres estar, claro que en mi caso no es que quiera estar en Madrid. Siempre me ha parecido una ciudad de solitarios, gris, ruidosa, donde la gente siempre tiene prisa y no te conocen ni tus vecinos. Una ciudad que despierta con empujones para subir al metro, avalanchas de personas cruzando las calles, y tráfico, y accidentes y atentados. Donde no existen las tostadas, ni las tapas, y los churros son congelados. Una ciudad donde para que te hagan caso tienes que tener más cara que espalda, ser "así de chula", y no dejar que te pise ni dios. Pero, a pesar de todo, es allí donde hay que estar. Parece parada obligatoria si quieres trabajar como actriz, así que me iré aunque sea poco a poco, perdiéndome en las calles, equivocándome con las líneas del metro, soportando la frustración de todas las negativas que voy a recibir y de tantos que se van a querer aprovechar. Aunque lo que más me asusta es no encontrar la manera de llevarme a los que viven conmigo, pero la buscaré...
Lo que tengo claro es que no puedo pensar mucho más allá de hoy. Tengo que ordenarme para tirar con todo lo que tengo ahora aquí, y cuando ese cajón esté ordenado, seguiré con el de abajo.



No hay comentarios: