domingo, 10 de noviembre de 2024

"Hoy es un gran día"

He acumulado un buen montón de momentos inolvidables en el último mes y pico. Momentos que no he tenido tiempo ni disposición de relatar porque necesitaba que se asentaran un poco. Septiembre se diluyó entre esperanza y buena actitud, dejando paso a una normalidad que anhelaba, pero que no ha sido en absoluto tan normal; ha sido mejor. 

Podría empezar diciendo que invertí mi tiempo en casa con una ilusión impropia de mí porque, por lo que sea, estaba confiando plenamente en que todo lo turbio era sólo algo pasajero, y que lo que viniera después lo agarraría con la mayor de las alegrías. Mi mayor deseo estaba claro, pero mientras tanto, en la espera, mi cabeza echó a volar e imaginó cosas (¿qué perdemos por probar?), e imaginó un globo rojo con su hilito flotando en el aire para ver si, más tarde, podía imaginarme bañándome en la playa una vez más antes de que acabara el año. Vi ese globo rojo pocos días después, con su hilito flotando en el aire y, por si quedaba alguna duda, vi varios más al día siguiente. Acababa de releer un libro que me regaló un amigo, y quise probar lo que decía. Ese fue el detonante. Después de eso, volvió la salud a mi casa, me llamaron para inaugurar una nueva sala de teatro en La Zubia, me encontré una bicicleta como nueva en la calle (check!), y el 31 de septiembre, coincidiendo con el veranillo de San Miguel, me bajé a la playa; el 1 de octubre (magia) me estaba sumergiendo en el Mediterráneo. Lo que parecía imposible unas semanas antes, con tanta tormenta, lluvia y frío otoñal, resultó en un auténtico y caluroso día de verano (el mejor de todos). Esos dos días, y ese gran momento en la playa, era algo demasiado bonito para arriesgarme a que "alguien" lo arruinara. Y como si de una revelación se tratase, reculé en los planes con la familia y me decidí a cumplir con mi único plan: YO. Pude comprobar que fue la decisión acertada cuando, semanas después, me reuní con ese "alguien" para comer y, efectivamente, arruinó la comida. Pero ese momento, aunque también doliera, me daba más igual...

Con tanta benevolencia cósmica a mi alrededor, quise ir un paso más allá y centrar mi energía en mi verdadera carencia: el dinero. Dos mil euros es mucho, pero está dentro de lo razonable. Mis bolos en la Zubia fueron maravillosos, la gente quedó encantada, mi monólogo evolucionaba de un pase a otro, pero la taquilla no ha sido suficiente. No sólo no me ha dado para ahorrar, sino que ni siquiera me ha alcanzado para cubrir los gastos más inmediatos. Pero, al margen de lo meramente económico, la experiencia ha sido de diez. He aprendido muchas cosas, he constatado otras, y he tenido que respirar mucho para no caerme redonda por estar sola en un escenario, echando de menos, con más rabia que tristeza, a quien estuvo conmigo tantas veces y con el que me sentía capaz de cualquier cosa. Da miedo saltar sola sin red de seguridad, pero lo mejor del mundo está al otro lado del miedo, y cuando lo vives en primera persona y superas esos momentos de mierda, casi que te resbala lo que hagan, o lo que digan que van a hacer, te resbalan las ausencias, te resbala la indiferencia. El aplauso final es el que una se da así misma. Y en este caso vino acompañado de muchísimas otras manos que aplaudían, y de nuevos seguidores, y de recomendaciones, y de un boca a boca que me ha dado dos bolos más para los próximos meses en distintos puntos de la provincia (y otros pendientes de cerrar). Da miedo estar sola, pero da más miedo necesitar no estarlo. Ahora me puedo colgar esa medalla. 

Y durante mi paso por esta sala recogí algo más: amistades casi perdidas, reencuentros bonitos, el perdón que no se pide ni se exige, pero que se concede sin olvidar y sin intoxicarnos demasiado. Tomé la iniciativa con uno de esos amigos, y como si se tratase de un karma extraño, otra amiga la tomó después conmigo. It feels nice, doesn't it?

Entremedias, durante ese tiempo "vacío" antes de que empezara el ajetreo de octubre, hice un par de cosas más, ambas por probar suerte, ambas sin mucha convicción, ambas por otras personas, ambas por poder decir "lo he intentado". La primera fue mandar mi corto al Festival de Cine de Granada, el único por el que pagué tasas extras sólo por inscribirlo, y que tras haber sido rechazado anteriormente en otros seis festivales, no le tenía ninguna fe. Pero mi madre, con una confianza ciega, y con la ilusión que a mí me faltaba, me dio el empujón para hacerlo. Y más o menos por la misma fecha, otra persona que también me quiere me insistió para apuntarme a un curso para ser guía de ruta y que me podía dar trabajo en el futuro. Me apunté al curso y al festival de cine sin ninguna convicción, casi segura de que ninguna de esas cosas era para mí. Cuán equivocada estaba...

Mi corto fue seleccionado en la categoría de cortos granadinos, cosa que ya me parecía suficiente porque eso significaba que lo proyectarían en los cines y lo vería mucha más gente que si lo cuelgo en YouTube para que sólo lo vean cuatro. Pero no ha quedado ahí la cosa. "La Caverna" ha sido nominada, junto a otros cortos, a Mejor Innovación Visual (que debe ser una forma elegante de decir "qué corto más raro"). Ni sabía que existía esa categoría... Así que ahora, a la alegría de que mi corto se vea en cines, le añado un posible galardón que no voy a ganar, pero que no me importa. Al menos tendré la ocasión de estar en la gala con mi "equipeitor" el 21 de noviembre, ponerme (demasiado) guapa por una noche y, con suerte, crear una red de contactos.  

Y en cuanto al curso, cuando me contactaron para ver si era "buena candidata", fui muy sincera y les dije que habría días que tendría que faltar por compromisos varios, y por bolos, pero que (habiéndolo ya pensado mejor) me encantaría poder hacerlo. ¿Y si se me da bien? ¿Y si realmente hay trabajo en ese campo? ¿Y si resulta que puedo compaginarlo todo? ¿Y si mi colega tiene razón? Sí... quería hacerlo, quería probar suerte (esa suerte que empiezo a conocer y que estoy aprendiendo a controlar). Y no sé si puedo llamar suerte todavía a conseguir la plaza y llevar ya dos semanas y pico de curso, porque no sé a dónde me llevará después, pero sí sé que estoy donde tenía que estar (pase lo que pase). Lo sé por muchas razones: por lo que estoy aprendiendo, por lo que necesito mejorar, por el desafío que supone para mí meterme en terreno desconocido (literalmente), pero, sobre todo, lo sé por la misma razón por la que se saben esas cosas que no se pueden explicar: porque tenía que ser así. Certezas. Simplemente eso. 

Me gusta asistir a clase porque los contenidos son totalmente de mi interés, estoy motivada (cosa imprescindible), y tengo un grupito de compas muy maj@s. Como suele pasar, conectas más con unas personas que con otras, pero lo que no esperaba era conectar tanto... De hecho, hasta la eterna imagen ha cambiado estos días (ganó por cercanía), y ni siquiera lo vi venir. Fue colándose poco a poco, sin hacer mucho ruido. Y, de pronto un día, "el dibujito animado" ya estaba dentro. Son muchas las carencias, pero a la única que de verdad me tengo que preocupar ahora se le suma el elemento sorpresa. Ese que no deja pensar con claridad (o que sólo te hace pensar con claridad en una única cosa). Está en fase 0 (¿se podría recular todavía...?) pero la fase 0 es la más puñetera, y la más peligrosa. Es esa fase de no saber, de niebla, de inquietud. Vas a ciegas, intentando sortear lo bueno y lo malo, porque ambas cosas te empujan irremediablemente al filo del mismo barranco. Y si no hay forma de pararlo, al final te resignas: un mes de caída libre, y luego un tiempo de convalecencia antes de volver a la normalidad, a ese camino tranquilo y solitario del que me había desviado por sorpresa. Con mi vieja y querida imagen lejana ocupando de nuevo el lugar que le corresponde. Ahí no hay niebla, es un lugar seguro, y piso terreno "conocido" en lugar de andar por arenas movedizas. Llegará, queda poco. Y ya que la caída es irremediable, mientras recorro ese espacio de vacío, al menos planearé un poquito, mediré los tiempos, disfrutaré de las vistas, y experimentaré la adrenalina de estar en el aire antes de llegar al suelo de un mes de diciembre de incertidumbres, despedidas, bolsillos vacíos, y bolos por armar. Y lo haré sin que se note que se nota, tratando de estar en la misma página, intentando hablar el mismo idioma, y lo que sería más interesante: tirando de todo para convertirme en la mejor. 


Sólo podía arrancarme a contar tantas cosas bonitas cuando algo "inquietante" me obligara a sentarme a escribir. La carta de la muerte, rescatada de la caja de la persiana, con su número XIII (claro que sí), anunciaba nuevos comienzos. "Hoy es un gran día", y cada día puede serlo...

Esta frase me ha abierto mil puertas.

No seré yo quien las cierre. 


Mis últimos artículos para El Batracio (los próximos serán ya navideños).





Vídeo promo "Como ser más productiva" (Octubre, Sala Bambalinas, La Zubia)