martes, 16 de mayo de 2017

Dosis de irrealidad en la última primavera

Me tomo esta noche como la última noche de licencias. Me la tomo de un sorbo, como el whisky, despidiendo a mi Lolo que se va tras el sueño americano, mientras yo me voy a perseguir el sueño de una noche de primavera en Madrid. Y suena Ray Davies, y mi mente se detiene para dejar paso a mi espíritu aventurero que tantas alegrías me regala y tantas frustraciones me devuelve después. Ni caras o cruces, ni horóscopos negros, ni cartas del tarot; ni Coelho, ni Neruda, ni Benedetti. A punto de echarme atrás 365 veces y a punto de tirarme a la piscina 365 veces más, no fue hasta el último momento, y con las dudas evidentes que tiraban de mí, que fui capaz de plantarme en un camino, tomarlo y no mirar atrás. Y de todos los papeles que podría interpretar, esta vez me quedo con el de la verdad, el que no implica miedo y el que juega a ganar aunque al final pierda. Siempre hay tiempo para regresar volando desde esa nube y anidar de nuevo en el olvido. 
Perdón por el gasto, por la mentira, por la falta de ética, pero a nadie enturbia más que a mí. Cargo de conciencia a cobro revertido, pero ¿cómo perderme ese atardecer si será todo lo que me quede al final? Que desplegar las alas no es para cualquiera, y al menos eso puedo aprovechar. Yo pongo la sonrisa blanca, un billete de 20 y las uñas largas (y mucha, mucha, mucha fe), aunque haga falta una alineación de planetas para que sea suficiente. 
No voy a vivir a medias. Prefiero vivir el doble a la mitad (y sin pastillas para no soñar).



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