Después de arrastrarme al ojo del huracán, engañada con la
promesa de una vida mejor, de la ilusión de empezar de nuevo, de crecer, de
encontrarme… y de encontrarlo.
Después de destruir con malas artes el suelo que me sustenta
y las alas que me elevan.
Después de borrar con la mano la estampa que dibujé con mi
sangre, y tirarla a la basura como si se tratara de un papel viejo y sin valor.
Después de lanzar el rayo aniquilador sobre el techo de mi
casa, dejándome a la intemperie, sin refugio, sin calor, sin comida y sin agua.
Después de ponerme al borde del precipicio, bajo la
incesante lluvia sin ánimo de escampar, con el barro hasta los ojos y el abismo
como único salvación.
Después de enseñarme la monstruosa cara deforme y gris del
miedo asaltándome en cada esquina.
Después de la eterna tormenta que me impide levantar la
cabeza, mover un músculo, abrir los ojos.
Después de la soledad, la desidia, el desapego y la
incertidumbre.
Después de sumergirme la cabeza en el mar de la melancolía
hasta dejarme sin aire.
Después de arrancar de mi lado los oídos que me escuchen,
las bocas que me hablen, las mentes que me entiendan, los cuerpos que me
abracen.
Después de cambiar mi lienzo y mi paleta de colores por un triste
papel y un lápiz.
Después de arrebatarme la voz para gritar y que ahora sólo
sea un hilo de lamento que se ahoga en la almohada.
Después de convertir toda mi música alegre en acordes
menores.
Después de mandarme al frente sin escudo y sin armas para
defenderme.
Después del golpe demoledor que me has propinado sin
miramiento, y tanto latigazo en la espalda cuando me intento levantar.
Después de todo esto… sabes, vida, que me debes una. Y aquí te esperaré para cobrarla.
En mitad de este cementerio, al borde de este abismo, ahogándome en este mar,
perdida en este desierto, desarmada en esta guerra.
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