Confesarse está bien, sí, pero sin esperar demasiado. Perdí el norte por un momento, de hecho el norte se derritió. Pero hay que pararse y pensar, y respirar, y mirar alrededor, y tragar saliva, y morderse la lengua, y seguir respirando, y no dejar que los puntos “cardenales” se escondan tras interrogantes soltados al aire, para no sentirme ajena al ambiente general, y que el destrozo irreparable no deshaga los nudos del miedo inevitable. Estar sana (eso dicen los análisis médicos), pero hay que sanar la memoria, y todo cae por su propio peso. Lo que haya debajo, ya se verá (si quedan ojos para mirar).
Ya está. Nada (decente) que añadir.
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