viernes, 31 de enero de 2025

Aunque parezca superdifícil...

Hace unos días encontré un curso online que me tiene totalmente absorbida. Va sobre cómo desarrollar el potencial del cerebro y activar un montón de zonas "dormidas" que pueden ser despertadas y ayudarte en mil cosas. Me topé con él por casualidad, y le eché un ojo con mucha curiosidad y con poca confianza. Pensaba que sería otro de esos vídeos de frikis esotéricos, que se autodenominan couch sin ningún tipo de pudor, y que venden humo disfrazado de misticismo barato, pero me acabó sorprendiendo. Me encontré con un tipo que me hizo entender (con los datos científicos demostrados en la mano) lo que no entendía y necesitaba entender para poder darle cierta credibilidad al asunto; que explica tan bien el cómo y el porqué, que hasta una mente escéptica como la mía conseguía darle sentido a cada palabra. Y comprender ciertos conceptos me ha abierto un mundo nuevo. 

"Aunque parezca superdifícil, te puede sorprender". Escribí esta frase hace más de un mes en modo automático, de manera inconsciente, sin saber lo que estaba escribiendo, cuando andaba envuelta en pensamientos existencialistas, sin rumbo fijo, sin planes claros, sin expectativas realistas, y con la convicción de que todo lo que me imaginaba no eran más que fantasías inalcanzables. Una frase alentadora entre decenas de páginas fatalistas. Esa frase me estuvo despertando cada mañana durante muchos días. Era mi primer pensamiento al abrir los ojos. Se acabó colando tanto en mi cabeza que me hizo reaccionar, me cambió la perspectiva, dirigió mis pensamientos hacia un optimismo que chocaba con mis circunstancias. Poco después encontré el curso, y esa frase cobró todo el sentido del mundo. Bien por ignorancia, bien por el esfuerzo que requiere, la mayoría estamos tan acomodad@s en dejar que las cosas pasen que no nos molestamos en HACER que las cosas pasen. Ahora sé hacia dónde mirar, en qué fijarme, cómo proceder... Este hombre me ha enseñado a pensar, y como si fuera el padre que nunca tuve, me ha alentado a seguir imaginando fantasías inalcanzables porque "aunque parezca superdifícil... me puede sorprender". Eso sí... trabajando mucho. 

Yo no creo en magia ni en milagros, pero se siente totalmente así al ver cómo cambia todo por fuera cuando cambias tú por dentro. Y tampoco he cambiado tanto, no es que sea otra persona de repente. Soy la misma con las ideas más claras. Yo ya sabía muchas cosas, pero las tenía desordenadas en la cabeza porque nadie me enseñó siquiera a usarlas. Y cuando de pronto te encuentras con alguien que te da el trabajo hecho (gratis) te dan ganas de viajar a California y besarle los pies, como mínimo, porque te acaba de regalar tiempo, y no hay nada más preciado que el tiempo. Y compensa mucho todo el que tú perdiste dando vueltas, y chocando una y otra vez con el mismo muro que otr@s levantaron contra ti porque no supieron hacerlo mejor. Y tras ese muro se esconde la mayoría, y desde allí se quejan, y se lamentan, y se defienden, y escupen sus ideas infundadas. No quiero ser como ell@s. He estado huyendo de eso toda mi vida (sólo que antes no tenía claro hacia dónde tenía que huir). 

Hace una semana hice un bolo más que necesario, y lo supe en cuanto lo terminé, aunque tardé un par de días en entender la razón. Ese bolo era el billete dorado hacia el siguiente, y aunque es una afirmación temprana, sé que no ando desencaminada. Yo sólo puedo controlar mi parte, y preocuparme por lo que no puedo controlar no tiene sentido. Y esto aplica a todo. Cuando sacas de tu mente lo que no puedes controlar, lo incontrolable desaparece, deja de ser un problema; deja de ser, directamente. Sabes que está ahí, pero ya no capta tu atención, se hace débil y acaba desapareciendo de tu mundo. Si estás atenta, hasta te das cuenta de que todo lo que pasa es por algo (algo mejor), y para que te lo termines de creer la vida te pone las evidencias en la cara, y un día despiertas con todas las certezas del mundo tan claras en tu cabeza que te sientes invencible. 

Ahora sé cómo proceder, y aunque saberlo no lo hace más fácil (sólo te quita el peso extra que tú misma te estabas echando encima) ayuda a ver las cosas desde una posición infinitamente más sana y constructiva. El azar siempre juega un papel importante, y el gran acto de fe (y mi talón de Aquiles) es confiar en que la suerte se pone de parte de quien no desiste. El próximo 6 de febrero tengo un bolo importante porque muestro mucho material nuevo, y yo sólo puedo intentar hacerlo lo mejor posible. El resto es suerte y una fe ciega en ella. 







miércoles, 1 de enero de 2025

El porqué de todo

Me he pasado casi todo este mes buscando un norte que no encontraba ni con brújula, pero después de varias semanas dando vueltas en círculo, rodeada de una niebla espesísima, e impregnada de un calor tan tórrido que derretiría la sierra en medio minuto, acabé orientándome en los últimos días de una semana que era clave para mí. Tuve que encarar todo el proceso con una paciencia bíblica. Tanto verlo sin tiempo, y tanto tiempo sin verlo generó una espiral de urgencias que me llevó, en el primer caso, a actuar impulsivamente, y en el segundo, a buscar hasta en los lugares más remotos el porqué de todo. Pero ya lo dice Cooper en esa maravillosa película: "Los accidentes son la base de la evolución".

La ultima vez que me vi rodeada de ciertas personas tuve que tomar una decisión firme. Ese día me sentí asfixiada, pese a que ninguna de ellas me provoca nada parecido, si acaso lo contrario, son un encanto; esa sensación de incomodidad se dio sólo por contexto. Pero un rato, apenas unas horas con ellas fue suficiente para dar ese paso a un lado que me permitiera distanciarme, y volver a mi camino. Particularmente esclarecedor fue ver, sin venir a cuento, en la pantalla de un móvil ajeno otra verdad dolorosa (sí que hubo un trato especial al fin y al cabo...). Es entonces cuando la resignación se convierte en acción: anulas citas, cancelas eventos, guardas carpetas y papeles, borras cosas en el calendario... Ir en sentido contrario era lo mejor que podía hacer en esos momentos. Y es irónico cómo responde la vida cuando crees tener claro algo. De pronto me cayeron por todos los frentes invitaciones, imágenes y mensajes que me querían llevar de vuelta al lugar del que trataba de huir, y ese nombre acabó reapareciendo en el limbo virtual de los lugares más insospechados. 

Empeñada en no dejarme engañar por espejismos, seguí en mi propósito de darle la razón a la razón, así tuviese que acabar comiendo tierra. Sin embargo, mis intentos por alejarme me seguían llevando al mismo sitio. Es como si quisieras salir de una habitación, y cuando atraviesas la puerta ves que estás en la misma habitación, y abres otra puerta y te lleva a la misma habitación, y así en bucle. Y al final caí en una crisis indefinible del quiero y no puedo peleando por un lado, y el podría pero no debería matándose por otro, hasta que mi cabeza toda se convirtió en un campo de batalla que necesitaba una tregua urgente, porque llegó un punto en que se enfrentaban unos a otros sin saber siquiera a qué bando pertenecían, qué defendían, o cuál era la razón de tanta violencia. El silencio se me hizo tan necesario como respirar para poner a cada uno en su sitio Llegué a un punto tal de concentración que sólo se vio interrumpido por los momentos más bonitos de una Navidad que ha superado sin duda a las dos anteriores, y que me ha traído múltiples alegrías, un par de ingresos, y esos momentos de chispa mágica taaaan necesaria. Y en esa felicidad salpicada de dudas decidí dedicar una semana, y ni un día más a resolver lo único que no quería arrastrar al 2025. Y lo hice. Encontré el espacio y el silencio absoluto, y me obstiné en armar un tetris imposible de prioridades y pensamientos recurrentes, con emociones confusas y carencias insostenibles para que cada cosa encajara con las demás. 

Y con todo en su sitio escribo esto hoy. Porque ahora ya sé dónde estoy, hacia dónde voy, y el porqué de todo. Y lo he conseguido en tiempo récord; apenas un mes. Desde este lado tengo cierto control, y una vía de escape, que aunque sabes que es como lanzar un mensaje en una botella y que las probabilidades de que alguien lo lea son ínfimas, no pierdes nada por intentarlo (salvo una botella). Tú la lanzas y te olvidas; lo mismo acaba llegando a la orilla opuesta. Más raro es ver escrito a pintura en un coche lo que justamente intentabas no ver más. Quizá el día 6 de enero pueda añadir una rareza más a la, ya de por sí, larga lista de rarezas maravillosas que han ocupado casi por completo este último año. Me fui hasta Santa Fe (qué ironía de nombre) a buscarla. No podemos controlarlo todo, pero hay que ocuparse de lo que sí podemos controlar, y lo demás vendrá por añadidura. Siempre. Quizá con otro nombre, quizá con otra forma, quizá en otro momento, pero acaba apareciendo de alguna manera. 
Y ésta ha sido mi "sabia" reflexión de la semana; y, sí, he necesitado casi un mes para llegar a ella 😑

Con mis dos últimos artículos de 2024 dejo en el 2024 lo de 2024. Este año todo es nuevo. Incluso si viene de atrás, habrá cambiado lo suficiente para ser considerado nuevo. Porque si algo he aprendido en estos días de absoluto ensimismamiento místico, sólo comparable al de un maldito monje budista, es que lo único que se repite en la vida es el cambio. 













sábado, 7 de diciembre de 2024

De lo que construimos, destruimos y reconstruimos

Tengo mil notas esturreadas sobre las últimas dos semanas con cosas que escribo para que no se me olviden, y con cosas que escribo para olvidarlas, si fuera necesario. Y se ha hecho necesario. Algunas de estas últimas cosas tienen demasiada carga emocional como para volcarlas en algo coherente y comprensible como una simple lectura de repaso, pero voy a intentar reunirlo todo sin obviar las partes idílicas (detonantes de todo lo demás) y, a la vez, sin despegar los pies del suelo. Porque para escribir hay que posicionarse (a menos que estés dando las noticias), y mi posición de hoy es distinta a la de ayer, y distinta a la de la semana pasada. Se escribe desde una emoción, y ha habido muchas y muy cambiantes en poco tiempo. Hoy, sin emoción definida, me limito a narrar dándole el peso justo a cada palabra; si me paso o me pierdo en detalles, es cosa mía (pasarme, por lo visto, se me da bien).

Ayer no podía controlar mi cuerpo (antes de ayer tampoco, pero por razones distintas). Temblaba solo, como cuando tienes fiebre que te retuerces, y te estiras, y te acurrucas, y te das la vuelta, y otra vuelta, y otra vuelta sin poder controlar la respuesta natural de un cuerpo que agoniza entre espasmos y tiriteras. Se hacía hasta difícil respirar de manera normal estando así. Y cuando conseguía tomar algo de control, volvían de pronto las imágenes en blanco y negro, y esas desacertadas palabras, y sentía de nuevo los pinchazos por el cuerpo, el vientre en pie de guerra, y las ganas de gritar. Me fui, con imperiosa necesidad, a tirarme al sol sobre un manto de hojas marrones no muy lejos de mi casa, a ver si así se me pasaba el tembleque, me perdonaba por los abusos, y entendía de alguna manera que, a pesar de lo que pesa todo, es mejor agarrarse a una verdad que no mola, que a una maravillosa mentira. Y aunque todo parecía estar muy claro, mi cabecita nunca hubiera soltado esa imagen basándose sólo en lo que había. Necesitaba un golpe de realidad para hacerlo bien, para hacerlo en serio, para hacerlo sin vacilar un segundo. Pero se me hacía casi imposible con todo el frío en el cuerpo, y estando tan al límite. 

Los últimos cuatro años me he estado centrando únicamente en mí y en mi trabajo. Hice cursos, estudié muchísimas cosas distintas, produje un corto, escribí un espectáculo de humor, me saqué cuatro duros trabajando aquí y allí, grabé canciones, me procuré un camino seguro lejos de los lazos familiares, y me dediqué a observar el lado “mágico” de la vida. El resto del mundo me importaba poco. Nada ni nadie, fuera de lo que yo había creado, despertaba mi interés. Y las necesidades (siempre las hay), las supe cubrir sin hacer ruido, tirando de mucha imaginación y colocándome en ese lugar perfecto, aunque imaginario, donde no te la juegas, donde no te pueden hacer daño. Estaba todo bien, todo en su sitio. No había que buscar nada porque ni quería encontrar, ni lo necesitaba. Parece obvio que, entonces, te descoloque lo que aparece sin buscarlo. Y lo vi venir. Lo vi venir porque me conozco, y porque no es algo que pase todos los días. Conocía los riesgos, pero no me dio tiempo a recular. Y mi naturaleza curiosa quiso entender por qué (me dieron esa pregunta metida en un sobre; así de importante debe ser…). La cosa es que, para responder a esa pregunta, hay que investigar, y hay que meterse en el barro hasta el fondo. Y yo me he metido tan al fondo que lo he traspasado. Ahora está el fondo, veintitrés capas de lodo, y yo. Lo peor es que ni siquiera ahí encontraba la respuesta. Todo parecía haber sido algo meramente anecdótico. Pero con muchísimo esfuerzo he conseguido ver más allá, y he cambiado el objeto de estudio; el por qué tenía que ver conmigo, con nadie más. Y yo, aunque soy complicada de cojones, me consigo entender a veces, y resulta mucho más fácil que tratar de entender todo lo demás. 

Durante unos días muy inciertos, muy tensos y muy confusos me permití dudar, llorar, cabrearme, agarrarme a la esperanza, soltarla de nuevo, y de últimas, llegar a límites absurdos. Y todo (literalmente, todo) me llevó a ese sitio. Porque yo lo estaba haciendo bien, no había más tiempo, y con lo que tenía hasta ese último día, sólo podía hacer una cosa: seguir mi camino, y cerrar esa puerta que no llevaba a ningún lado. Pero la vida no te pone las cosas fáciles… Y así salté del 2 al 5 con nuevos interrogantes, con nuevas dudas, y con toda la curiosidad del mundo; la misma que me llevó al subsuelo. El 5 de ese 25 (sabía que ese número iba más allá de todo), yo me sentía la más guapa, la más segura, la más atrevida… y la más vulnerable. Un outfit defectuoso ya anunciaban el frío inminente. Y se fue metiendo el frío, mucho frío, a pesar de que no hacía tanto. Ese lugar llamado primavera me recordó que, en realidad, estábamos rozando el invierno. Y se escarchó el paisaje, y todo se volvió de un gris oscuro cuando perdí el miedo a perder, y me la jugué a todo o nada. Descubrí mis cartas, aposté (demasiado) fuerte… y perdí la partida. Así es el juego. No se gana siempre, pero siempre pierdes si no lo intentas. En mi burbuja maravillosa, que tanto me había esmerado en construir, se estaba demasiado bien para arriesgarme a salir, así que no sé en qué momento (o con cuántos vinos), pensé que romperla era la mejor idea del mundo. Sobre todo, teniendo los datos sobre la mesa gritando “¡no es por ahí!”. No me lo creí. No me fie de los datos (me han enseñado a chequearlos siempre), y supongo que necesitaba creerme algo que no me gustara, a seguir dudando de todo lo que sí. 

Tuve que esperar a que amaneciera el día siguiente para “perdonarme” por eso, y para conseguir alegrarme por ser valiente, aunque la valentía lleve consigo una buena dosis de masoquismo. Debo decir que, a lo largo de mi vida, siempre he funcionado igual, que he ido a por aquello que quería (en todos los ámbitos de la vida) incluso cuando parecían quimeras inalcanzables, y que nueve de cada diez veces he tenido éxito (y a más difícil, mejores resultados). Por supuesto que he perdido en otras ocasiones; las menos, pero suficientes para ser consciente de que esa posibilidad existe. Para ganar hay que estar dispuesta a perder… Cuando sea vieja y esté a punto de morir (previo pago de impuestos) me alegraré al recordar, si aún me queda memoria (y si no, para eso escribo), que tuve miedo a perder en muchos momentos de mi vida, pero que afortunadamente, le tuve más miedo a no intentar ganar. Eso me ha llevado a los mejores lugares. Y puestas a ser optimistas, la ausencia de memoria sensorial, y la palpable indiferencia hacen más fácil el camino de vuelta a casa. Todos los pedazos rotos de mi burbuja se pueden recolocar dedicándole un poquito de esfuerzo diario. Me doy lo que queda de puente al ocio, al descanso y a la lectura; a partir del martes ya me pondré con los mapas, el inglés, el monólogo y el resto de tareas pendientes. El tiempo no está para perderlo. 

Y creo que con esto ya está hecho el resumen de lo que pudo haber sido y no fue, de un viaje a ninguna parte (aunque muy enriquecedor), y de un casi fin de año tan lleno de cosas bonitas, (incluyendo esa voz y esos ojos que se quedaron conmigo el tiempo suficiente). No puedo más que sentirme agradecida, obviando el pequeño vacío en el corazón, por haber llegado tan lejos en casi todo lo que me he propuesto. Y, como buena inconformista, quiero más. Lo quiero todo. Algunas cosas las buscaré, pero, las mejores, llegarán por casualidad. A veces, sin hacer nada; a veces, dejando hacer a otros; y, a veces, porque un amigo te recomienda hacer algo en un sitio que queda muy cerca de tu casa.


Vamos a brindar por las noches perdidas...



lunes, 2 de diciembre de 2024

Huir es de cobardes

Que todo sea importante, pero que nada sea trascendente. Hoy, después de haber pulsado cuatro teclas aleatorias durante el fin de semana, haber hecho la hoja de ruta (hay que practicar) de un destino poco probable, haber cambiado el paseo por el barrio sin perderme mientras en un bar de otro barrio encontraba el pk de la victoria, y haber promovido un último intento de comunicación, me he levantado con el único pensamiento de soltar lastre y no esperar a mañana para redefinir un mes de diciembre que cada año me va gustando menos. 

Se me ha caído el único bolo a caché cerrado que tenía, y es mi último día “ocupada” pero, lejos de desanimarme, he hecho los deberes para que el final de algo bueno signifique el principio de algo mejor (pase lo que pase). No creo que llegue a esos 2000€ que tanto quería tener ahorrados, a menos que surgiera algún trabajazo muy bien pagado de la nada. Pero tampoco preveo muchos gastos esta navidad, y sí algún ingreso para quitarme, aunque sea, las deudas; tiraremos con eso este mes. Con eso, y con la fe ciega en el “no desaparecer” (al menos unos días); puede que el próximo lunes, tras cruzar un puente lleno de interrogantes, cambie mi discurso, y me vea obligada a tomar otros caminos. 

Hoy sería un buen día para tener superpoderes y que sea yo quien desaparezca, ahorrándome así un dolor de estómago que viene amenazando desde que asomé la cabeza por la ventana esta mañana, y me puse a limpiar la bombilla del mate pensando en los múltiples detalles. Pero como no tengo superpoderes, me lo tomaré con calma para que todo sea importante, sin que nada sea trascendente. Huir es de cobardes. Y hasta existe la posibilidad de que, a última hora, no haya incluso nada de lo que huir. 


miércoles, 27 de noviembre de 2024

Acción - Reacción

Tomar decisiones no es lo mío. Tomar decisiones rápidas, menos aún. Y después de pasar la mañana masticando de bulla las opciones, acabé diciendo NO. Un poco por rebeldía, un poco por evitar enfrentamientos innecesarios, y un mucho por la acción-reacción. Minutos más tarde supe que había acertado cuando ese corazoncito apareció para quitarle valor a aquel que revolucionó el mío en su momento. “No eres especial”, gritaba el mensaje. Pero esa frase está incompleta. Porque el 1.111 que relucía en la pantalla, más o menos a la misma hora en que alguien también andaba entre números no muy lejos de aquí, me recordó esas palabras acartonadas en el interior del armario. Las que últimamente había olvidado, y que por haberlas olvidado fue que me hice pequeñita durante unos días. “Pequeñita” es el calificativo suave que empleo yo para sustituir al de “niñata caprichosa” que seguramente emplearían otros. La imagen que he querido mantener se acabó desmoronando por la ausencia de oportunidades, por ignorancia y por cabezonería (todo intensificado por la famosa falta de tiempo). Y, probablemente, con mis acertadas decisiones he remarcado la contraria, comunicando, pues, lo contrario a lo que querría 

Pero lo bueno de que las cosas no signifiquen lo que parecen (o lo que tú quieres que parezcan) es que una deja de anticiparse, y se despreocupa, y le da a las cosas el valor que realmente tienen, ni más ni menos. Entonces relees el cartón y te vienes arriba “se acaba el camino, pero es un camino de doble sentido”. Y esta idea encajaría super bien si no fuera por la certeza de que yo voy en sentido contrario (para variar). Queda poco para volver a la rutina de esa vida que elegí en su momento, y que parece no casar con el resto de vidas. Y molaría volver a ella un poco más entera, previa limpieza mental, de lo que estoy y estaré en los próximos días. 

“No eres especial… AHÍ”. Ésa es la frase completa. Y era de esperar; el día y la noche, lo técnico y lo artístico, los números y las letras. Era de esperar… es lo que tiene ir siempre detrás de lo más inconveniente. 

domingo, 24 de noviembre de 2024

Entre flashes y tinieblas

Hoy, domingo, le pongo fin a una semana de prisas, estrés, agobios, y cosas raras. Una semana llena de espejismos; con su cal y con su arena. 

Empezó con una luz verde preciosa tras un fin de semana muy desalentador. Habiendo dado cosas por perdidas (algunas queriendo y otras sin querer), me vi cambiando planes a última hora, dejando en manos del destino todo el peso de la suerte. Con la firme intención de quitarme del medio sin llamar la atención, cumpliendo únicamente con "lo que había que hacer", el semáforo se puso en verde, y crucé sin miramientos, pero no vi el ámbar de la precaución hasta unos días después (se nota que me he estudiado la historia del semáforo). Crucé sin pararme a pensar que, lo mismo, al otro lado no había nada. Y eso fue lo que me encontré: la nada... llena de semáforos rojos. 

Y en medio del trayecto estaba la gala de Talentos Granadinos del Festival de Cine. Una noche para el recuerdo, en la que pude confirmar que esa parte de la profesión no me gusta. Es una celebración del ego que queda lejos de mis intereses, especialmente cuando vas más de relleno que de otra cosa. Mi corto fue concebido como un proyecto personal del que no esperaba sacar más que autosatisfacción. Todo lo demás era surrealismo puro y duro, aunque no estuvo mal vivirlo tan de cerca, reencontrarme con colegas, hacer contactos y conocer en persona a gente que admiro. Lo más bonito que me llevé fue la opinión de un cineasta que vio mi corto el lunes en el cine, y me felicitó con entusiasmo. Lo demás fue mero postureo, y llevarme el premio a la mejor vestida.

Pasarme el sábado por la fiesta de fin de festival estaba aún en el aire. Ya no había que estar en la gala, así que podía centrarme exclusivamente en mi viaje a Córdoba y Antequera, y luego... ya improvisaríamos... pero tenía bastante claro que el final del viaje era mi casa. Porque aquellas luces verdes se empezaron a apagar los días previos y, durante un buen rato, me vi a oscuras. Salí del paso en lo esencial, pero acabé perdida en todo lo demás (no sé leer mapas, ni acertar con los caminos; la vida misma...). Y en algún punto kilométrico (algo que también se me da genial) cerca de Luque, el sol se coló entre la niebla y empecé a saber dónde estaba y, lo más importante, quién no estaba allí. Ese sol, que luego se hizo grande, me mostró con claridad meridiana todos los contras, que no son pocos. Y tras muchos tropiezos en el viaje, volvimos a Granada con todo el tiempo del mundo, y con todas las ganas de dormir. Y hubiera dormido una semana más, si eso fuera posible. Sin embargo, pasé las horas previas recogiendo los pedazos se una semana engañosa, y tratando de hacer algo con ellos. Cogí la lista y, siendo honesta, tuve que reconocer que ni lo bueno es tan bueno, ni lo malo es tan malo. Y eso me puso aún más triste. Porque el resultado de esa ecuación es cero, que dadas las circunstancias, sienta aún peor, que un número negativo. "No es viable, ni realista, ni lógico", fue mi conclusión. Pero, cuándo he ido yo buscando lo realista o lo lógico... Me meto sola en los mismos jardines. Y tras mil vueltas de tuerca, improvisaciones desesperadas, y el vuelco en el corazón de una última mirada al infinito, me quedé con la que parece la única opción viable. Y por ahí empecé a ver de nuevo algo de luz. La que me lleva al único sitio que queda, al destino último del trayecto, al punto final de los finales. 



domingo, 17 de noviembre de 2024

No hay tiempo

Nunca he estado tan mal de dinero. Pero mal de verdad. 
Y sin embargo... 

Metidos ya en la semana del Festival de Cine de Granada, y queriendo centrar mis pensamientos sólo en eso, he tenido que tomar la decisión de hacer un viaje el mismo día de la gala de clausura del sábado. Un viaje que no pensaba hacer, porque es una práctica del curso que cuesta más de lo que podía permitirme, y que encima me coincidía con lo otro. Pero los caminos de la vida son raros... Esa práctica es importante para que luego optes a que te llamen para trabajar, nos han dado facilidades de pago, y en mi caso particular, también la facilidad de apuntarme el último día (porque hasta el jueves por la noche, en la Gala Especial de los Talentos Granadinos, no sabré si mi corto está nominado para el sábado). Con todo, el dinero seguía siendo un problema, por más que pudiera pagarlo a plazos (así de mal estoy), pero por estas cosas raras que me pasan últimamente, me pusieron el dinero encima de la mesa hace apenas unos días. Y digo raro porque yo ni siquiera lo pedí, ni lo insinué, ni hablé del tema. Simplemente me dijo un amigo "por todas las veces que me has cuidado al perro", y pum, ya tenía el dinero (incluso un poco más de lo que necesitaba). Me quedé  blanca como la leche. ¡Cómo se dan las cosas! Muy loco todo, porque yo quería disponer de ese dinero, que me llegara de alguna forma, que me lo encontrara por la calle, yo que sé... como una señal de que tenía que hacerlo. Muy loco. En fin, que me apunto al viaje, pero aún me queda el tema del festival. Si mi corto es nominado el jueves, prácticamente tengo que volver del viaje el sábado y salir corriendo para la gala (y aún así llegaría un poco tarde). Pero si me cambio en el autobús y me tomo un taxi, llego dentro de lo razonable. Aunque no me preocupa mucho, porque las probabilidades de que me nominen son ínfimas. Si me llevo un galardón el jueves ya me puedo dar con un canto en los dientes. Aunque todo puede pasar, y hay que prever todas las eventualidades. 

Pero dejando a un lado las señales y la magia, hoy he decidido acelerar el proceso de lo que irremediablemente se viene, y creo que es lo mejor que he hecho, aunque no siente bien de entrada. Nada como un golpe de realidad para que se te quite la ensoñación. Podía haber dejado que se fraguara poco a poco, saboreando cada pequeño detalle, deleitándome en el no saber, pero no hay tiempo para eso. Y en lugar de avivar el fuego y acabar quemadísima, he pensado que es mejor ir enfriando ya el ambiente, por si acaso, y acelerar el proceso para llegar antes al desenlace (sea cual sea éste). No hay tiempo para tomarlo con calma, para movimientos meditados, ni siquiera para improvisar. Simplemente no hay tiempo. Y como no hay tiempo, he hecho lo que había que hacer para acelerar las cosas, y obtener pronto el resultado. Y el resultado ha dado negativo. La lista de los no tan buenos parece pesar más. Y supongo que así es más fácil. Me quedo con el par de cosas buenas que sí me han hecho ilusión, y me las tomo como mis pequeños grandes logros. Hay cosas que aún despistan, y en ese despiste me puedo quedar unos minutos, pero ya... sólo eso, sólo hasta ahí. Porque no hay tiempo para más.