Nadie
más que yo quiere que se termine ya el año y, felizmente, sólo quedan unas horas. El año pasado entré mal. Enfadada con mi padre, enfadada con el destino,
queriendo estar en otra parte, y acojonada por lo que me esperaba al regresar a
Madrid y que ya se venía anunciando mucho tiempo atrás.
Mis
malas decisiones marcaron un año lleno de sinsabores en todos los putos
sentidos. Un año de soledad, de dependencia emocional y económica, de
frustración y desilusión, de dolor y muerte, de oscuridad y lágrimas. Un año de
pérdidas irremediables que mató a compañeros y amigos, a mi perra y a mi pájaro.
Que me arrebató del alma ese cuerpo, dejándome “el corazón en los huesos y a mí de rodillas”. Y que no ha querido
acabar sin amenazar con llevarse a mi abuela al otro barrio.
Pasé la nochebuena
con ella en el hospital, y esta noche haré lo mismo. No es donde quiero estar,
pero sí con quien quiero estar. Y si ella está allí, allí recibiremos el nuevo
año. Esta vez, con el único deseo de que se recupere y la dejen ir a casa
pronto.
Al
pasado, ya le mandé el último beso del año, y con ese beso lo abandono. Ni un
solo pensamiento más… Que en enero estreno obra, cobro el premio y cierro
conciertos. Y regresaré a Madrid a hacer lo que tengo que hacer, y a deshacer
lo que hizo conmigo. Y ojalá mi abuela esté para verlo, pero si se quiere ir,
lo entenderé (yo haría lo mismo).
También se sacan cosas positivas de las peores experiencias, pero eso no me hará olvidar tantas putadas juntas, muy difícil de perdonar... Pero al final, sólo quedo yo; siempre yo. Beba provocando, Beba inconformista, Beba peleando, Beba... siempre demasiado sincera. Contra la vida y contra la muerte, en ese rincón particular, idealizando el mundo para escapar al aburrimiento (una etapa por cerrar). Y por el camino (¡que no se diga!) aprendiendo a convivir como cualquier mortal.
En 2019, seguiremos descorchando botellas.
Beba para celebrar.