Siempre he sido una persona muy autoexigente; demasiado
seguramente. Con los años, eso no ha cambiado sino que ha ido en aumento. En
una justa medida debe ser una virtud, pero en grandes dosis se convierte en
algo obsesivo muy lejos de ser bueno, al menos para una misma. Si la
autoexigencia desmedida la unimos a una inevitable inseguridad innata, complejos
y autocrítica, el resultado soy yo misma. Lo curioso de todo esto es que desde
fuera no se nota, o no se le da importancia. A veces, incluso, se percibe todo
lo contrario. Pero desde mi perspectiva, la realidad es otra, es la que me
afecta a mí y la que, para bien o para mal, me define, me limita, me empuja, me
endiosa o me destruye. Y sé que el problema es mío cuando desde fuera creen en
mí, me felicitan por algo o quieren trabajar conmigo, mientras yo pienso que se
puede mejorar, que no es para tanto, que hay mil fallos o que directamente es
una mierda. Exagero casi siempre pero se acerca a “mi realidad”. Y tal vez lo
que ven mis ojos no es más que el reflejo de mi propia inseguridad y sean los
demás quienes están en lo cierto, pero no sirve si no lo veo yo. Quizás tenga
que ver con mi (también inevitable) nivel de inconformismo. Si algo sale bien
quiero que salga mejor, y cuando salga mejor querré que salga perfecto. En
definitiva, nunca estaré del todo contenta.
Ayer me mandaron por privado el link para ver el corto que
rodamos en Jaén. La directora me escribió para felicitarme efusivamente por el
resultado de mi interpretación, que estaba encantada con mi trabajo y que
durante el rodaje se llegó a emocionar conmigo. Después de ver el corto, o
mejor dicho, después de verme a mí misma, no podía entender sus palabras. Está
bien, pero no es para tanto. De hecho yo no me gusto en absoluto. Ya no a nivel
interpretativo, que por ahí no está tan mal, pero hay algo en mí que no me
gusta.
Algo parecido me ocurrió el lunes pasado durante el
concierto en Salobreña. Todo salió bien pero ya había salido bien el lunes
anterior, y yo ahora quería que saliera mejor. Exigirme internamente eso hizo
que me pusiera más nerviosa de lo habitual y que no disfrutara como la otra
vez. Y desde fuera lo de siempre, todo bien. Pero yo no estaba del todo
satisfecha. Especialmente porque vinieron mis padres y mi hermano a vernos y
quería que realmente se sorprendieran, que por una vez se sintieran orgullosos
de su oveja descarriada. Pero nunca es suficiente. “Está bien” fueron sus
palabras, nada demasiado efusivo. Nunca han sido personas muy demostrativas en
realidad, pero mi padre se emociona más cuando gana el Madrid o mi madre cuando
ve al cristo de la salud, y quizá nada de lo que yo haga esté a esa altura. Y
cuando pienso esto, me alegro de haber escogido mi propio camino en contra de
su voluntad, incluso aunque no les emocione, incluso con su “no está mal”, pero
por dentro, por dentro de mí, se queda una espina clavada a la que intento no
dar importancia, pero que está ahí.
Sí me vanaglorio de ser persona resolutiva, y sé que
encontraré la forma de “quererme más”, especialmente porque sé dónde residen
los problemas y complejos y tengo claro cómo solucionarlos. Pero no se hace de
un día para otro, por desgracia, así que mientras tanto tendré que lidiar con
lo que "es" y no torturarme con el “quiero más”. Dejar que lo que hay sea
suficiente para seguir adelante y tratar de creerme un poco a los demás, y que
su visión positiva opaque la negatividad de la mía. Al menos hasta que yo pueda
ver por mí misma lo que ellos ven.
No hay comentarios:
Publicar un comentario