1 de agosto de 2016, Granada (19:30h)
Querido Miguel
Hace un par de horas que me dieron la noticia y llevo desde entonces
intentando pensar en ello, no como un hecho real, sino como algo sujeto a
suposiciones. Porque no puede ser cierto. Y la sola idea de que lo sea me ha
inundado de lágrimas hasta el punto de necesitar parar de llorar porque los
ojos se me estaban cayendo a base de restregones. Me agarré a la negación y
decidí hacer como si nada. Todo estaba normal, como siempre. No había malas
noticias. ESO no había pasado. Saqué a mi perra, me duché y me tiré en el sofá
a leer, en un triste intento de evadir los pensamientos con ese endurecimiento
hipócrita que buscamos para esquivar el dolor. Las palabras fatídicas que
llegaron para entorpecer mi alegría resonaban en mi cabeza al más mínimo
despiste de concentración ociosa, y esas palabras acudían a mis ojos en forma
de más lágrimas, llevándome al abismo de frustración e impotencia que trataba, en
vano, de burlar con la lectura y la negación.
Querido Miguel, te has ido sin despedirte, sin hacer ruido, saliendo de
puntillas por la puerta de atrás. Te has muerto solo, tal como te gustaba
vivir, sin llamar la atención; sin llamar "por no joder". La última
vez que hablamos me dijiste que nos veíamos poco, y tenías razón. Pero en eso
compartimos la culpa; tú por no llamar nunca, yo por la misma razón. Nos
parecíamos tanto... El viernes fue el último día de la temporada en La Tertulia
y quise pasar, pero por circunstancias me quedé en casa esa noche. Fue la
última vez que se te vio con vida. Ojalá me hubieras enviado uno de tus escasos
mensajitos diciendo "Boluda, ¿te vienes a jugar al truco, o qué?".
Pero no lo hiciste. Y quizás si lo hubieras hecho, me hubiese quedado en casa
igual, por pereza. En cualquier caso, no te perdono que te hayas ido así. Ahora mismo,
con la rabia chorreándome por las mejillas, no siento pena por tu muerte sino
la pena egoísta de quedarme aquí sin ti, en este inmenso vacío que me has
dejado. Porque no sé cómo acostumbrarme ahora a no oír esa voz ronca
contando historias, anécdotas de una vida pasada que yo escuchaba con
ensimismamiento como si el universo me estuviera regalando algo. No sé cómo
podré algún día volver a jugar al truco sin tenerte enfrente haciéndome señas o
dándome patadas por debajo de la mesa (con alguna caricia para que no me
enfade). Nunca me planteé que pudieras faltar porque una no piensa en esas
cosas. Y ahora que no estás, no encuentro las palabras para expresar lo mucho
que te quiero y la falta que me haces. Aunque nos viéramos poco, saberte
ahí, cercano, respirando en algún lado, al alcance de una llamada, era todo lo
que necesitaba de ti. Jamás te reproché (y si lo hice era para joderte) que no
me llamaras "nunca".
Querido Miguel, has sido un gran amigo a
pesar de todas nuestras peleas. Nunca me has mentido, ni me has traicionado, ni
me has hecho daño a conciencia. En pocas personas he podido confiar tanto en mi
vida. Fue contigo con quien hablé cuando me vi atrapada y no tenía siquiera las
palabras para contarle a nadie lo que me pasaba. Pero contigo no hacía falta
hablar… lo entendías todo porque te veías reflejado en mí, igual que yo me reconocía
en tu espejo. Fue por ti en gran parte que ahora soy actriz, fue por ti que
maduré, y leí los libros que me faltaban (aún me quedan muchos), y vi las
películas imprescindibles, y aprendí a apreciar el jazz y el tango, a beber
bourbon y Fernet, a tratar a la gente como se merece, a no aparentar. Y fuiste
un ejemplo de sabiduría, de eterna juventud, de respeto. Nos peleábamos a veces, es verdad, porque eras obstinado, testarudo y
arrogante, y siempre querías quedar por encima de mí. Pero de vez en cuando me
permitías alguna licencia, me dabas la razón en voz baja, incluso me admirabas.
No te costaba decirme que me querías “Te quiero, boluda” y dedicarme una
sonrisa y compartir un Jim Beam con cerveza para que yo también te quisiera a
ti, a pesar de que fueras duro conmigo. Y yo te quería igual,
incluso te quería mas por ser así, tan tajante, y serio y crudo, pero con un
fondo de increíble sensibilidad que no mostrabas abiertamente, pero que me
mostraste a mí, haciéndome cómplice de por vida. Me confiaste secretos, me
contaste penas y alegrías, te vi afligido (nunca llorando) y te vi reír, y
emborracharte, y ponerte enfermo, y te vi bailar. Y sabes bien, que desde mis
ojos veía mucho más de lo que veían otras personas y eso te gustaba y por eso
me querías; y por eso yo te quería a ti. La última vez que
hablamos me dijiste que te ibas a comprar una casita en el norte para pasar
tranquilo los años que siguieran a tu jubilación. Pues bien al norte que te has
ido, carajo, y de tranquilidad ni hablamos...
2 de agosto de 2016, Granada (00:15h)
Querido Miguel
Acabo de llegar de La Tertulia, en donde se ha reunido un montón de gente
para brindar y dedicarte el último adiós, pero no he aguantado ni cinco
minutos. Yo no quería ir a La Tertulia para despedirme de ti porque no quería
despedirme, porque no me sentía capaz de llegar allí y que tú no estuvieras, y
porque sabía que mi esfuerzo por mantenerme entera, aún llorando en soledad por
momentos, se iría al carajo en cuanto me encontrara con los demás. No quería
ir, no quería derrumbarme otra vez, pero en el último momento pensé que si
Tato, quien claramente es uno de los más damnificados por la cotidianidad de
vuestro día a día, había sido capaz de reunir
las fuerzas suficientes para abrir el bar y
convocar a todo el mundo, yo al menos tenía que intentarlo. En
el camino iba pensando que quizás la tristeza compartida ayudaba a secar las lágrimas
y hacía menos cruel el hueco de tu ausencia, que quizás los abrazos
transmitían algún tipo de calma al corazón, que quizás entre todos
fuera más fácil aceptar esta mierda, pero no ha sido así. No para mí.
Las lágrimas ajenas doblaban las mías, lo abrazos temblorosos me
derrumbaban, las palabras cariñosas me hacían más débil, y todo eso
era justo lo que quería evitar. Me cuesta mucho ser fuerte, no me gusta que me
vean llorar, y me duele el estómago si veo llorar a los demás. Estaba
claramente en el sitio equivocado. Tuve que salir de allí. La primera vez di
una vuelta corta, pasé por tu puerta y solo pude mirar de reojo porque temía
encontrarme tu espectro en la escalera. Me senté en un banco y respiré, y lloré
más, para poder volver a La Tertulia con los ojos secos. Se me acercó un señor
italiano de avanzada edad para preguntarme si estaba bien (lo que era una clara
pregunta retórica) y por un momento pensé que me habías mandado a alguien. Pero
el tipo solo dijo que era de Milán y que era profesor y se fue sin más. Volví. Pero no podía quedarme, y salí escopeteada después de besar a Tato y a alguno más
que encontré en el camino. Salí con la cabeza agachada para que nadie me
parara, para no ver más caras tristes y para no seguir en esa agonía que me
estaba asfixiando. Me fui caminando a casa y controlé el reloj. Media hora, Miguel.
Media hora de tu casa a la mía, andando a paso ligero. Podías haber venido,
sobre todo ahora que habías tomado el saludable hábito de caminar una hora
diaria y pasar del taxi. Media hora de ida, media hora de vuelta y ya tenias tu
hora hecha. Pero siempre pasaba algo. Retrasábamos el momento como si el tiempo
fuera eterno, como si "dejarlo para mañana" no tuviera mayor
importancia. Si no es hoy será otro día, no pasa nada. Un día de estos... pues
se nos ha acabado el tiempo, viejo. Ni yo he pasado por tu casa a recoger el
cartel de tango, ni tú por la mía a compartir un almuerzo, como estaba
planeado.
2 de agosto de 2016, Granada (20.15h)
Querido Miguel
Hoy a las 18.00 te han incinerado. Por deseo de tus hijos el acto se ha
hecho en la intimidad familiar, así que no he estado allí para presenciarlo. Y
me alegro… tras la experiencia de anoche, no me apetecía enfrentarme de nuevo a
la pena colectiva, a las lágrimas ajenas, al destrozo general de tanta gente
que te quería y que iba a estar allí para ese último adiós. Una vez me dijiste
que en estas situaciones te sentías incómodo, que la procesión va por dentro y
que ver llorar a los demás hacía que saliera y no te gustaba pasar por eso. Así
que sé que entiendes mi postura de mantenerme alejada del tumulto funerario,
porque también en eso coincidíamos.
A las 17.00 me acosté para no estar
consciente durante el momento de tu cremación y torturarme con imágenes
terroríficas de un cuerpo en llamas que ya no siente el calor del fuego. Contra
todo pronóstico, lo conseguí; dormí profundamente. En un momento desperté los segundos justos para darme la vuelta y seguir durmiendo, y en esos instantes se me ocurrió mirar el reloj digital luminoso que tengo frente a la cama.
Eran las 18.00 en punto. Recuerdo que sonreí y en seguida me dormí otra vez hasta casi las
19.30. Nunca he creído en estas cosas, pero que justo a las 18.00 se me abrieran los ojos para volver a
cerrarlos segundos después me pareció cosa de magia, como si hubieras querido
decirme “Ya es la hora, me voy. Tú sigue durmiendo”.
Me he levantado con una
renovada visión de los hechos. He entendido que en lugar de estar triste por un
amigo que se ha ido lo que tengo que hacer es pasar más tiempo con los que aún
están aquí. Aprovecharlos y cuidarlos mientras estén, para no tener que
lamentarme cuando se vayan de no haber pasado más momentos juntos. He llamado a
mi abuela, he quedado con Willy para tomar vino y he decidido no darle más
poder al mañana, porque mañana no existe. Tu muerte me ha servido para
anticiparme a la vida.
Querido Miguel, no puedo acabar esta carta sin darte las gracias por todo
lo compartido. Guardo como un tesoro infinidad de momentos juntos, jugando al
truco hasta cerrar el bar, y en los buenos tiempos, cuando no había horario de
cierre, aquella vez que se nos hizo de día y nos fuimos a desayunar. Recuerdo
especialmente aquel mes de mayo cuando aún estabas recuperándote de tu ruptura
y desnudaste el alma para contarme con detalle cómo te sentías y el esfuerzo
que hacías cada día para estar mejor. Recuerdo la vez que me invitaste a tu
casa (creo que fue la primera) y me recibiste en bata, cocinaste arroz basmati
y luego me leíste un cuento tuyo. Recuerdo otra noche, tú tirado en un sofá y
yo en otro, hablando de la vida, y recuerdo con claridad aquella frase que me
encantó oír de tu boca “La verdad es que he tenido una buena vida”, y lo
dijiste de verdad a pesar de las adversidades con las que todos nos encontramos
en el camino. Recuerdo la noche de San Juan en el río Dílar comiendo milanesas
en la oscuridad con una linternita parpadeando. Recuerdo un paseo por el pantano
de Cubillas donde nos contaste que en un tiempo estuviste viviendo por allí.
Recuerdo tu gigantesca biblioteca y lo ordenada que la tenías y recuerdo que
pensé que algún día yo quería tener una igual. Conservo, por supuesto, los dos
libros que me regalaste por mi cumpleaños para contribuir a ella. Recuerdo nuestras
charlas por Messenger, “Tinta Negra”, y recuerdo que una vez me rescataste de
un capullo con bastón que me estaba molestando en la barra de La Tertulia, y
que aquella fue de las primeras veces que empezamos a hablar tú y yo. Recuerdo
las partidas de damas chinas, tus instrucciones sobre medicina, por qué sabe mejor
el bourbon con cerveza, el Fernet con Cocacola y el mate amargo. Recuerdo tus historias
de pescador, de tu etapa como cineasta, de por qué empezaste a escribir cuentos,
de las mujeres que pasaron por tu vida; tus relatos de los viajes por África,
por Argentina, por Chile, por medio mundo… Recordar está bien, aunque traiga
consigo la añoranza que inunda de nuevo mis ojos. Se nos han quedado cosas
pendientes y eso me llena de rabia, pero ante la imposibilidad de hacer algo al
respecto solo me queda resignarme, aceptarlo y procurar que no me pase con
otras personas.
Ven a verme alguna vez y cuéntame cómo se está por ahí (en sueños, por
favor, no te me aparezcas en plan fantasmilla de negro cuando esté andando por
el pasillo porque me da un patatús). Tú eras ateo, pero déjame que yo fantasee
con algún lugar donde volver a verte, con o sin dioses alrededor. Me alegra
saber que te fuiste con un beso mío en la boca (siempre nos besábamos así) porque quizás nadie más te besó
en la boca desde que lo hice yo pocos días antes de tu partida, en la puerta del bar, con algún borracho alrededor. Me alegro de
que a pesar del año que pasamos sin hablarnos, se arreglara todo de golpe, sin
rencores, tragándonos ambos el orgullo de esperar a que sea el otro quien diera
el primer paso. Pero me cuesta pensar que no te volveré a ver en La Tertulia,
donde ya has dejado el enorme hueco de tu ausencia para siempre.
Espéranos con Rino, con la baraja preparada y el vaso lleno, porque iremos
llegando todos, cada uno a su tiempo, para seguir la partida. Pero a mi espérame
a parte, porque si te di el último beso cuando te fuiste también quiero darte
el primero cuando llegue.
P.D. Compenso que no tengo fotos de 2013 (ay...) con dos de 2007 que fue nuestro gran año.
P.P.D. TE QUIERO
2006 |
2007 |
2007 |
2009 |
2008 |
2010 |
2011 |
2012 |
2014 |
2015 |
No hay comentarios:
Publicar un comentario