Robinson, después de pasar una fase agresiva (la adolescencia no perdona ni al reino animal), está otra vez "pa comérselo", cariñoso y cantarín (y más guarro que nunca). Luna está feliz, bien de lo suyo aunque camine al estilo John Wayne, y con ella respirando mi mundo es más bonito. Y un poco más lejos pero llenando mi vida también... mis caballos (o yeguas, mejor dicho). Estos dos últimos días, ir a equitación ha sido lo único que ha logrado mantener mi atención en algo que no sea completamente ocioso y poco productivo. Ayer monté por primera vez a Luna, una yegua que no necesita fusta para hacer caso, obediente, sensible al menor estímulo, y por tanto no apta para principiantes. A Javi, mi profesor, le debió parecer que ya estaba preparada para ella; a mi me parece que no. Cuando la puse al galope pensé "hoy es el día que me voy a caer" (porque por lo visto hay que caerse alguna vez), pero por suerte no fue así. Sentí que volaba, que aquello no había cómo pararlo, pero no me caí. Hoy he montado a Morena y galopar con ella tras la "experiencia Luna", ha sido una maravilla. No tengo imágenes de hoy pero tengo las de ayer. Se ve tan fácil desde fuera...
Montando a Luna
No hay comentarios:
Publicar un comentario