jueves, 20 de marzo de 2014

Cero bodas y un funeral

Este viernes iba a ponerme el traje de novia, pero en lugar de eso me visto de luto para enterrar a mi abuelo, que a sus 94 años ha dicho basta. Me llegan noticias de gente que fallece casi a diario: algunos son gente que conozco (familiares, amigos...), otros son lejanos o que ni siquiera conozco en persona, pero siempre me causa algún impacto. La muerte, en sí, me impacta. Cuando la vives de cerca es aún peor, claro.
Hoy, por primera vez, he visto cómo se entierra a una persona. He visto cómo los restos de mi abuela (que falleció hace 28 años) cabían en una bolsa de plástico que han colocado dentro del ataúd de mi abuelo. Y he visto cómo metían la caja en un agujero en la pared, y cómo lo sellaban con cemento. Me he agobiado tanto que casi vomito. La típica frase de "no somos nadie" la debió decir alguien que vio por primera vez cómo una persona entera cabía en una bolsita. Supongo que a todos nos cuesta asimilar la muerte. Mi abuelo murió como querríamos todos: muy viejo, sin dolencias, y dormido en su cama. Pero los que nos quedamos aquí, por más que entendamos que hay que morirse algún día, siempre nos cuestionamos de qué va todo esto en realidad. Con el cansancio acumulado solo se me repite en la cabeza la idea de que la vida hay que vivirla como uno quiera, ni más ni menos. Que siempre habrá alguien que te eche de menos, y otros que te olviden rápidamente, pero que una vez muerto, lo mismo da una cosa que la otra. En vida es cuando hay que ser persona. Después, solo eres un puñado de huesos. Y yo, con mis muchos fallos, me alegro de ser quien soy.


Mis abuelos ya están juntos y se juega un Madrid-Barça en el cementerio. 
Buen viaje Lolo...

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